El gran drama de nuestro tiempo

El gran drama de nuestro tiempo

A-AA+



Lic. Raúl Vega Castellanos

“El muro de Berlín era la noticia de cada día, de la mañana a la noche, leíamos, veíamos, escuchábamos: el muro de la infamia, el muro de la vergüenza, la cortina de hierro, y por fin ese muro que tenía que caer, cayó. Otros muros han brotado y aunque mucho más grandes que el de Berlín, de ellos se habla poco, muy poco o nada. ¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos? ¿Será por los muros, por los otros muros, los muros de la incomunicación que los grandes medios de comunicación construyen cada día?” Nos plantea el renombrado periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano.

Y es que ciertamente, somos ignorantes de la existencia y magnitud de los muros que alrededor del mundo, dividen, aislan y denigran a poblaciones enteras.

El muro en nuestra frontera es de momento seis veces más largo que el muro berlinés. Los espacios faltantes constan de una valla virtual de sensores y cámaras. Ahora el país vecino pretende que paguemos por esta ignominia sin siquiera detenerse a pensar que, como lo señala el U.S. Bureau of Labor Statistics en su estudio de febrero de 2016, los migrantes mexicanos en los ELJA aportan un 10% del PIB, esto es más de 1500 millones de dólares anuales.

El muro de Cisjordania, construcción en proceso del estado israelí que medirá unos 721 kilómetros cuando se halle completado. Lo abyecto de este muro es que serpentea dentro del territorio palestino aplastando no solo campos de olivos, escuelas y hogares; sino también la posibilidad de que Palestina pueda algún día ejercer su derecho a la autodeterminación y, convertirse así, en estado libre y soberano.

El muro del Sahara Occidental, mide 2720 kilómetros; rodeado de minas de punta a punta y resguardado por unos 100,000 soldados. El objetivo de este muro es mantener la invasión marroquí del territorio saharaui, una etnia habitante autóctona del Sahara que desde 1976 vive en campos de refugiados y es víctima del genocidio.

Las vallas de Melilla y Ceuta en la frontera entre España y Marruecos, de 12 y 8 kilómetros de longitud respectivamente, son mallas equipadas con sensores de ruido y movimiento, videocámaras y cuchillas.

Estos muros aunque algunos sean producto de la invasión, finalmente son todos monumentos a la intolerancia y al racismo. Estos son la arista más visible de una problemática más bien esquiva. El gran drama de nuestro tiempo: la crisis migratoria, éxodos masivos, campos de refugiados, migraciones forzadas por la violencia, la inseguridad y la miseria. Además, según la Universidad de Columbia en Nueva York, para el 2100 un millón de personas entrarán a la UE anualmente debido al cambio climático.

En la actualidad viene a nuestra mente la urgente y horrenda situación de la nación Siria. Mas si damos un vistazo más detenido e histórico podemos abarcar la escalofriante y preocupante magnitud del problema. Según cifras de ACNUR, cada día 42500 personas son forzadas a abandonar sus hogares, de los cuales 4 de cada 5 no provienen de Siria.

La mayoría de los que dejan sus casas ni siquiera cruzan las fronteras, se quedan dentro de su propio país, incapaces de volver a su lugar de origen. Según ACNUR, los refugiados son de los siguientes países: Iraq con 12 millones de desplazados en 10 años, únicamente en 2015 huyeron 4.5 millones de personas, las principales causas son la invasión norteamericana e ISIS.

Afganistán con 12 millones de refugiados ocasionados por la lucha de poder entre la URSS y EUA, tras la invasión estadunidense en 2001 huyen 6 millones de personas. En Colombia la lucha interna contra el comunismo y las drogas, entre el estado y la guerrilla han dejado 12 millones de refugiados en 2 décadas.

Parece de mas apuntar que la principal causa de la crisis mundial son los conflictos armados. Irónicamente, el número de guerras ha disminuido de 70 en 2001 a 42 en 2014. Ahora los conflictos que perduran son complicados y arraigados, además de sumamente politizados. Actualmente vivimos el momento de la historia con más número de refugiados, más incluso que durante la Segunda Guerra Mundial, se calcula que unos 60 millones.

Como lo apuntó el intelectual norteamericano Noam Chomsky, la crisis migratoria es más bien una crisis moral de Occidente, y los refugiados no son el peligro sino que están en peligro. Por un lado tenemos países ricos y poderosos, que han tenido un rol crucial en la creación de la crisis, y que ahora se quejan y lamentan por tener que aceptar una pequeña porción de las consecuencias al permitir la entrada a refugiados en su país.

Mientras que otros países, países pobres, en vías de desarrollo, como Líbano, Turquía o Jordania, que no tuvieron rol en la creación de la crisis están absorbiendo a los refugiados, he ahí la crisis moral. Hay tratados internacionales que plantean que la ayuda a los refugiados debe ser un esfuerzo global compartido, mientras que el pequeño Líbano alberga ahora a más sirios que la Unión Europea en su totalidad. Existe una gran necesidad mundial de mano de obra y gente deseosa de trabajar honradamente, sin embargo rechazamos a aquellos que no encajan con nuestro estándar social y demográfico, les impedimos el paso con muros.

El problema es la falta de visión para la inclusión de los refugiados en un sistema internacional que debe adaptarse a los tiempos actuales. El sistema actual de refugiados fue creado tras la Segunda Guerra Mundial con el fin de ayudar cuando un estado ha fallado o se ha vuelto contra su población, se busca que los refugiados estén a salvo hasta que puedan regresar a su país. Este acuerdo fue firmado en 1951 por 147 países, obligándose a admitir recíprocamente a personas que huyen del conflicto y el terror. En teoría los refugiados tienen derecho a pedir asilo, son las políticas las que crean barreras en la integración, en la práctica se quedan atrapados en un limbo indefinido.

Los refugiados actualmente se ven de cara a tres opciones. La primera es que se les desplace a un campo de refugiados donde probablemente sean asistidos, pero donde tendrán pocas perspectivas, los campos no son lugares para la vida prolongada. En promedio los refugiados pasan 5 años en un campo, lo cual es una existencia miserable. La segunda opción es escapar a un área urbana vecina, en dichas zonas generalmente no tienen derecho a trabajar o a la asistencia, y eventualmente se enfrentarán a la pobreza. La tercera opción es hacer un peligroso viaje hacia otro país, opción cada vez más popular.

Los políticos presentan el problema como si la ayuda a los refugiados supusiera un perjuicio para los ciudadanos. Mas los refugiados no tienen por qué ser una carga, pueden contribuir.

Hay algunas maneras de ampliar el panorama; un grupo de investigadores de la Universidad de Oxford emprendieron un estudio, que resultó en una publicación titulada “Refugee Economies: Rethinking Popular Assumptions”, con migrantes en Uganda, este es un país que ha dado a los migrantes libertad económica y laboral, el resultado es que el 21% de los refugiados son propietarios de un negocio que emplea a locales.

Otra manera de integrar a los refugiados, como discute Alexander Betts, Director del Proyecto para la Innovación Humanitaria, es la creación de Zonas Económicas dentro de los países anfitriones que permita a los trabajadores refugiados participar de la economía del Estado en proyectos auspiciados por la nación, donde a su vez pudiesen recibir capacitación profesional e ingresos económicos.

Así que en parafraseando a la periodista, escritora y activista canadiense Naomi Klein, en vez de reconocer que se ha adquirido una deuda con la población migrada que se ve obligada a huir de sus hogares por culpa de nuestras acciones e inacciones, los gobiernos erigirán un número creciente de fortalezas de alta tecnología y se adoptarán medidas de inmigración cada vez más draconianas. Después de todo, como reza el viejo proverbio, la hipocresía es el impuesto que el vicio paga a la virtud.

En conclusión, necesitamos una visión que amplíe las opciones de los refugiados y reconozca que no tienen por qué ser una carga. No es inevitable que los refugiados sean un costo. Sí, son una responsabilidad humanitaria pero son seres humanos con habilidades, talentos, aspiraciones y el deseo de contribuir y trascender tanto como cualquier otro.