¿A cuál de los dos?

Candidito, ingenuo joven, contrajo matrimonio con la bella Lángara, mujer que lo adelantaba mucho en el terreno de la mundanidad. Antes de consumar el matrimonio en los términos prescritos tanto por la ley canónica como por el Código Civil el novio tomó por los hombros a su desposada y le preguntó, solemne: “Dime: Langarita: ¿soy yo el primer hombre con quien has tenido unión de cuerpos?”. Replicó ella: “Si eres el mismo con quien estuve en la Riviera Maya en las vacaciones del año 2010, sí”... En una mesa de restorán se hallaban un señor y una señora tomados amorosamente de las manos. De repente el hombre se metió con premura abajo de la mesa al tiempo que se cubría con el largo mantel para evitar ser visto. La señora, por su parte, permaneció en su silla con gesto indiferente, como esperando a alguien. El mesero, de nombre Ganimedes, fue hacia la dama y le preguntó, asombrado: “Señora ¿por qué su esposo se escondió abajo de la mesa?”. “No es mi esposo -contestó ella-. Mi esposo es aquél grandote que acaba de entrar”... En el curso del acto conyugal él le dijo a ella: “¿No crees, Frigidia, que nuestra vida sexual ha perdido interés?”. Respondió ella: “Contestaré tu pregunta durante los próximos comerciales”... El empresario Alfonso Romo, cercano a López Obrador, manifestó: “No afectaremos las concesiones para la industria petrolera de las trasnacionales”. El escritor Paco Ignacio Taibo II, cercano a López Obrador, manifestó: “Ni un pinche paso atrás. Ni la reforma educativa, ni la reforma energética, ni la ley de playas, ni la reforma a la ley hacendaria. Abajo todas las pinches reformas neoliberales”. Mi pregunta: ¿a cuál de sus dos adláteres respaldará López Obrador? Mi respuesta: antes de la elección dirá lo que dice Alfonso Romo. Después de la elección, si la gana, hará lo que dice Paco Ignacio Taibo II... En una prisión texana el hispano condenado a muerte vivía sus últimos instantes. Llegó en eso el capellán de la cárcel y le dijo: “Ultimio: tu ejecución estaba programada para esta hora, pero te conseguí con el Gobernador 30 minutos de gracia”. “No es mucho -contestó el tal Ultimio, apesarado-. Pero en fin, que venga Gracia”... Era domingo, y don Pacacio iba en su coche por los suburbios de una ciudad cuyo nombre no diré por razones que mis cuatro lectores habrán de comprender. De pronto vio algo que le llamó grandemente la atención, hasta el punto en que detuvo el automóvil para cerciorarse de que lo que veía era cierto. En efecto, sus ojos no se habían engañado: en la cochera de una casa tres parejas estaban haciendo el amor desaforadamente sobre sendos catres de lona. Don Pacacio, ya lo sabemos, es activista moral, y aquel espectáculo soliviantó sus ideas, principios y valores. Se sintió llamado a salir por los fueros de la decencia, de modo que llamó con grandes golpes a la puerta de la residencia. La abrió una mujer cincuentona, bastante entrada en carnes, maquillada con estrépito y con varios kilos de joyería falsa encima. “¡Oiga, señora! -profirió el indignado caballero-. ¿Qué clase de casa es ésta? ¿Ya se dio usted cuenta de que en su cochera hay tres parejas realizando a la vista del público en general un acto que solamente los casados deben realizar, y eso en la privacidad de su alcoba; evitando hacer ruidos extraños; siempre en la posición del misionero; sin incurrir en variantes exóticas; lo más rápidamente posible y cumpliendo con las estrictas normas de la castidad matrimonial?”. Replicó la madama: “Señor: ésta es una casa de mala nota, y todos los domingos tenemos venta de garaje”. FIN.