A propósito de propósitos

Ya pasó el maratón Guadalupe Reyes y este lunes reinician actividades en aulas y oficinas la mayoría de quienes salieron de vacaciones oficiales (los freelance seguimos en algunas talachas, o buscando sin encontrar, diría Cortázar). Llegaron ya los reyes magos, se acabó la rosca y empezaron los crímenes y los aumentos a los precios de todo. Y ya (¡ay!) inician las campañas de quienes aún se dicen precandidatos, que hasta ahora no dan color aunque ataques y justificaciones están a la orden del día.

Unos y otros alegan estudios, familia, apellido, trayectoria, “deseos de servir” (¿deseos de “servirse” con la cuchara grande?), austeridad y hasta parecen buenas personas, según el medio en que se proyecten, pues en esta temporada muchos periodistas se vuelven hagiógrafos. Sigo creyendo que cambiar de opinión es de sabios, pero no justo a la hora de la designación de candidatos. Ahí se transforman, cual Samsas, de la noche a la mañana. El sistema se adapta, retoma conceptos, olvida y quiere que olvidemos la historia. Aquello de liberal o conservador, izquierda o derecha, son conceptos que han pasado al campo de los arcaismos, cuando los brincos de chapulín están a la orden del día.

Todos nos hacemos planes, nos fijamos metas a corto, mediano y larzgo plazo. ¿Cuáles son los propósitos verdaderos de quienes se lanzan a la arena política? ¿Serán, mejor dicho, despropósitos? ¿Qué papel juegan y quieren que creamos? Hay que estar atentos, ser críticos de las promesas ajenas y más de nuestros propios “gustos” políticos o de nuestros líderes de opinión (nuestras ideas y creencias por ser nuestras bien pueden estar más erradas). Bien dice Jesús Silva-Hérzog Márquez: “En la tarea del contreras hay un arte: el arte de desafiar lo atractivo. Cualquiera denuncia lo abominable. Hace falta talento y honradez para censurar lo que seduce”. Por mi parte, y es una invitación a hacerlo (o a comparar finalidades y propósitos), trataré de llevármela leve, en lo personal y en lo político. Si veo un candidato (o candidata, claro) de cualquier partido que me agrade seré crítico, veré sus antecedentes de servicio, amistades, estudios, acciones, plataforma política, círculo de colaboradores, y votaré en consecuencia si no aparecen fallas.

Si el tiempo, el dinero y el amor alcanzan, leeré y escribiré más. Espero viajar, caminar de la mano de mi pareja, tomar fotos y coordinar talleres en municipios potosinos y más allá. Veré más paisajes naturales que películas. Oiré más música, variada y de todas las épocas. Trataré de no endeudarme más. Trataré de compartir y añadir algo de felicidad a quienes me rodean, de quienes quieran compartirla conmigo. Aportaré lo que pueda a mi pareja y familia. Y es que llega una edad, me dijo alguien, en que la felicidad es tranquilidad, es una estabilidad en que hay que decidir bien cuáles batallas vale la pena pelear. Vemos al pasado y no sabemos ni por qué fue el problema que nos hizo consumir tanta energía. A veces bastan una palabra o una mirada para ser felices.

Retomo las palabras de mi amigo el escritor Tomás Calvillo sobre “la devoción del lugar”: “La comprensión del entorno no sólo en su dimensión práctica, sino en su propio don de vida, más allá de nuestra presencia y necesidades […] Lo más valioso es saber que la devoción del lugar es un conocimiento interior que perdura y tarde o temprano deberá encontrar su expresión plena en la batalla por la libertad del territorio de la mente”.

Para terminar, regresemos a lo político con las palabras de G.K. Chesterton, a ver si algunos de quienes andan en esas danzas lo lee y lo reflexiona:

«Lo primero «que necesitamos hoy no es optimismo o pesimismo, sino una reforma del Estado cuyo nombre propio es ‹arrepentimiento›, pues es la reforma de un ladrón y eso supone que ha de admitir previamente que ha sido un ladrón.

Los políticos y gobernantes no deben dedicarse a inventar consuelos o a profetizar desastres, sino que, primero y antes que ninguna otra cosa, deben confesar sus maldades. No deben decir que el mundo va a ir a mejor gracias a una especie de cosa misteriosa llamada progreso, algo así como una providencia sin propósito.

Deben reconocer lo que han estado haciendo mal y entonces podrán felicitarse de estar por fin en lo correcto; no deben de ningún modo dedicarse a insinuar que, en cierto modo, estaban en lo correcto cuando estaban equivocados.

En este aspecto hay progresistas que son la peor especie de los conservadores pues insisten en conservar, de la forma más obstinada y oscurantista, los rumbos marcados por ellos mismos en el pasado. Es humano cometer errores; pero el único error mortal, entre todos los errores, es el de negar que nos hemos equivocado».

Espero seguir contando con su lectura (sí, de usted) y con su apoyo.
Feliz 2018. Nos leemos pronto.

Posdata 1: quedan solo 13 ejemplares impresos de mi poemario Óbolo para Caronte (aunque también pueden optar por la versión electrónica en pdf). Si gustan pueden comunicarse al correo que figura al calce de esta columna, evitando así la extinción de un escritor endémico de San Luis Potosí.

Posdata 2: el inicio de año fue inmejorable: la vista, la compañía, las sensaciones. A ver qué pasa el resto de este 2018. Perdón por la autocita: “Cada día es un volado, una apuesta con Caronte”.

Posdata 3: este sábado inicia el taller Iniciación a la Escritura en el Centro de las Artes Centenario de San Luis Potosí, con la coordinación de este columnista. Si se animan ahí nos vemos. Si no pueden ese día se reciben propuestas para otros horarios y días, o a distancia. La cosa es crear.

Correo: debajodelagua@gmail.com
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