Adiós a un nuevo TLCAN

Las negociaciones de un nuevo TLCAN han llegado a un punto crucial y al gobierno de Peña se le agotó el tiempo. Quemó sus naves apostando a que nada pasaría, ignorando en el acto los hechos decisivos notados por la administración Trump: Estados Unidos tiene un déficit comercial con México de 70 mil millones de dólares, más de 90% del cual es responsable el sector automotriz. La industria del auto en México (IAM) se apoya en salarios ridículamente bajos para —en una industria de alta tecnología— atraer inversiones y empleos que EU sufre como drenaje de recursos.
La realidad es innegable. Los trabajadores de la IAM terminal, de acuerdo con estudios del autor, recibieron como pago 2.3 dólares promedio por hora (no 7 ni 8 como dicen las versiones oficiales) al cierre de 2017; menos de 90% que sus contrapartes de EU y Canadá, quienes recibieron 27 dólares promedio por hora. Más aún, las empresas proveedoras de partes automotrices de niveles 1 y 2 de la cadena de valor, pagan la mitad de aquélla cifra; las de niveles 3 y 4, un tercio. Así, un trabajador de esta la industria más pujante del país –la misma que en otros países sirve como escalera de ascenso social— puede llegar a recibir apenas poco más del salario mínimo, y hasta tres en el mejor de los casos.
Frente a ello, en lugar de aprovechar para proponer iniciativas substantivas, los representantes mexicanos decidieron jugar a mantener un tratado con los mismos términos básicos con los que se negoció hace más de dos décadas. E ignorar de nuevo la parte laboral, ambiental y de flujo de personas. Al mismo tiempo, voceros públicos y privados han pretendido llenar los vacíos con el lenguaje insustancial de siempre de la política a la mexicana. Léanse dichos tipo “México no aceptará presiones”.
México podía haber propuesto compensaciones salariales distribuidas en el tiempo y ancladas a la productividad. Soporte existía para ello, pues la productividad del trabajo en el subsector terminal ha crecido a tasas de 5 a 7% en la última década, mientras los salarios han caído 4% promedio al año en el mismo lapso. Más aun, México podría haber propuesto esquemas para elevar la competitividad de la industria en la región entera basado en la creación de competencias científicas y complementariedades tecnológicas. La posibilidad habría sido aún más relevante para una industria tradicional cuyos días están contados frente a las disrupciones de la revolución digital y los nuevos modelos de negocios integrados por las movilidades alternativas emergentes, al alza frontera tras frontera.
Los negociantes mexicanos, en cambio, optaron por la postura plana de un gobierno situado en la zona de confort del que espera que las inversiones y los empleos vengan de fuera y que por todo mensaje parece transmitir —como criticaron temprano los canadienses—: Los mexicanos estamos orgullosos de ser pobres y así queremos mantenernos. Ergo no se metan con nuestra pobreza ni nuestros pobres.
¿Se puede modernizar el TLCAN con México? Queda un leve resquicio. Pero la única posibilidad de cruzarlo se ha trasladado a lo que pueda proponer el futuro gobierno del país.

(Investigador de El Colegio de Sonora)