Adueñarse de la muerte

Algunos médicos, conocedores de las bondades, los problemas y las ocasionales faltas de certezas de las unidades de terapia intensiva y de los hospitales, se han tatuado el pecho o los brazos con leyendas.

“No resucitar”, “No reanimar”, “No intubar, y al morir, utilizar todos los tejidos disponibles y después cremar”, “No utilizar ningún tipo de apoyo artificial de vida por ningún motivo”, reflejan la visión de algunos doctores con respecto a los hospitales y sobre todo a las unidades de cuidados intensivos.

En uno de los tatuajes, el médico fue más allá: firmó sobre su piel y agregó el nombre de tres testigos. Escoger el pecho no fue serendipia: ahí se inician las maniobras de resucitación.

Médicos, enfermos y familiares lo saben: las unidades de terapia intensiva salvan vidas, y, paradójicamente, prolongan algunas muertes. Lo de prolongar no es idea mía, proviene del familiar de un enfermo, “Más que prolongar la vida, se prolonga la muerte”. Bueno sería que los médicos supiesen, después de cuatro o cinco días, si tiene sentido o no seguir ofreciendo apoyo al enfermo y si vale o no la pena, intensificar los tratamientos utilizando la inmensa y cada vez mayor parafernalia biomédica.

Como suele ser en medicina, en ocasiones hay elementos suficientes para predecir lo que sucederá con el enfermo, mientras que otras veces es imposible hacerlo. Quizás ese conflicto, saber si el enfermo vivirá o fallecerá, nunca se solventará ad integrum a pesar de los avances biotecnológicos. Lo he escrito: la medicina no es una ciencia exacta y no hay dos enfermos idénticos

Las instrucciones anticipadas, antes llamadas testamento vital, vigentes en algunas naciones, le permiten al interesado dejar por escrito, ante un notario, sus ideas y razones con respecto a su postura hacia el final de la vida.

En ese documento se especifica qué tanto, cuánto y hasta cuándo los médicos deben actuar y cuándo no deben hacerlo de acuerdo a la voluntad de la persona. La idea fundamental es permitirle al enfermo ejercer su autonomía y adelantar, en lo posible, el proceso final para morir con dignidad.

Estos documentos se firman ante notario y ante la presencia de al menos dos apoderados, quienes, en caso de dudas médicas o familiares, y ante la imposibilidad del enfermo para contestar, cuentan con su autorización para tomar decisiones no especificadas en las instrucciones anticipadas.

Dado que el testamento vital no puede prever con exactitud todos los sucesos derivados de la enfermedad, la voz de los apoderados es fundamental. En muchas ocasiones son ellos quienes, junto con el médico, toman las decisiones para ayudar -acompañar- a la persona a morir.

Adelantarse al proceso final debe ser tan importante como planear ser madre o padre. Ambos eventos exigen responsabilidad ante la vida que inicia y obligación ante la vida que acaba; son los mayores sucesos y retos en las vidas de los seres humanos cuyas capacidades económicas les permiten decidir.

Cruda pero veraz la oración previa: la eutanasia divide a la población en dos. Mientras que las personas -hablo de quienes valoran su autonomía- con posibilidades económicas cavilan en ella cuando la vida se agota y la indignidad permea la existencia, los pobres no tienen ni tiempo ni dinero para pensar en ella.

El mayor reto de la vida no es la muerte; la decisión de cómo morir y su proceso es el verdadero problema. Ante el imparable peso de la tecnología y la extraordinaria aparatología capaz de mantener vivos a enfermos graves por tiempo indefinido, muchas veces sin esperanza, es necesario pensar y construir el escenario personal sobre el final de la vida.

Adueñarse de la muerte es el culmen de la dignidad y de la libertad; hacerlo implica apoderarse de la vida. Quienes deciden sobre su propio ser son ejemplo; subrayan la importancia de la autonomía y le heredan a los suyos lecciones de libertad y dignidad. En tiempos oscuros, como los nuestros, donde los virus de los fundamentalismos religiosos ganan cada día terreno, es necesario leer y releer los tatuajes de quienes se han apropiado de sus días.

Definir los límites de la vida y de la medicina cuando existir carece de sentido es tarea compleja. Entre una vida sin vida y una medicina que en ocasiones no sabe cuándo detenerse, queda el ser humano, dueño de sus bienes más preciados, su vida, su muerte.

(Médico)

Por Arnoldo Kraus