Adviento

Nada: que todos tenemos frío, que unos se van de vacaciones y otros asisten a funerales. Nos reunimos a comer o a cenar; a comer mandarinas y cacahuates aunque no esté de moda. De posada de oficina, de fiesta familiar hablamos todos en estos días. Nos abrazamos cada dos horas al despedirnos hasta el próximo año o al encontrar a esa persona a la que cada año decimos “te llamo y ahora sí nos vemos”.
Cerramos el escritorio, compramos noche-buenas, surtimos la despensa, nos aseguramos de pedir el gas, saldar pendientes, de recoger la tintorería, llenar el refrigerador además de consultar las recomendaciones de los últimos estrenos en Netflix. Nos preparamos para las fiestas, el descanso, la convivencia familiar intensiva e intensa, el viaje al extranjero o a provincia a visitar familia o a tomar el sol. Nos dormimos con la ilusión del paisaje que nos espera al bajar del avión.
Revisamos nuestro saldo en el cajero y la lista de regalos y compromisos que aún hay que palomear. El tiempo vuela y casi es 24 y no hemos terminado. Falta el espagueti, los ingredientes para la ensalada, la charola de botanas y el mesero. No sabemos si vendrán todos los invitados y calculamos a ojos cerrados la cantidad de bebida, pan y hielo que se consumirá mientras consumimos los minutos de los días de adviento.
Sí, el Adviento -con mayúscula-, letra capital para esta palabra por la importancia que mereciera. Adviento, del latín “adventus”,es el tiempo de alegría preparación de los católicos para la venida de quien llamarían Salvador. Para los gnósticos, ateos y otras vertientes de creencias, es también momento importante porque es la época del año en que nos “detenemos” o debiéramos detenernos. Son cuatro semanas iniciando el cuarto domingo anterior a la Navidad.
En esta tradición se acostumbra preparar una corona con ramas de pino u otro tipo de hoja verde con cuatro velas a la que se asigna una virtud. Cada domingo antes de la Navidad se enciende una de ellas y se practica la virtud correspondiente durante la semana que se inicia al día siguiente.
No hace falta profesar la fe católica para adoptar la esencia de esta práctica. Detenernos, coincidir en familia, elaborar nuestra corona y elegir las virtudes que son más valoradas en nuestro entorno familiar: paciencia, caridad, misericordia, amabilidad, generosidad…
Yo espero que no se me pasen las fechas en el trajín, y que aunque las prisas y los compromisos cada vez nos den menos tiempo para estas nimiedades, regresemos un poco a la luz de las velas y que en ellas se iluminen nuestros días de descanso, estemos en Miami o en los suburbios de esta ciudad.
Que la inactividad nos lleve a dejar las redes sociales y nos conduzca a la conversación que se quedó pendiente cuando los móviles interrumpieron en la intimidad de nuestras casas. Pásenla bien, rían suficiente, abracen al que tienen al lado, no se queden con deudas de afecto pendientes. La vida es lo más incierto que tenemos, no nos quedemos con ganas de disfrutarla en vivo y a todo color y no a través de algún ordenador. ¡Feliz Navidad!