Arte aridamericano y zombies

Hace unos días tuve oportunidad de viajar al Altiplano y a la Huasteca. Tan diferentes y sin embargo consustanciales: son parte de un sentido propio, común. Leí y vi paisajes. Mucho tiempo para pensar y disfrutar.

Al regreso, una obligada lectura de noticias, de temas que se manejan en medios y redes sociales. Cada tanto surgen polémicas regionales sobre lo regional en y del arte. Norteños y defeños, sureños contra norteños. El supuesto predominio cultural (el privilegio) de Mesoamérica sobre Aridamérica. Miro los debates y las propuestas de planeación cultural nomás no aparecen en el panorama electoral. Veo proyectos por concretarse desde las instituciones, y las apuestas que se hacen desde mi tierra. Oigo y leo voces diversas que a veces me confunden, el borroneo oficial de la historia me abruma.

Trato de hilar ideas y no se hilan bien. Advertidos están. Continúo.
Miro el desierto que me rodea. No sé qué papel juego. Qué papel juegan San Luis Potosí, sus artistas y promotores, su periodismo…

¿Qué es el arte? ¿Dónde y cómo mostrarlo? Algo comentábamos en esta columna hace algunas semanas, a propósito de cine y esculturas. Escribir, hacer arte en general, es volverse monstruo, ya depende de cada autor si se transforma en vampiro o zombie, o chupacabras, al parecer una especie endémica de estos rumbos. Aunque sea por unos momentos, al sentarse frente a la libreta o la computadora, puede aflorar Hyde, o para algunos Jekyll.

Hoy me siento un poco zombie. Un zombie aridamericano. Ni de aquí ni de allá. Camino en busca de cerebros. Ni centro ni norte. Soy. No moriré del todo, eso decía Gutiérrez Nájera antes de darse un escopetazo, y Rosario aseguraba que el poeta sabía que resucitaría y sería zombie. Vendas y químicos, hierbas, palabras en una hoja, palabras en un hijo, todo puede ser un arma para evitar la muerte, a veces no tan figuradamente.

Dejar de ser aun siendo. El personaje zombie, el autor zombie, como reconocimiento del parasitismo civilizacional del siglo XXI. Todo es un día después, todo es hambre: tomar cerebros, partes de otros y hacer como que vivimos.

Haiti fue el primer país en abolir la esclavitud, pero cuentan que fue gracias al pacto que los sabios, llamados bokor, hicieron con los espíritus. Cuentan que los bokor son los que mediante una maldición hacen que un muerto vuelva a la vida y les sirva para siempre. Aseguran los científicos que mezclas de hierbas administradas antes y después de la supuesta muerte hacen que el zombi parezca sin signos vitales, y que no recobre su conciencia sino para seguir órdenes básicas del bokor.

Hollywood se apropió del rito. Los zombies (cara ajada, piel de tono amarillento, ojos en blanco, ropa deshilachada, los brazos por delante) se volvieron un peligro, originados por un virus, una explosión u otras causa de mutación. Un parásito se apodera de ellos, como sucede tanto en otras especies: la avispa esmeralda cucaracha ataca a otras cucarachas para que sean portadoras de su huevo, que al crecer las matará. No las mata, simplemente desactiva su capacidad de percibir el peligro, desactiva su capacidad de movimiento.

Los zombies no hablan, tienen hambre, su mundo no es el que conocían y sólo se calman al transmitir su enfermedad, al devorar la mente de los no enfermos. Es regla cinematográfica que los marines deben tomar el control, aislar la zona “por el bien de la humanidad”, ver que los enfermos no contaminen a los humanos. Casi siempre todo termina con el exterminio de los no humanos.

Pero hay zombies por todos lados. Los políticos son los que más suelen resucitar después de que se los da (o piden que los den) por muertos. En la última escena el muerto ya no está donde debería y así los políticos toman revancha de las multitudes a las que roban su cerebro, a las que dejan sin voluntad propia.

Cuentan que Max Brody estuvo a punto de publicar La metamorfosis con su nombre. No lo hizo porque Kafka salió de su tumba y amenazó con devorar su cerebro. Después de muerto, Ahab siguió en los mares en un barco fantasma, a la caza de la ballena y de las sirenas que Odiseo supo escuchar. Si Rodrigo Díaz ganó una batalla después de muerto es porque era un no-muerto al servicio del rey. Todos los libros “póstumos” que conocemos en realidad fueron escritos por no-muertos. Y es que la escritura no se crea ni se destruye, se transforma, como los cuerpos de los zombies.
Los escritores solemos ser parásitos, sí, vivimos de la vida de otros. Bueno, simbióticos. Yo, al menos. No puedo vivir sin otras vidas y por esa hambre escribo. Acabo de devorar una parte de tu cerebro, al leerme. Ya vivo en ti.

¿Dónde empieza “el otro lado”? “El norte no es pura geografía”, como dice Eduardo Antonio Parra, y por eso tampoco el lugar de nacimiento es definitivo en un norteño, si nos atenemos a la historia. Eduardo Antonio Parra entra en la lista de autores fronterizos en adopción, como Margarito Cuellar, ambos de más al centro, Eduardo, de León, Guanajuato, y Margarito de Ciudad del Maíz, San Luis Potosí. Entran en la categoría de noteños vistos desde “el centro”, un centro difuso, que antes se empeñaba en ejercer su fuerza de gravedad.

A Joaquín Antonio Peñalosa le resultaba difícil hacer florecer y florecerse en estas tierras. “Me cuesta mucho escribir lo que sea. Soy hijo del desierto, de este árido altiplano potosino donde una rosa apunta un milagro”.
Añade Parra:

“El lenguaje de los norteños, incubado en regiones aisladas por siglos, evolucionó con ciertas peculiaridades. Hay en él un ritmo que se basa en una respiración acaso sofocada por los extremos del clima y, por lo tanto, aunque en general es abundante, da una impresión de parquedad, repetitiva y entrecortada. Es un habla cuyo volumen está secularmente condicionado por los grandes espacios abiertos”.

A veces lo interesante es el movimiento, el dejarse ir. Como Othón o López (Velarde), como los guachichiles, como las aves. A pie como los zombies o en barco como Odiseo, viajemos, y a ver qué pasa. Por lo pronto esta semana me voy a Guadalajara a ver a Guillermo del Toro y luego a ver exposiciones a la Ciudad de México. Vámonos.

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