Celibato sacerdotal

Don Jenizario, policía en retiro, fue con su esposa al parque donde se veían cuando eran novios. En un arrebato de nostalgia le pidió a la señora que hicieran el amor tras los arbustos, como en los años de su juventud. En eso estaban cuando llegó el gendarme de punto. Les dijo: “Quedan ustedes detenidos por faltas a la moral”. “Espera -replicó don Jenizario-. Somos colegas”. Y le mostró su credencial. Manifestó el guardia: “Está bien. A ti no te llevaré. Pero a la mujer sí: con ésta van seis veces que la sorprendo aquí haciendo lo mismo”… La esposa de Avaricio Cenaoscuras, el hombre más cicatero y ruin de la comarca, no veía más allá de su nariz. Y para colmo era chata. El oftalmólogo le graduó lentes. El avaro, tras resistirse mucho, accedió finalmente a comprárselos. Le advirtió: “Pero te los quitas cuando no estés viendo”… Por medio la calle, seguido de perros, no diré corría: volaba un sujeto. Esa frase inspirada en Iriarte me sirve para relatar el caso de aquel hombre que corría presuroso por la calle de una colonia en los suburbios. Eso no habría tenido nada de particular de no ser porque el individuo iba cubierto sólo por un leve asperges de loción. Quiero decir que estaba desnudo, in puris naturalis, como Dios, su señora madre y el tocólogo lo trajeron al mundo. Lo vio uno de los que ahí vivía, lo alcanzó y le hizo la pregunta obligada: “¿Por qué corres así, encuerado?”. Respondió el otro sin dejar de correr: “Porque uno de tus vecinos llegó a su casa cuando ni su esposa ni yo lo esperábamos”… ¡Ah poderoso imán de la mujer! Aciertan los italianos cuando afirman: “Senza moglie a lato l’uom non è beato”. Sin una mujer al lado el hombre no es feliz. A ese propósito diré que me apesadumbraron los ataques que el Papa Francisco recibió en Chile. Las agresiones de que fue objeto no se dirigieron propiamente a él: fueron muestras de repudio a la Iglesia por los casos de curas pederastas que en ese país han sucedido, y que la jerarquía no sólo no ha castigado, sino antes bien ha ocultado, y protegido a los culpables. Tales abusos habrán de repetirse ahí y en todo el mundo mientras se mantenga eso que algunos llaman abominación y otros tachan de grave error contra natura: el celibato sacerdotal. Dicha práctica no corresponde a la esencia del cristianismo: es cosa que tiene raíces económicas, o sea meramente humanas. El celibato, unido al recelo con que los clérigos han visto siempre a la mujer, a quien consideran ocasión de pecado para el hombre, es causa principal de las aberraciones que en el seno de la Iglesia han existido, y que sólo en nuestro tiempo se han conocido y denunciado, por el respeto supersticioso con que antes se veía a los clérigos, cuyas faltas eran disimuladas por una feligresía sumisa que veía en ellos a los representantes de Dios sobre la tierra. El Papa Francisco paga ahora los efectos de una indignación largamente contenida que puede traer males aún mayores a la Iglesia. Desde luego no es posible justificar los actos de violencia ejercidos contra el Pontífice de Roma, pero se explican a la luz de esos crímenes cometidos contra criaturas inocentes. Yo ya no lo veré, pero llegará el día, estoy seguro, en que un Papa al mismo tiempo humanista y valeroso pondrá en armonía a la Iglesia con la naturaleza, así como otros la han puesto en armonía con la ciencia, con el mundo y con la modernidad. Permítanme mis cuatro lectores repetir algo que escribí hace muchos años, cuando ni siquiera se sabía que iba haber un Concilio Vaticano Segundo. Dije esto: “Si quieres saber qué haremos los católicos mañana, pregunta qué hicieron los protestantes ayer”. FIN.