Confesión

La verdad, nunca sé que cara poner cuando me cantan las Mañanitas. Me siento incomodísima, sonrío con la gracia del Guasón y vaya, no decido en ese momento si lo apropiado es cantar, quedarme callada, dar las gracias o todo junto. Bendito sea el universo, este año, me logré librar del cántico tradicional de los cumpleañeros. Será porque mi mero día cayó entre semana, los padawanes tenían exámenes y no hubo mayores festejos. Eso sí, los siguientes tres días me la pasé de pachanga, donde afortunadamente hubo felicitaciones, buenos deseos y hasta regalos, pero no Mañanitas. Quizá todo se deba a que reconozco que soy introvertida de clóset.
Escuché el término por primera vez de boca de mi prima Dushka y me vino bastante bien. Se refiere a personas socialmente funcionales, que incluso podríamos pasar por extrovertidas. No tenemos problema entablando conversaciones con perfectos desconocidos, ni tampoco objetamos que se nos acerquen a comenzar plática. Sin embargo, al final del día acabamos exhaustos. Somos de los que estamos en una fiesta en nuestra propia casa y de pronto vamos al baño no porque tengamos ganas, sino porque necesitamos unos minutos de soledad. No significa que no queramos a la gente, sino que la energía que gastamos en un encuentro social necesita recargarse con soledad o nos desvielamos. Cuando después de un día donde digamos que por cuestiones de trabajo debimos tratar con mucha gente acaba, hay quienes necesitan salir a un bar a escuchar música, tomarse algo, cenar con amigos. Los introvertidos de closet necesitamos llegar a casa, ponernos la pijama y leer un libro en silencio.
Entonces, encontrarán ustedes que cuando un evento pone a un introvertido de closet como yo, al centro del festejo, la cosa se complica muchísimo. Peor tantito resulta, además, que como pasamos por extrovertidos, entonces nadie nos cree cuando decimos que en realidad en el fondo habita una profunda introversión y hay que explicarse para que nos puedan entender. Un introvertido de closet sufre en silencio, ¡qué le vamos a hacer!
Sin embargo, y como hay que aprender a vencer los retos del carácter, resulté en medio de tres variados jolgorios con grupos por demás distintos entre sí. Y es que los introvertidos de closet somos versátiles: manejamos todas las líneas. De tales festejos, además de unos tres kilos extra, saqué la conclusión de que soy como la masita de Play Doh con la que juegan en el de jardín de niños: quepo en cualquier lado y me amoldo donde me pongan. Eso, a los cuarenta y dos años (en este momento mi tía Conchita se acaba de colapsar por decir mi edad) lo considero un logro.
Como les he contado, tengo la tradición en estas fechas de leer El Otro, de Jorge Luis Borges. Esta vez esa banca de Cambridge y Ginebra que habita en dos tiempos distintos, me propuso sentarme con una versión mía del pasado reciente. Esa que estaba por cerrar un largo ciclo laboral y que debió aprender a desacelerar. La que se aventó desayunos a horas impensables, que tuvo tiempo de leer un montón, de escribir bastante y de caminar lo suficiente. La que vio que la patria no se moriría sin mí en una oficina y se sintió entre aliviada y herida en el ego. Esa que tuvo que vivir en tiempo libre y hasta que aprendió a disfrutarlo volvió a activarse. En el diálogo con la otra, descubrimos que estamos bien porque generalmente nos caemos a toda madre (dicho en correcto español), porque nos disfrutamos en soledad; pero también porque tenemos una red fortísima hecha de cuerdas que comienzan y terminan con Marcos y los padawanes, pero que se teje con grupos de amigos que, como en mercado, son muy variados entre sí, pero que de alguna manera, funcionan. Hay también, debo reconocerlo, hilos ausentes. Este año, extrañé muchísimo a mi tío Fausto, que se encargaba de ponerme en mi lugar con un Glenfiddich de por medio y situarme en contexto mucho más amplio del que yo creía. Extrañé también a mis abuelos y su casa. Fuera de eso, la vida ha sido generosa. Inesperada, pero generosa.
Quiero entonces agradecerle, lectora, lector querido, por ser uno de esos lazos que me sostiene. Un lazo desconocido y misterioso. Cuando alguien me conoce por primera vez y dice que me lee, me chiveo espantosamente, pero siento que ya había algo que me unía a esa persona: estas letras, este periódico.
Pienso escribir hasta que la pluma aguante. Será un honor si usted decide acompañarme como hasta ahora. Y si un día nos conocemos en persona no se sorprenda si me da el nervio. Recuerde que soy introvertida de closet.