“Dádivas, dones y dineros”

Aportes a una nueva historia
de la corrupción en América Latina

 

En estricto sentido, la corrupción es un proceso característico de toda materia, de todo lo que habita bajo la de la luz de la luna, como escribiría Aristóteles en su libro Acerca de la generación y la corrupción, en el que también asegura que se trata de un proceso complementario de su opuesto: la generación; es decir, que las mismas leyes de transformación que sirven para explicar la vida, aplican para explicar la corrupción, la decadencia y la muerte. La idea es osada y, hasta cierto punto, peligrosa, pues obligaría a pensar el fenómeno sociocultural de la corrupción desde una perspectiva que entrañaría el riesgo de querer explicar la vida misma y ahogarse por tanto en la inmensidad de sus pretensiones explicativas.
No pretenden tanto Christoph Rosenmu¨ller y Stephan Ruderer en su libro “Dádivas, dones y dineros”. Aportes a una nueva historia de la corrupción en América Latina desde el imperio español a la modernidad (Iberoamericana/Vervuert, Madrid/Frankfurt, 2016), aunque sí una “nueva historia” de la corrupción enfocada en un asunto fundamental y no siempre visto: los discursos sobre la corrupción. Y es que los estudios históricos sobre el asunto suelen definir la corrupción prioritariamente en términos políticos o en términos económicos, y poco se recurre a otros términos, aun cuando la propia definición política o económica no escapa del propósito de determinar el problema también como causa jurídica, porque a la postre se trata del señalamiento no sólo de un vicio sociocultural sino también de un delito y de una inmoralidad.
De este modo, entender que la corrupción es también un discurso nos permite una perspectiva que puede ayudarnos a evitar la inutilidad jurídica de los juicios sumarios, así como el uso pernicioso de una acusación sin pruebas, como afirman los autores: “La corrupción parece ser un fenómeno enraizado en América Latina. En los debates públicos, las acusaciones de corrupción se han transformado en un arma discursiva cada vez más recurrente y poderosa que permite atacar al oponente político en el campo de la moral, donde el público interesado, la sociedad en general y los electores se muestran cada vez menos tolerantes” (p. 8).
Y es que, efectivamente, analizar la corrupción no sólo en sus prácticas económicas, políticas o sociales, sino también en sus discursos, puede ofrecer información sobre el derrumbe de imperios o sobre la formación de naciones modernas, así como acerca de los sistemas normativos y de valores de las sociedades; por ello, esta “nueva historia de la corrupción” que nos ofrecen los autores de esta compilación es nueva también porque aporta elementos para comprenderla como un “delito de percepción”.
El libro consiste en diez estudios sobre la corrupción en América Latina, entre los que vale la pena atender los siguientes. En primer lugar, el de Pablo Whipple, “Guerra a los abogados. La defensa libre y los debates sobre el monopolio de los abogados y la corrupción de la justicia peruana, 1841-1862”, en el que hace un interesante estudio de acusaciones por corrupción en debates legislativos en los años dichos; acusaciones en las que el concepto de corrupción funcionaba no sólo como causa del discurso sino también como argumento eficiente. Lo mismo Stephan Ruderer acude al análisis del discurso en “Corrupción y violencia. Una relación ambivalente en Argentina y Uruguay en el siglo XIX”, comparando el discurso público sobre “corrupción” y “violencia” en ambos países: señaladamente la corrupción electoral en Argentina frente a la corrupción administrativa en Uruguay. En el mismo sentido, Inés Rojkind, en “«El triunfo moral del pueblo». Denuncias de corrupción y movilización política en Buenos Aires, a fines del siglo XIX”, trata la dimensión política de los discursos sobre la corrupción al estudiar las acusaciones por corrupción administrativa contra el presidente de Argentina en el periodo 1886-1890, el liberal cordobés Miguel Juárez Celman; acusaciones que derivaron en presiones públicas hasta su derrocamiento.
No le fue tan mal al personaje que estudia Andrés Reyes en “La corrupción en los gobiernos locales del México porfiriano. El caso de un gobernante honrado”: el gobernador mexicano Rafael Arellano Ruiz Esparza, quien encontró que, así como la acusación por corrupción podía ser muy perjudicial para cualquier aspiración política, el cultivo de una imagen pública de honradez podía ser, por el contrario, muy eficaz, no sólo para conseguir el poder sino incluso para blindarse contra la acusación mendaz. Fue esta de Ruiz Esparza una deducción fácil aunque al parecer no recurrente en nuestra historia política; sin embargo, dicha imagen virtuosa no funcionó para Román Cárdenas, reconocido reformador de las finanzas en Venezuela en los años 1940 quien, aun con su amplia fama de honradez a cuestas, fue incluido por los militares golpistas de 1945 en una acusación por peculado que llevó al colapso de la revolución en 1948; de ello da cuenta José Alberto Olivar en su artículo “El Jurado de Responsabilidad Civil y Administrativa 1946: caso Román Cárdenas. Los excesos de una revolución”. Finalmente, sobre imagen pública también trata el estudio de Ju¨rgen Buchenau titulado “Poder político y corrupción en la Revolución Mexicana: el caso del general Álvaro Obregón”, que muestra cómo los institucionalizadores de la revolución en México, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, contra todo pronóstico, resultaron mucho más honrados que los “científicos” porfirianos, a pesar de la imagen de corrupción que suele rodear a ambos Sonorenses, sobre todo al primero.
Hay en el libro cuatro estudios sobre la corrupción en la época colonial hispanoamericana, entre los que destaca “De lo innato a lo performativo: dos conceptos rivales de la corrupción, siglos XVII y XVIII”, de Christoph Rosenmüller, que estudia tratadistas de la época (a Domingo Antúnez Portugal y Juan Solórzano Pereira), encontrando en ellos argumentaciones contra la corrupción que la señalan como vicio de pobres, como era corriente en esos años, desde que los discursos sobre la corrupción innata habían comenzado a ser frecuentes en los tratados jurídicos del siglo XVII y comenzarían a declinar durante el reinado de Carlos III; de este modo, bajo el argumento de que la virtud era un asunto asociado al apellido, de que el mérito no era performático sino sobre todo heredado, la cada vez más usual venta de nombramientos sin derechos patrimoniales que la sustentaran explicaban para aquellos tratadistas la extendida corrupción, pues dicha venta encumbraba a individuos viles desde que no era ya el mérito familiar sino la recomendación la que determinaba la asignación de puestos; es decir, que cualquier nombramiento implicaba la activación de una red clientelar.
Finalmente Horst Pietschmann, en “Un epílogo: ‘corrupción’ en el virreinato novohispano”, ofrece una buena panorámica sobre los estudios de la corrupción en la Nueva España a partir de la cual se permite más de una conclusión fortísima, como la siguiente: “en el México actual, o dicho de otra forma, en el Estado más grande e importante de los que surgieron de los antiguos virreinatos españoles y aun más, en el Estado más grande de habla española, casi se debería hablar de un Estado en vías de fracaso [a causa de la corrupción], que se mantiene precisamente por su vecindad con los Estados Unidos” (p. 118). Conclusión provocadora, sin duda, aunque distante de muchos modos de nuestro momento actual y de los propósitos de una ciudadanía cada vez más resuelta e informada, me parece.
En cualquier caso, por todo lo dicho, estamos frente a un libro que resultará fundamental a los estudios sobre el complejo y delicado tema de la corrupción: porque tiene saludables pretensiones clarificadoras, porque busca asentar las definiciones existentes sobre el problema y formular a partir de ella otras nuevas y, finalmente, porque no se trata de una mera compilación sino del producto de un seminario de investigación, con objetivos claros y con preguntas abiertas. Hacia el señalamiento de caminos para su respuesta va este libro que, insisto, será referencia obligada en los estudios posteriores sobre la corrupción en América Latina. No perderá su tiempo, querido lector, ni su dinero, si lo obtiene y lo lee.