Desiguales (I)

Mire usted, estos años se multiplican las reprobaciones y publicaciones en contra de la famosa desigualdad, que se vuelve extrema e insultante. Inclusive en países como México la atención en ella tiende a situarse por encima de la pobreza, que es también sumamente grave.
Son alarmantes la desigualdad y sus implicaciones, sobre todo en América Latina y México, lo que es incluso peor que en los datos disponibles. También en Estados Unidos y otros países, tal como lo muestra el libro de Thomas Piketty, ‘El capital en el siglo XXI’, Fondo de Cultura Económica, 2014.
A su vez, los problemas que enfrenta México son tratados de más cerca por mi amigo Carlos Elizondo (‘Los de adelante corren mucho: Desigualdad, privilegios y democracia’, Debate, 2017), y mi maestro Rolando Cordera (‘La perenne desigualdad’, FCE, 2017). Aunque sus enfoques resultan disímiles, disfruté y aprendí con ambos libros.
En los términos más sencillos y entendibles, según me lo han exigido lectoras y lectores del periódico, la desigualdad sería lo opuesto a la igualdad o cercanía en lo económico y social. Vendría a ser, simplemente, la distancia entre ricos (pocos) y pobres (muchos)… digamos, es la diferencia entre partes de la población en cuanto a su nivel de ingreso o patrimonio.
Está claro que nadie es igual desde tantos ángulos, y eso puede llegar a extremos que requieran ser atenuados, en lo cual es útil medir y ordenar. Se suelen usar una separación en diez partes (por decil de ingreso) y un índice (llamado Gini) que mide la dispersión o distribución del ingreso, con un valor de 0 para la igualdad teórica o de 1 para la desigualdad máxima, y todas las posibilidades intermedias. Veremos aquí a nuestro país frente a otros.
En México tenemos uno de los hombres más ricos del mundo, Carlos Slim, y cerca de 10 millones de compatriotas que se encuentran en pobreza extrema (con 3 o más carencias de 6 posibles), lo que se considera a partir de la pobreza alimentaria (incapacidad de conseguir una canasta básica para comer, aun con todo el ingreso disponible en un hogar).
Luego, fíjense, viene la pobreza de capacidades (la insuficiencia de todo el ingreso para efectuar, además, los gastos necesarios en salud y educación) o la pobreza de patrimonio (los dos niveles anteriores, más los gastos en vestido, vivienda y transporte).
Vamos a revisar ángulos de especial interés sobre las raíces y características de estos importantes fenómenos, que son distintas caras del mismo drama. También la polémica de forzar una disminución de la desigualdad, o atacar la pobreza a través de la creación de riqueza y empleos aunque en un inicio se eleve la desigualdad, como en China.
La próxima semana continuamos con este análisis sobre la desigualdad y la pobreza. ¿Deberíamos decir… sobre la igualdad o la riqueza?
* MI ARTÍCULO DE LA semana pasada generó un mayor interés que otros y, aparte de más ‘likes’ y reenvíos en redes sociales, provocó breves polémicas enriquecedoras. Esto, en gran medida, a partir de su título (‘AMLO no será’) que hasta la mitad del texto el lector se daba cuenta de que, en realidad, todo empieza allí con una transcripción de otra columna de mayo del 2006.
En aquella ocasión, oigan, sí se trató de una aventurada predicción contra la lógica del amplio puntero en las encuestas, y finalmente resultó acertada. Ahora, 12 años después, la situación es distinta con mayor hartazgo, peor corrupción e impunidad y campañas electorales más cortas (menor tiempo para remontar diferencias).
Igual inquieta que, a lo largo de décadas, López Obrador no haya aprendido o madurado lo suficiente. Su necia ignorancia y sus trastornos de personalidad (como con Donald Trump, que así ganó su elección) no alcanzan a ser compensados por su carisma o autenticidad y buena fe, lo que significaría peligros reales para una nación encabezada por un líder de ese perfil.
Más que con AMLO, la preocupación surge frente a diversas tonterías y sus implicaciones para el país, si bien él se ve menos mal ahora tras los reiterados errores de gobiernos priistas (que lo han fortalecido) y ciertas actualizaciones: i) trata de ser más cuidadoso, ii) ha atraído algunas personas que le son útiles, iii) las instituciones que mandó al diablo han sido un desastre o iv) su partido nunca ha tenido errores al no haber gobernado.
Aun así veíamos posibilidades de asegurar que ningún candidato pueda resultar tan peligroso para el país, o bien votar en contra de esa opción y a favor de una alternativa menos dañina. Digamos, esto viene a ser para quienes no sean su voto durísimo y tal vez les inquieten los riesgos evidentes.
Bueno, tiene razón Anaya al decir que AMLO es “un retrógrado que no confía en los empresarios” ni en la sociedad civil (a él le interesa “el pueblo” que lo idolatra y apoya, como en su momento a Trump y Hugo Chávez). También acierta Meade al considerar que el puntero es un auténtico peligro por motivos muy concretos, pero en estos tiempos las viejas verdades le pueden atraer más seguidores que los que le quiten.
Lo dicho. Ante cierta temeridad e irracionalidad en las amplias simpatías que dejan ver las encuestas de preferencias electorales, este caso nos acredita que la objetividad se vuelve secundaria frente al enojo y resentimiento en contra de otros. Las delicadas fallas o amenazas de la opción presidencial no frenan esas inclinaciones favorables… por desconocimiento o porque no las creen.
Es así que en ese artículo se apuntaba la conveniencia de “que, con grandes esfuerzos de difusión y explicación, se genere un voto masivo en contra de las peligrosas imbecilidades económicas y personales en las campañas”. No sería “una guerra sucia” con exageraciones, sino el afán de proteger al país (no al PRI o a EPN) de los enormes riesgos del populismo y el analfabetismo económico, todo ello por encima de la furia, el odio o las posibilidades de engaño y de irse al cielo. Ni modo.
En su propio mundo, AMLO se ríe como parte de su estrategia y se burla de los cuestionamientos que le hacen. La mera verdad, lo que está sucediendo ya me parece una mala broma, pero sabemos que en esto funcionan más las emociones (en contra del PRIAN) que las razones (contra las amenazantes tonterías del morenista).
Nada más consideremos las últimas encuestas, para las que incluso con su habilidad voltea él los errores y deficiencias a su favor. A lo largo de estas diez semanas, claro, habrá que ver cómo va a llegar al final.

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