El hartazgo y la abulia

Que a un gobernante se le diga en su cara que no tiene estrategia de seguridad pública para contener siquiera a la “delincuencia de quinta”, es por demás indicativo del grado de descomposición alcanzado en la vida pública de una comunidad cualquiera. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que se pierde la mínima “autoridad” para confiar que el poder estatal sea garante de la paz social. Un gobernante que sólo atina a ofrecer el consabido “se hará lo que corresponda” y más… bla, bla, blá, puede parecer todo menos un mandatario fiel de los intereses de la colectividad porque, dice el refrán: “mientras el pasto crece, el burro se muere de hambre”. Por eso, cuando al reclamo propiciado por el hartazgo social se le responde con salidas por la tangente, como eso de convocar a burocráticas mesas de trabajo, es inevitable que se exijan… ¡acciones! Pero la abulia es la abulia y contra eso está medio caramba lograr algo más que poses efectistas y mediáticas.
Mientras el vocerío popular empieza a corear el clásico “si no pueden, renuncien”, el gobernante se apoltrona en su postura de limitarse a “tomar nota” y hacer como que le preocupa el saldo trágico acumulado, pero le gana de nuevo la abulia para terminar perorando que aquí no pasa nada y se puede pasear “como Juan por su casa”. Pero si la realidad está canija, pues peor para la realidad y, por tanto, a pesar del hartazgo social por tanta desidia gubernamental para enfrentar esa canija realidad, pareciera que no queda más que esperar “que siga la mata dando”. El problema con ese tipo de actitud del gobernante radica en el riesgo cierto de que la gente se vea tentada a hacerse justicia por su propia mano. Los linchamientos son cada vez más socorridos por una multitud que, agraviada, aprovecha el anonimato de la masa para devolver parte de los golpes recibidos (“masas de acoso”, diría Elías Canetti); empero, como le dijeron al gobernante: todos pierden con eso.
Pero resulta que, aún con tanto desastre que pueda prevalecer en materia de seguridad pública y ante la prisa del respetable porque el gobernante se ponga las pilas para dar algo de resultados, suele ocurrir que el gobernante pida… que lo dejen terminar de exponer “su” tema; o sea que: ¿cada vez que se le insista sobre la inseguridad habrá que esperar el consabido “no es tema…”? En la película mexicana “Un mundo raro”, un aspirante a cómico de televisión, irritado porque no lo toman en serio para desempeñar su papel, termina por violentarse y amenazar a todos con una pistola que le quita al policía de guardia: “yo lo único que quiero es terminar de contar mi chiste…”, dice. Guardadas las proporciones, ese mundo raro pareciera el nuestro de la vida real y cotidiana, excepto cuando el gobernante no parece muy convencido de que la inseguridad no es un chiste y sucede que hasta para contar sus cuitas vuelve a ganar la abulia frente al hartazgo.
Luego, como para que no se diga que el hartazgo social surge de la nada, ocurre que el subordinado responsable de velar por la seguridad pública y contener la delincuencia se concreta a culpar a la sociedad agraviada por esperar a… ¡que todo lo haga la autoridad! O sea, echar la pelotita de la abulia a la gente. Desconsiderada gente, entonces, que no entiende a una autoridad que hace lo que puede. En suma, el hartazgo de la sociedad no parece estar en condiciones de ganarle razones y argumentos a una autoridad que sigue muy campante, dorando la píldora de una eufemística felicidad que, dicen, habría mejor que agradecer en lugar de cuestionar. Así las cosas, resulta que hay que terminar acostumbrándose a que se desborde la delincuencia de poca monta, porque de algo tiene que agarrarse la autoridad para justificar que “se podría estar peor”. ¿Y el hartazgo social? Para la autoridad, parafraseando a un clásico, es consecuencia de que ningún estoque les acomoda.
Cualquier parecido de lo antes señalado con lo que acontece en nuestra realidad inmediata, en la entidad potosina, podría ser, apenas, una mera coincidencia. Ni pensar que todo eso tenga que ver con lo que se dice que se vive y padece. Acá nomás vuelan de los estantes los expedientes acumulados de las causas penales… por el puro gusto de hacer aire. El gobernante es accesible, propone, expone sus temas. ¿Qué más se puede pedir? ¿Es la rareza de nuestro entorno local, pues, donde resulta que el hartazgo es del gobierno, en tanto que la abulia es nuestra y (ya entrados en gastos)… hasta la hacen los pueblos?