El peso de los pasados

Resulta pertinente recordar que el día de ayer se conmemoró un aniversario más de la muerte del general Lázaro Cárdenas. Fue el 19 de octubre de 1970, entre las tres y cuatro de la tarde, cuando falleció en su casa de Andes número 605.
Ateniéndonos al acta de defunción, la número 1 del libro 7°, de la oficialía 11ª del Distrito Federal, el deceso ocurrió a las 17:30 horas; se asienta en ella agricultor, como oficio del fallecido. Vaya modestia.
La hora referida en el párrafo inicial, la proporciona Cuauhtémoc Cárdenas en Sobre mis pasos, memorias políticas publicadas por Aguilar en 2010; de ahí, tomo también el testimonio sobre los últimos meses de vida del ex presidente:
En los primeros días de enero de 1970 mi padre nos dijo en casa que desde hacía días había advertido una inflamación en el cuello y que consultaría al médico para ver de qué se trataba. El día 10 se internó en el Hospital Santelena, donde fue sometido a una operación para extraerle un tumor. Fueron unas dos semanas de convalecencia antes de regresar a casa.
Mi padre consultó primero al doctor Salvador Zubirán, amigo, quien había sido durante su gobierno jefe del Departamento de Asistencia y tiempo después rector de la Universidad Nacional. Éste lo remitió con el doctor Héctor Rodríguez Cuevas, oncólogo, especialista en el cuello, quien operó, asistido en la cirugía por los doctores Héctor Salguero, Gustavo Ramírez Wiella y Mario de la Garza. El doctor Zubirán estuvo presente durante la intervención.
Poco antes de que mi padre fuera dado de alta, me llamó aparte el doctor Zubirán. Quería informarme lo que se había encontrado después de la operación, que había sido una operación delicada y mayor. Me dijo sólo a mí que se trataba de un tumor canceroso, que podría haber manifestaciones de la enfermedad en otras partes del cuerpo y estimaba que mi padre tenía expectativas de vida de seis meses a un año.
Fue un golpe duro. Guardé la información sólo para mí. Sabía que el doctor Zubirán no me hubiera dicho lo que me dijo, si no hubiera tenido la certeza de ello. Sin embargo, sabiendo que mi padre había salido siempre bien librado de las situaciones difíciles que había enfrentado, que a lo largo de su vida había hallado siempre la forma de vencer obstáculos y por otro lado resolvía los problemas de todos los demás (y no pensaba sólo en mí o en la familia, sino en todo mundo), a pesar de que conscientemente entendía y aceptaba lo que me había dicho el doctor Zubirán, me quedé con la sensación de que por grave que fuera la enfermedad, por complicada que fuera la condición de su salud, él, que siempre había tenido la fuerza y la sabiduría para salir delante de cualquier situación difícil, lo haría nuevamente. Era quizá una reacción inconsciente, defensiva, frete a un hecho que me resistía a aceptar.
Después los médicos que lo atendieron en la operación seguían visitándolo regularmente en casa. Mucho tiempo después, años, Héctor Salguero nos platicó que un día lo llamó mi padre a la biblioteca de la casa, pidiéndole que le informara con amplitud la naturaleza de su enfermedad y de lo que podía esperar. Me imagino que lo mismo hizo con los doctores Zubirán y Rodríguez Cuevas en distintos momentos y que estuvo, por lo tanto, claramente consciente de la condición de su salud.
Mi padre comenzó a mejorar pasada la operación y después de las dos semanas de hospital y otras tantas en casa, aceptó la invitación del ingeniero Orive Alba para pasar unos días en su casa de Acapulco para continuar la convalecencia […] Poco a poco fue volviendo a sus actividades habituales y se reincorporó a su trabajo en la Comisión del Balsas, yendo una vez más de un sitio a otro, dando seguimiento al avance de las obras y atendiendo también al desarrollo de los estudios de la siderúrgica Las Truchas.
En los primeros días de mayo, durante un recorrido que llevaba ya varios días por la Mixteca oaxaqueña, en Juxtlahuaca, cayó enfermo de una afección pulmonar seria, con temperaturas muy altas. Ahí lo empezó a tratar el medico Francisco Espinoza, profesionista de la localidad. Nos avisaron y al día siguiente, en una avioneta, llegué acompañando al doctor Rodríguez Cuevas y a una enfermera de su confianza. Un día después llegaron mi madre, Alicia mi hermana, y Celeste. Nos quedamos en Juxtlahuaca tres días, hasta que el médico consideró que mi padre podía trasladarse a México. Fue un buen susto, después de la operación. A los pocos días ya estaba de nuevo en actividad.
[…] El 25 de septiembre cumplieron mis padres treinta y ocho años de casados. Un par de días después mi madre, con la tranquilidad de que las condiciones de salud de mi padre eran buenas, se marchó a Europa, para realizar un viaje que tenía proyectado con algunas amistades.
El 2 de octubre acompañé a mi padre a Tzintzuntzan, en las orillas de Lago de Pátzcuaro, que celebraba los cuarenta años de la creación del municipio, elevado a esa categoría durante su gobierno en Michoacán. Llegó a Tzintzuntzán con lo qe parecía un principio de gripa, pero no dijo nada. Después de las celebraciones nos dirigimos a Galeana, el rancho en Apatzingán. En el trayecto lo notamos cansado. Al llegar, a Valente Soto, que manejaba el auto, le pidió que lo llevara con un médico para que lo inyectara con el mismo medicamento con el que lo habían tratado en Juxtlahuaca. Intuimos que no se trataba de una simple gripa y le propusimos, al día siguiente, ir a México para que lo revisaran los médicos que lo habían estado atendiendo.
Por otro lado, llamé a mi madre a París, para que regresara. Ya en la ciudad, mi padre se internó nuevamente en el hospital, donde lo revisaron los médicos y detectaron que se trataba de una recaída grave; consideraron que no había más que hacer en el hospital y se trasladó a casa. Ahí pasó varios días, recibiendo a algunos amigos y familiares, cansado, pero conversando con ellos. Del 14 y 15 de octubre son sus últimas anotaciones personales, una sobre los bosques de Michoacán, otra sobre dispendios en Pemex. Celeste, mi hermana y yo pasábamos prácticamente todos los días en la casa, acompañándolo a él y mi madre. El 19 de octubre, iniciando la tarde, entre las tres y cuatro, cuando estaba acompañado sólo por Celeste, falleció.

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La pertinencia del recuerdo señalada al inicio, deriva de la medida o rasero permanente en que se ha convertido Cárdenas, para todos los gobernantes mexicanos que lo sucedieron; a pesar del tiempo, sin embargo, ninguno parece alcanzarlo, antes bien se les muestra como un referente cada vez más lejano.
Casi me atrevería a asegurar que lo mismo ocurre en el ámbito de lo local, con la figura de don Antonio Rocha Cordero, ningún gobernador de los que lo sucedieron es recordado dentro de los parámetros de honorabilidad y eficiencia con que se le recuerda.
Tan no los hay, que ahora pareciera actividad cotidiana el increpar directa o indirectamente al gobernador actual. Bástenos recordar que hace unos días un ciudadano le reclamó de frente, la situación de inseguridad por la que atraviesa y en la que está permitiendo se hunda el estado; aunque según Ernesto Pineda, secretario de Seguridad Pública, todo se le quiere endilgar a la policía. Del secretario general de gobierno, ni hablar. ¿Hará cuánto que no caminan sin escoltas?
El cochinero dejado por el Ayuntamiento gallardista suma y sigue, va para largo; al menos ya hay servicio de energía eléctrica en el mercado Revolución, porque ni ésa pagaban. Mientras tanto Alfonso Díaz de León Guillén ex titular a modo del IMPLAN, se ha quejado por haber sido destituido del encargo conferido por el gallardismo. Enhorabuena; el mal se extirpa de la raíz.
Y a propósito de males, resulta que como el diputado Mijis se puso “malo del azúcar”, no ha podido asistir a las comparecencias de los secretarios; a esto se suma la conferencia que –casi como Yasir Arafat– dice impartió en la ONU (¿?), y de la que por más que traté de buscar información no encontré nada. Recordémosle la frase que un notorio notario lanzaba desde un banco a un gobernador: si no puede pida licencia; o al menos vaya a los ingenios cañeros a que le resuelvan sus problemas de azúcar.
Llevo algunos días pidiendo al Ayuntamiento que recién inicia, atiendan por favor una trampa mortal en la intersección de las calles Iturbide y Díaz de León, o al menos esperemos que la dirección de Seguridad Pública Municipal, ponga algún señalamiento, si no lo hacen se pueden arrepentir.
Dicen los que saben, y los que no, repiten, que hoy es sábado social; disfrútenlo pero no se excedan, al fin de nueva cuenta el Festival San Luis no inspiró.