Empezar o reiniciar

El resultado, no por esperado, fue menos impactante. Hace una semana ya, y han pareciera que ha pasado un sexenio. Así de relativo es el tiempo.
En su casa, mi mamá y mi papá veían la tele y no lo podían creer. Después de votar toda su vida por la llamada “oposición”, por “la izquierda”, temían alguna trampa de último momento. Por la noche muchos declararon fiesta nacional: Andrés Manuel López Obrador ganó, y por mucho, la presidencia de México para el sexenio 2018-2024.

La esperanza, la búsqueda de cambio, el desencanto y el enojo pudieron más que las amenazas que a muchos nos hicieron llegar vía telefónica y por otros medios.

Las encuestas se quedaron cortas: más de cincuenta por ciento (53.19 %) de los votantes optó por el abanderado de la coalición Juntos Haremos Historia, quien desde el poder fue comparado con Nicolás Maduro o Donald Trump, y fue llamado “mesías tropical”, “Lopitos” (Fox dixit), y, por supuesto, “un peligro para México”.

El Partido Acción Nacional (PAN) obtuvo 22.27 % y el Revolucionario Institucional (PRI) llegó a 16.40 %. El saldo: recomposición no sólo del Poder Ejecutivo sino del Legislativo, con el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) como primera fuerza política; otro saldo: cinco partidos en riesgo de desaparecer por no haber obtenido 3 % de la votación en alguna de las elecciones (PRD, MC, PES, PT, Panal y el Verde). Y un saldo muy positivo: el Senado tendrá igual número (32) de hombres que de mujeres. En la Cámara de Diputados serán 144 mujeres y 155 hombres.

Las felicitaciones y advertencias a AMLO de parte de contrincantes y autoridades (nacionales e internacionales), ese carácter respetuoso (al menos diplomático) de quienes se le oponían (convenciencia o resignación, vaya usted a saber) no han permeado entre sus seguidores. Somos más papistas que el papa, nos encanta volver personal lo que a ellos (el sistema) les parece negociable. Si se acusaba de fanáticos a los seguidores del candidato de Morena, no lo han sido menos las reacciones y comentarios de algunos seguidores de Anaya (PAN) y Meade (PRI).

Sigue el mote de “pejezombies”, se habla de una nueva careta del PRI (una transformación más de la revolución institucionalizada), de una bola de mantenidos, de “chairos” y “cholos”, de ignorantes, de “discriminación inversa”.

Hay voces inteligentes, propositivas y críticas, pero muchas otras surgen desde los privilegios y los prejuicios, y lo peor es que no se dan cuenta.

El caso más claro se ha dado con el flamante diputado local Pedro Carrizales, un chavo banda potosino que quiere dar muestra (eso dice) de que va a trabajar por quienes en situación de desventaja habitan muchas colonias que los políticos visitan solo en días de campaña. Ya veremos cómo funciona la nueva Legislatura, que la tiene fácil al ser la actual una de las que más ha dado de qué hablar (para mal).

Fue interesante este viernes, cuando se anunció desde el equipo de transición de AMLO que se llamó a Manuel Mondragón como asesor en materia de seguridad. El rechazo de muchos amloistas a quien es comisionado contra las Adicciones y a quien se atribuye el desalojo violento del Zócalo hace seis años, fue casi unánime. Militantes y simpatizantes de otros partidos se burlaron: “Se los dijimos”.

Ha sido una semana difícil, donde el hígado se ha impuesto al cerebro. De un lado y otro, se muestran cerrazones, burlas y hasta amenazas. Voces críticas (por ejemplo, la de Julio Hernández López) se topan con fanatismos de los militantes. Es tan fácil adjetivar al Otro.

Ya lo hemos comentado, el ponerse una camiseta ideológica no debería marcar nuestra visión de lo social. Es difícil construir la democracia. En un sistema donde poco se practica la crítica interna, exigirle algo al tlatoani de nuestro partido o preferencia está mal visto, es casi una falta de lealtad o hasta una herejía. Peor aún, hay que defenderlo de todo, aunque haya pruebas, aunque estemos en desacuerdo con las decisiones. La cultura priista es difícil de quitar, y ha permeado a todos los partidos.

De entrada, el disenso es una buena señal, si es con razones y no con pasiones.
Ojalá todos los partidos hagan un examen de conciencia, es decir, de procederes y errores. Las alianzas que se hacen en busca del poder pueden o no funcionar, las promesas a veces se cumplen o no, pero hay necesidad de cambio, y no solo en la venta de bienes o el afianzamiento de otros. La cultura democrática va a tardar en asentarse en este tejido social que tanto han dañado los mismos partidos.

Van a ser meses difíciles, pero hay que tomar en cuenta que Roma no se hizo en un día (y ahí nació la idea de democracia). Mientras, no estaría mal echarles un ojo a los libros de historia (ver, por ejemplo, lo que pasó antes y durante el triunfo de Francisco I. Madero), estudios de género, sociología (multiculturalidad, teorías sobre discriminación y relaciones sociales), teoría política (la lucha de clases) y hasta psicología social.

Nos faltan muchos debates, organizarnos y negociar. En lo personal, lo he dicho, me alegra el cambio. Suponiendo sin conceder que todo es parte de una nueva transformación del mismo sistema, es una oportunidad de que diversos sectores tengan una mayor participación, de que se eviten desvíos y delitos varios, de evitar la inseguridad, de reducir la corrupción y acortar las inmensas brechas que nos separan en lo económico y educativo.

Debe haber cambios de raíz, inmediatos, y otros a mediano y largo plazo. No sé. La revolución ha cambiado de colores, y el sistema busca perpetuarse de cualquier modo, pero hoy hay nuevas trincheras que tenemos que aprovechar y la sociedad debe asumir que los funcionarios son solo empleados de todos.

De verdad espero que el nuevo gobierno sepa estar a la altura del gran bono de credibilidad que se le ha entregado. López Obrador ha dicho que quiere pasar a la historia como un presidente honesto. Ojalá lo logre, que sea el primero. Uno que cumple, que sabe oír.

El mundo nos mira.
Apenas va una semana de las elecciones.
Al tiempo.

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