Encierro y escapes

Quienes escriben la historia actual, sobre todo en política, es decir, quienes hacen los lemas de campaña, los discursos, la palabra que nos llega al electorado, a los ciudadanos, pareciera que no han leído mucho. Pareciera que lo más relevante es un jingle que hasta como bailable o “para amenizar” ponen en las escuelas primarias. Ojo ahí, INE.

Y los productos de la canasta básica y la gasolina suben de precio sin que el salario pueda alcanzarlos. Y cada vez más muertitos que el gobierno reconoce.

Todo nos hace querer huir, pero ¿a dónde? Solo que nos vayamos al campo y nos alimentemos de bayas. En los anuncios parece que vivimos en el Primer Mundo y vamos a pasar al Primerísimo.

Todo el santo día es lo mismo, y por eso a veces apago las redes y enciendo un libro. O trato de ver por dónde escapar, de cómo no ser parte de tanto círculo vicioso. Son malísimos los guionistas, caen en la autoparodia o en la inverosimilitud cada que abren la boca. Es como ver series donde de tanto repetirse ya sabemos la trama: el culpable es la primera persona con la que hablan los detectives al llegar a la escena del crimen, o el autor intelectual es quien contrató al detective.

Que si la doctora fulanita le chasqueó los dedos a una candidata, que si ya acusaron a este o aquel de malversar fondos o de enriquecimiento inexplicable, que si un partido presume en sus spots que ha sido el único en proponer tal cosa… Urge una Profeco de los medios, de los partidos, que diga que son simulaciones o que el spot puede no reflejar la realidad.

Como empresarios de alimentos y de ropa, quienes se anuncian en política no buscan que su producto dure, o que sea amigable con el ambiente (con la sociedad), o que sea sano. Si engordamos o se rompe la ropa, o se le paga poco a quienes manifacturan las prendas o si los alimentos son transgénicos y pueden causar daño a mediano o largo plazo, ¿qué importa? Lo que ellos quieren es que compremos sus productos y servicios, lo demás pareciera no importarles.
Hablando de escapes, están el arte y la búsqueda de una vida más vibrante, sencilla, alejarnos de tanta artificialidad.

Tuve oportunidad de platicar sobre cine con Gabriel Figueroa Flores, fotógrafo inmenso. Vimos Rashomón, de Akira Kurosawa, donde un asesinato es presentado desde distintas perspectivas. Si bien no hay mentiras en las diferentes versiones, hay ocultamiento de ciertos detalles y engrandecimiento de otros, a conveniencia.
Otra película que recomendó muy a propósito de la falsedad política es Wag the Dog (1997) de Barry Levinson, donde un asesor de la presidencia contrata a un asesor para que invente una cortina de humo con la que pueda cubrir un escándalo de abuso sexual de parte del presidente. Ah, la ficción. La cortina de humo es una guerra con otro país, con niños refugiados y toda la cosa.

Y, también para no ser parte de esa cadena de consumismo y apatía en la que nos convierte la sociedad, una vía puede ser el poner en duda lo que nos venden, analizando etiquetas, carbohidratos, historia e intenciones. En el blog Soy Mini-malist encuentro una cita de La secta del perro, de Carlos García Gual:

“El ‘malestar en la cultura’ se nos ha vuelto tan agobiante […]. El consumismo frenético y la propaganda ensordecedora de tantos productos nos invitan a comprarnos gafas y orejeras para ver y oír menos a fin de no embotarnos del todo. Tal vez lo más prudente sería escapar de la civilización que nos abruma, a la ‘naturaleza’, o lo que nos hayan dejado de ella, de tanta perversión civilizadora y tanto progreso desconcertado.

El minimalismo, dice la autora del blog, “simplifica mi vida… me gusta porque me hace sentir bien. Me gusta porque me ayuda a enfocarme en lo que realmente importa. Me gusta porque le agrega valor a mi vida...” (Pueden leer más de ella en https://soyminimalist.wordpress.com/.)

Los candidatos son productos, y la línea entre propaganda y publicidad está más diluida que la que dividía a la izquierda de la derecha. Leer las etiquetas o la letra pequeña no es garantía: también mienten o ponen la información que les conviene. Como en las rebajas en la ropa o en alimentos, no por baratos significa que “debamos” comprarlo. Al contrario de lo que predica el minimalismo, la mayoría de los políticos no agregan valor o alegría a la vida (a la de ellos sí, pero debería ser a la vida de sus electores, sus consumidores) Por más que los políticos se presenten como “orgánicos” o “gluten free” la mayoría son transgénicos.

El tiempo de propaganda electoral debería dedicarse a programas culturales buenos, a debates de veras, a películas clásicas. El dinero a hospitales y a escuelas, a pagarle a profesores y profesionistas que no son reconocidos. Ojalá hoy gane Guillermo del Toro, y que el arte encuentre la ruta para que habite todos los rincones.

Posdata: las más sinceras y agradecidas gracias, je, a quienes asistieron a la reciente presentación de Óbolo para Caronte, en la Casa López Velarde. Fue una grata experiencia y una sabrosa plática. En un par de meses espero saquemos nuevos libros e este columnista, de sus talleristas y colegas que participan en proyectos colectivos.

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