Enseñar y compartir

En cada grupo escolar que he estado, como alumno o profesor, tras los nervios iniciales, ha habido satisfacciones. He tenido, como todos, maestros de varios calibres, y muchos me han sugerido lecturas, han apoyado mi libertad o han apoyado las búsquedas creativas de sus alumnos. En cada grupo que he dado clase hay al menos uno o dos alumnos que al día de hoy me hacen sentir orgulloso y deseoso de seguir compartiendo lo que sé, lo que me apasiona: la lectura y la escritura.

Es un tema complejo, poliédrico, con aristas políticas, económicas y culturales; veamos por ahora un par de caras. No me he acoplado por completo a la academia. Siento que debe cambiar ciertas rigideces y así lo he expresado. Hubo quienes se quejaron de que dejaba mucho qué leer, o no les parecían mis métodos.

Hubo veces en que señalé plagios y los directivos prefirieron no volver a contratarme. El gusto nadie nos lo quita, pero ¿sabe usted cuánto pagan la hora clase de nivel profesional? Es entendible la fatiga y el desánimo en muchos docentes.

En cambio, en los talleres literarios y en las clases avanzadas me siento como pez en el agua: van los que quieren ir, los que tienen ganas de crear y competir con ellos mismos.

A veces me preguntan en el taller sobre una palabra, o un concepto, y aunque hay colegas que dicen lo primero que se les ocurre, no sé responder, y mejor consulto o pregunto. ¿Definir la poesía? ¿Cuál es el género de tal o cual libro? No lo sé todo ni quiero saberlo pero busco respuestas. Como decía un maestro: espero haber agrandado sus dudas, jóvenes. Hay una historia que leí en palabras de Roberto Juarroz:

“En uno de mis libros cito una anécdota que me gusta mucho: se trata de un koan, es decir una historia Zen, de Basho. Un día este monje budista, dirigiéndose a sus discípulos, de pronto les dice: “He estado hablando del Zen durante toda mi vida, y aún no sé en qué consiste”. Entonces, uno de sus escuchas le pregunta: “Pero, maestro, ¿cómo puedes hablar de aquello que no entiendes?” Y Basho responde: “¿Es que también tengo que explicarte eso?”

Siempre surge alguna gran promesa, un estilo en ciernes, alguien que pide otros libros, o duda de la teoría, o cuestiona con argumentos válidos, otro que busca sugerencias sobre cómo mejorar como lector y como persona.

Se necesita investigar, teorizar, leer mucho. Más que leer se necesita entender, sacar ideas y proponerlas. Las pruebas de comprensión lectora que he aplicado en muchas escuelas han sido reprobadas por una mayoría. Se han normalizado en muchos lugares el plagio, la verborrea y la desconexión de ideas.

Un riesgo, sobre todo en las escuelas privadas (aunque hay casos en la educación pública, incluida la superior) es que los alumnos crean que con su pago es suficiente para pasar, y se confíen. Otro peligro es la subcalificación o sobrecalificación por subjetividades.

El peligro es que las escuelas se lo crean y —además de pagar a los profesores hora-clase lo menos posible— quieran sólo cobrar colegiaturas sin exigir lo mínimo: tomar apuntes (y no contentarse con tomar una foto del pizarrón), disposición de aprender, cumplimiento con tareas y trabajos, y fomentar la creatividad evitando el plagio (“otros profes no nos dicen nada”, dijo enojado un alumno cuando le demostré su copypaste), para gestar un futuro con habitantes conscientes, exigentes y autocríticos.

Se presumen reformas educativas en pro de “una formación por competencias”. Hay planteles que no hacen examen de admisión. No hay que memorizar, no hay que hacer tareas, incluso hay donde ni se pide tomar apuntes… Aquí nadie reprueba. ¿Leer? Lo menos posible.

Dice la maestra Petra Llamas en una entrada de su blog:
“Paradójicamente las nuevas corrientes pedagógicas presumen de hacer “competentes” a los alumnos y de ser muy prácticas, lo cual en teoría facilitaría el proceso de incorporación al sector productivo, pero en la realidad dista mucho de ser así. La realidad es que se están formando personas que no han desarrollado suficientemente el valor del esfuerzo y desconocen la importancia de hacer las cosas bien. Las consecuencias ya las están viviendo porque muchos de estos jóvenes no aguantan la presión y ruedan de una empresa a otra esperando el trabajo ideal y tal vez lo encuentren en el sector público, donde parece importar más el cumplir que el hacerlo bien—.”

Hay alumnos que no quieren leer, no saben leer. Llegan a la licenciatura sin apreciar el saber y, como dijo Borges, amar, soñar y leer no admiten el imperativo. Hay siempre casos contra los que no se puede luchar. Pero en cada grupo me he encontrado motivos de satisfacción, de personas que quieren aprender, disfrutar un buen libro, que, amorosos lectores, no buscan, encuentran. Y dice Borges también:

“Creo que el ejercicio de un profesor de literatura es hacer que sus estudiantes se enamoren de una obra, de una página o de una línea si quieren, es decir, que algo quede en su memoria, que algo siga viviendo en su memoria y ese algo pueda ser citado después con algún error, que es una secreta corrección”.

A veces me encuentro a alumnos que me saludan con gusto, y me da gusto que casi siempre quienes son efusivos fueron los que se esforzaron, los mejores, con los que tuve diferencias y discusiones sanas, los más creativos, los que me han superado (no se necesita mucho, pero bueno). Quizá aporté un granito de arena, quizá ni eso, pero me da gusto pensar que en algo hicimos crecer a una persona y a su entorno.

Feliz Día del Maestro a quienes me dieron clase, todos, pues de todos aprendí; a mis compañeros en cada escuela que he pisado; en fin, a los alumnos y docentes, esa bella minoría, que buscan mejorarse a sí mismos y mutuamente, poco a poco, en las pocas horas en que nos cruzamos en las aulas. Gracias.

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