Esos rusos

En ridículo ha quedado el PRI, luego de la fallida embestida mediática en contra del camarada Andrés Manuelovich para tratar de asociarlo a supuestos intereses oscuros de “los rusos de Rusia”. Hacía tiempo que no se reía uno tanto de tanta estulticia, sobre todo cuando los voceros priístas se toman tan en serio su papel y se muestran “más papistas que el Papa”. Tanto Enrique Ochoa, mejor conocido como “Clavillazo”, y Javier “Troglodita” Lozano, la más reciente adquisición “estrella” para apoyar a Meade, se han dado vuelo vendiendo la especie de que AMLO estaría apoyado y ligado a los intereses geopolíticos de países como Venezuela y Rusia, pretendidos modelos de un “socialismo” y un “comunismo” mal entendidos… y peor difundidos.
Sorprende y no (paradójicamente) lo que hacen esos voceros priístas. Por una parte, no extraña que hagan lo que sea con tal de bajar la popularidad del adversario a vencer, pero por otra es de llamar la atención que lleguen a tales extremos de “jodidez” estratégica. Los priístas de la vieja guardia seguramente se avergonzarían de la simpleza de argumentos de los actuales voceros para tratar de levantar a su precandidato; los priístas de antes eran perversos pero no penitentes. Ochoa y Lozano, por el contrario, son harto pendencieros y no parecen calcular el costo político de sus bravuconadas. Flaco favor le hacen a Meade, un personaje que trata de presentarse como de buenas maneras, pero que, ya contagiado, ha terminado por lanzar sus propias bravatas.
Tal ha sido el caso del pleito con Javier Corral, el gobernador de Chihuahua que se ha metido a cuestionar el gobierno de Peña Nieto por escamotearle recursos federales, como represalia por exhibir la corrupción de altos funcionarios priístas. La reacción de Meade, buscando ser demoledora, terminó por evidenciarse como temeraria y desproporcionada al acusar de torturador a Corral, sin las necesarias como contundentes pruebas del caso. Mediáticamente, lo que se percibe es que se logró sacar de balance a Meade para que se mostrara como lo que ha tratado de esquivar: que lo asocien con lo peor del priísmo dinosáurico y, por extensión, como engrane de un sistema que ha impuesto medidas lesivas a la economía de la gente, como el “gasolinazo”.
Ahora que se corrió el rumor de que había fallecido el ex-presidente Luis Echeverría, cabe recordar que en su sexenio se hablaba de una iniciativa de “ley de asentamientos humanos” que, supuestamente, “regularía la especulación del suelo urbano”, pero las malas lenguas de entonces, permeadas por una suerte de “macartismo de huarache”, señalaban como iniciativa “comunista”, advirtiendo que, de concretarse, los propietarios de viviendas tendrían que dar alojamiento a hordas de miserables que carecían de techo, generándose un cierto pánico en muchas familias clase-medieras mexicanas. La verdad es que no era, como dijera el célebre ex-mandatario, “ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario” y, más bien, parte de una campaña de la derecha empresarial disgustada con los excesos retóricos y sueños guajiros del Echeverría.
José Agustín, en su “Tragicomedia mexicana 2” (Ed. Planeta, México, 2007), relata cómo en la última parte del sexenio echeverrista, la derecha empresarial, molesta, se regodeaba alimentando el rumor de que el entonces presidente estaba, por lo menos, harto “pendejo”, por lo que “llovieron los chistes” que hacían mofa de esa condición y “fueron tantos que en 1976 circularon casetes que los recopilaban, y también se vendía la parodia de un supuesto discurso de Echeverría en las Naciones Unidas sobre la paciana (de Octavio Paz) cuestión de la chingada” (p.92). Un fin de sexenio en el que diversos sectores sociales se mofaban de un “cardenismo tercermundista” que, a la vez, servía para que la derecha cuestionara un presunto movimiento “comunista”. Cualquier parecido con lo que hoy sucede… ¿será mera coincidencia?
Finalmente, como para tratar de echarle una mano a esos voceros del PRI que no dan una, el INE ha resuelto, en voz del consejero Benito Nacif, poner los puntos sobre las íes y zanjar la cuestión, aclarando que dicha autoridad electoral “no tiene evidencia de la presunta intervención de Rusia o de Venezuela en los comicios mexicanos para favorecer al precandidato de Morena, López Obrador y, ni siquiera, ha recibido denuncia formal alguna como para iniciar una investigación” (en “La Jornada”, 20 de enero de 2018). O séase, puro “show” de los comediantes Clavillazo y “Troglodita” para, tal vez, desviar la atención de otras cuestiones más graves, como la denuncia de un fuerte desvío de recursos al PRI en campañas de 2016 y que han llevado al bote a quien fuera secretario general adjunto de ese partido, Alejandro Gutiérrez, y a solicitar amparo de la justicia federal al mismísimo Manlio Fabio Beltrones, en lo que se antoja un episodio tan truculento que ni siquiera los rusos imaginarían.