Eufemismo

Uno de los recursos más sobados para manipular la realidad consiste en desvirtuarla, practicando “el arte de mentir, incluso con la verdad” (Pablo González Casanova, dixit).

Tal es el caso de ese peculiar eufemismo que ahora plantean algunos consorcios mediáticos acomodaticios con el poder o algunas casas encuestadoras proclives a venderse al mejor postor, como cuando afirman que: “si hoy fueran las elecciones... ganarían los indecisos”, en lo que se aprecia más como una curiosa vuelta de tuerca para ocultar que el aspirante presidencial asociado a sus intereses no va a la cabeza de las preferencias electorales, por lo menos no cuando ha finalizado la etapa de “precampaña” y cuyo saldo es desolador para el ahora ya candidato “oficial”, léase José Antonio Meade.

No es que los indecisos ganen propiamente una elección; en todo caso, sería el abstencionismo el que triunfaría cuando el porcentaje de quienes no votan es mayor que el de los que deciden al ganador y éste, lógicamente, adolecería de una legitimidad mayor o contundente ya que terminaría ganando como una minoría que se impone a las demás.

De hecho, la participación de la población mexicana en elecciones presidenciales es menor que la de otros países latinoamericanos, con alrededor del “63 por ciento del total de sus habitantes, ocupando el octavo lugar por debajo de países como Ecuador, Bolivia y Uruguay, donde el voto es obligatorio y con sanción; y de Costa Rica, Guatemala y Paraguay, donde es voluntario” (en “El Universal”, 18 de febrero de 2018).

Pero frente a ese tipo de eufemismos, resulta que no pocos personajes vinculados con sectores de peso e influencia, parecieran tratar de ajustar sus apreciaciones muy subjetivas a las condiciones objetivas que, por lo menos hasta ahora, perecen irse imponiendo en la realidad mexicana y que tienen que ver con la creciente demanda social de un cambio de régimen político, realmente democrático y no mocho o simulado como hasta hoy sucede.

De allí que, no sólo se trata de que muchos personajes de diversos orígenes se suban al carro de López Obrador, sino que connotados representantes del sector público y privado se manifiesten respetuosos, preparados ante la eventualidad de un triunfo del tabasqueño el 1 de julio, lo que implica aceptar que gane alguien distinto a quienes vienen de partidos que ya han estado en la Presidencia, tal y como lo ha expresado, por ejemplo, el titular de la Marina, Francisco Soberón Sanz (“La Jornada”, 16 de febrero de 2018).

Pero tal vez lo que más irrita el ánimo de quienes pretenden seguir engañando al pueblo, tratando de desvirtuar la realidad prevaleciente, es la observación que se hace desde fuera del país, por parte de, nada más y nada menos, que de las agencias de inteligencia del gobierno estadounidense respecto de los “factores económicos, sociales y políticos que favorecen a la oposición en México”, tales como los “escándalos de corrupción, violencia y pobre crecimiento” (en “La Jornada”, 14 de febrero de 2018).

Pudiera tomarse como un mero informe que describe un estado de cosas en México y que amenaza los intereses gringos, pero en el contexto del proceso electoral en curso bien puede tomarse como un mensajito a la clase política gobernante de nuestro país para “que vaya midiéndole el agua a los camotes”.

Y volviendo a los diagnósticos de las casas encuestadoras, salvo esos eufemismos que manejan algunas o de quienes interpretan y difunden los resultados, ocurre que la gran mayoría se ha manifestado por señalar que, al término del período de precampañas, quien se mantiene arriba en las preferencias es López Obrador y quien se queda rezagado es Meade.

No sólo se trata de manejar con objetividad los hallazgos de la realidad, sino que, ahora, parecieran estar curadas de espanto muchas de esas casas encuestadoras, luego del papelazo que hicieran en el proceso comicial de 2012, cuando se pusieron claramente al servicio del candidato oficial y exageraron, “hasta el infinito y más allá”, la presunta ventaja con la que se impondría Peña. Hoy prevalece la cautela, sobre todo cuando no hay “ni cómo ayudarle” al candidato oficial.

Para terminar, un eufemismo más de quienes no parecen ver la cruda realidad: “esto apenas empieza y todo puede cambiar en el curso de las campañas”, dicen. Puede ser que en el curso de las campañas se presenten errores tácticos, golpes bajos, patadas y arañazos entre los candidatos y eso pueda incidir en el ánimo de quién sabe qué cantidad de electores, pero la historia reciente de los últimos años, plagada de corrupción, conflictos de interés, enriquecimientos inexplicables, violencia, abuso de poder y demás agravios que no acabaríamos de señalar, son condiciones lacerantes para la gran mayoría de la población y se ve muy cañón que de aquí al día de la elección se vayan a olvidar y, menos, a dejar pasar la oportunidad de sufragar manifestando ese malestar.