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Familia y escuela Capítulo 161: Aprender a ser mamá

Por Gustavo Ibarra Hurtado

Mayo 10, 2023 03:00 a.m.

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No cabe duda que todo proceso educativo está siempre en constante evolución; guardando toda proporción, tal pareciera que está sujeto a una ley física: “La energía no se crea ni se destruye, solo se transforma”.

En efecto, la educación, como ese proceso vital por el que pasan todos los seres humanos, mediante el cual adquieren conocimientos y experiencias que van dotándolos de habilidades y actitudes acordes con el contexto en donde se desenvuelven, ha existido y ha estado siempre ahí, presente dentro de cada familia y en la comunidad misma.

Es por ello que el enseñar y el aprender, está siempre en constante movimiento y cambio. En este sentido: ¿Cómo se aprende a ser mamá?

Desde luego que la figura materna siempre ha existido, no se crea ni se destruye, solo se transforma; por tanto, tal pareciera que el aprender a serlo, es natural y espontáneo; como resulta lógico, propio del sexo femenino.

Sin embargo, para aprender a ser madre, no basta solamente con haber nacido mujer y pasar por la experiencia de parir; tal pareciera afirmarlo Simone de Beauvoir: “No se nace mujer: se llega a serlo”.

No hay manuales o tutoriales en internet que lo enseñen, mucho menos cursos que se oferten anunciando capacitar para “ser mamá”; se aprende de lo observado, sobre la marcha, paso a paso, latido a latido del pequeño corazón de un ser que va ocupando un lugar dentro del vientre.

Se aprende al verse al espejo y apreciar cómo ese cuerpo de mujer se va acrecentando y ensanchando en diferentes partes, aceptando con orgullo esa deformación iniciada desde la inclusión de una célula masculina en una femenina y a partir de ello, cual germinación de una planta, se va enraizando y creciendo, cada vez ocupando más espacio.

Aprender de las consecuencias fisiológicas al portar dentro de sí a alguien más, con la resistencia que naturalmente ofrece el cuerpo, con los ascos y malestares, acompañados de la mayor ingesta de alimentos al solicitarlo el feto “jalando insistentemente el cordón umbilical”; incluso, ante el crecimiento corporal, aprender a encontrar la mejor postura al sentarse o recostarse.

Se vuelve a aprender, al luchar por expulsarlo con todas las fuerzas que se tiene, a pesar del dolor de una herida abierta en el cuerpo, pero al mismo tiempo con la delicadeza con que se deposita una pieza frágil de cristal, esperando que después de ser limpiada cuidadosamente de los líquidos y fluidos que la acompañan, sea mostrada, brillante y luminosa a la triunfante mamá.

Lo que sigue es aprender en una secuencia de lecciones matutinas, vespertinas y nocturnas, en donde la mamá con toda la ignorancia e inseguridad del mundo se convierte en aprendiz, en solitario o acompañada, para alimentarlo, bañarlo, cambiarlo, dormirlo y mil cosas más que se depositan en sus acciones y responsabilidad. ¡Vaya aprendizajes tan complicados! 

Aprender también de todas las etapas en las que evolucionan los hijos, para convertirse en su primera maestra, psicóloga y nutrióloga; quedan atrás todas las fallas y errores en las que ellas hubieran incurrido, ahora tienen que fomentar valores, habilidades y actitudes, los cuales muy probablemente no alcanzaron a practicarlos de manera adecuada, pero aún así los impulsan en ellos.

En esta evolución, al aprender a ser mamá y con tal de estar a la par de los diferentes lenguajes, códigos y  formas de comunicación digital que entre los niños y jóvenes van apareciendo, ellas buscan a toda costa actualizarse y ahora las vemos con el uso del celular, tomando “selfie” con su mejor perfil y navegando entre océanos de información, con presencia en plataformas y redes sociales.    

Imposible no aprender de las experiencias complicadas en el trayecto del desarrollo de sus hijos, no obstante que sean ya adultos: desvelos, preocupaciones por enfermedades, accidentes, tropiezos académicos, sentimentales y laborales.

La última lección con una gran enseñanza y aprendizaje, sin duda es en los momentos finales de su existencia, con esa última mirada que parece asegurar que acompañará en todas sus acciones a los hijos que se quedan; para aquellos que creen en otros planos de existencia y aún para aquellos que no lo creen, sin duda que el recuerdo de aquellas mujeres que aprendieron en vida a ser mamás, estará siempre presente en nuestras vidas. 

“El aprender a ser mamá no se crea ni se destruye, solo se transforma”.

Comentarios: gibarra@uaslp.mx