Inteligencia moralmente ciega

Una escena particularmente impactante al inicio de la película “2001: Odisea del Espacio” del director de cine estadounidense Stanley Kubrick, estrenada en 1968, muestra a dos grupos de primates, presuntos antecesores de nuestra especie, disputándose un charco de agua.

La pelea se lleva a cabo a base de gritos, chillidos y gestos amenazantes sin llegar al contacto físico –lo que se sobrentiende habría constituido una norma para resolver diferencias entre grupos rivales– y termina con uno de los grupos apoderándose del charco.

La manera de zanjar disputas, sin embargo, habría cambiado radicalmente después de que un grupo de primates se encontró con un extraño monolito de piedra negra, el cual inicialmente les infundió temor. No tardaron mucho, sin embargo, en superar el miedo que les inspiraba el monolito y se le acercaron e incluso lo tocaron, y con esto cambiaron el curso de la evolución de la inteligencia humana.

En efecto, el contacto con el monolito dotó a uno de los primates con la suficiente claridad mental para descubrir que haciendo uso del fémur de un animal podía aumentar considerablemente su fuerza física y esto le daba ventaja en la caza de animales, lo mismo que en las disputas con sus enemigos primates.

Así, en un nuevo enfrentamiento el primate iluminado asesta un golpe mortal a uno de sus enemigos que cae fulminado. Al comprobar su nuevo poder, el primate lanza eufórico el hueso hacia arriba que da giros seguido por la cámara y en ese momento se produce un salto en el tiempo por millones de años y el fémur es remplazado en la pantalla por una nave espacial.

Si bien a partir de este punto la ficción de Kubrick sigue otros derroteros, es interesante reflexionar sobre la evolución de las armas de destrucción a partir del fémur primigenio, a lo largo de los millones de años que en “2001: Odisea del Espacio” duran apenas un suspiro. Esto, en el contexto de una inminente revolución en armamento letal –después de las que trajeron la invención de las armas de fuego y la energía atómica– producto de las nuevas tecnologías de inteligencia artificial.

No existen, por supuesto, pruebas de la veracidad de la historia relatada por Kubrick que tiene, ciertamente, más valor poético que científico, particularmente en lo que respecta al asunto del monolito. Podríamos esperar, no obstante, que de manera accidental nuestros remotos ancestros –en un tiempo todavía no determinado– hayan efectivamente descubierto la utilidad de un garrote para poner fuera de combate a un adversario. Tenemos, además, evidencia científica de que los garrotes se sofisticaron con el tiempo y que fueron un arma común durante el periodo neolítico y hasta fechas relativamente recientes.

Una piedra arrojada a gran velocidad constituye una opción ofensiva o defensiva que estuvo también a disposición de nuestros primitivos ancestros. La opción se vuelve además letal empleando una honda que esencialmente constituye un extensión del brazo de lanzamiento.

Una revolución en la velocidad de los proyectiles empleados para poner fuera de combate a un adversario llegó con la invención de las armas de fuego que alcanzaron en su momento más de 400 kilómetros por hora y velocidades supersónicas en las versiones actuales.

Ya en tiempos recientes, una segunda revolución que incrementó de manera sustancial el poder destructivo de las armas fue resultado de los avances científicos que condujeron al desarrollo de la bomba nuclear que multiplicó asombrosamente el poder de las armas convencionales, como quedó evidenciado por la destrucción de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki al final de la Segunda Guerra Mundial.

En los momentos actuales, y como resultado de avances en las tecnologías de la inteligencia artificial, se avizora una revolución más en el desarrollo de las armas letales que, según algunos expertos, puede tener consecuencias todavía más graves que las dos revoluciones anteriores. En efecto, esta vez, está en curso el desarrollo de máquinas de guerra que podrían por sí mismas localizar y atacar blancos determinados de manera autónoma, sin intervención humana de por medio.

Según sus críticos, la capacidad que tendrían las nuevas armas de decidir en un determinado momento quien debe vivir o morir está en contra de toda consideración moral y por lo tanto su desarrollo debe ser vedado por completo. En este sentido se pronunció recientemente un grupo de 2,400 especialistas en el campo de la inteligencia artificial en un desplegado promovido por la organización “Future of Life Institute”.

En dicho desplegado, los especialistas, entre los que se incluyen representantes de compañías tecnológicas como Google y Tesla, se comprometen en no participar en el desarrollo de armas letales autónomas.

Los firmantes del desplegado instan a “gobiernos y gobernantes a crear un futuro con normas internacionales sólidas, reglamentaciones y leyes en contra de las armas letales autónomas”. Igualmente, solicitan a las compañías y organizaciones tecnológicas, lo mismo que a los líderes políticos, unirse a su promesa.

En los años por venir podremos saber si la iniciativa promovida por el “Future of Life Institute” tiene éxito o si, por el contrario, las armas autónomas harán su aparición en el mundo con su atemorizante capacidad para decidir quién vive o muere en una determinada circunstancia. En este último caso, mucha agua habrá corrido bajo el molino desde que hace millones de años uno de nuestros ancestros descubrió que podía poner fuera de combate a su enemigo de manera más efectiva utilizando un garrote.