Ir al súper o a… al tianguis

Hay recuerdos que acuden constantemente a la cabeza y otros que hay que llamarlos porque se esconden en el corazón. La infancia es terreno para el miedo y para la creatividad, y buena parte se lo debemos al lugar y a las personas con las que crecemos. Hay hechos que funcionan como gatillos para disparar recuerdos, sea como ruleta rusa o juego de gotcha.
Ya viene el día de las madres, y aunque sea una fecha comercial puede servir como gatillo para reflexionar y replantearnos la relación con esa mujer que suele estar ahí, para bien o para mal, en presencia o en ausencia.
Hace unos días se activó otro gatillo. Bang. Vi cuando una grúa quitó el logo de una tienda, una que está muy cerca de casa de mis padres. Pasé al acompañar a mi madre al cajero para que ella retirara algo de su pensión (y a ver si en mi cuenta había un milagro, no lo hubo pero esa es otra historia) cuando por casualidad vi cómo desprendían la imagen anaranjada. No duró mucho, subieron enseguida el logo de los nuevos dueños y en poco tiempo la tienda terminó de cambiar definitivamente sus colores. ¿Y eso qué?, sólo es un supermercado, podría pensarse, pero ver al pelícano arrumbado en la banqueta sentí cómo una parte de mi infancia luchaba por salir de la laguna mental en la que la tenía hundida.
Damos vida a los espacios que habitamos, los nombramos. Esta tienda tenía dos sustantivos como nombre pero la nombrábamos con un diminutivo (que, obvio, después se apropió el negocio para hacerse publicidad). Era parte de la vida de una comunidad (llamémosle pueblo, barrio, colonia), igual que la parroquia, el centro cultural, la panadería, la tiendita de la esquina o la cadena de tiendas de conveniencia.
Leí hace poco que más íntimo que acostarse con alguien es dormir con esa persona e ir al súper juntos. Lo primero, seguro; lo segundo, puede ser, sí. Aunque haya una ruta y una lista siempre hay tiempo para comparar, para armar juntos el mandado, lo necesario (el pan y la sal, diría mi abuelita) y esos pequeños gustos o hasta lujos. Para algunas familias ir de compras es una fiesta pues es ir al menos a ver, a imaginarse. Es tiempo de espantarse juntos por los constantes aumentos a los precios, de comparar calorías y desentenderse de las mismas.
Ante el logo caído me vi en la sección de juguetes, hace más de cuatro décadas. Estaban de moda ET, los Pitufos, los primeros protagonistas de la Guerra de las Galaxias. Sonaban en la radio Timbiriche y José José. Me vi en la de libros, donde pasaba mucho tiempo viendo los que exhibían sin el plastiquito protector, en la de papelería buscando crayones o libretas… Vi a mi madre emocionada ante los sartenes que no se rayaban, o en la sección de ropa eligiendo alguna prenda para sus hijos o para regalar en un próximo cumpleaños (su memoria es mejor que las redes sociales para recordar onomásticos o memoriales).
Ir a esta tienda departamental no lleva más de diez minutos desde casa de mis padres. Allí hicimos una tarea en la secundaria, la primera vez que hicimos trabajo de campo para observar a sus trabajadores. Era tradicional decir más el nombre de la tienda que el de la plaza que la alberga, en la que han cambiado muchos locales, donde han surgido y desaparecido muchos puestos de esos que llaman “islas” que han naufragado al no aguantar la presión de las mareas económicas.
Y sí, según las noticias la transición que implicó la venta de esta tienda lleva ya tiempo que se pactó. El nombre es lo de menos, podríamos pensar. Pero los nombres implican una temporalidad. Hasta los nombres propios. Las películas y telenovelas dan pie a años de Marimares, Brayans, Amelíes, Morelias y otros. Los nombres de las tiendas también: El Cielo Potosino, Costanzo, El Escalón, El Diablo de Cantú, El Tostón y Peso, La Exposición, el cine y el estadio Plan de San Luis… Uy. ¡La estación de radio La Pantera!
Muchas vidas se han cruzado por los rumbos de esos ires de compras. Hay un señor que al jubilarse se quedó de cerillo, atendiendo con una sonrisa a los clientes de tantos años. No sé cuánto tiempo tenga cada empleado en esos rumbos aunque, eso sí, ya nos conocemos “de vista” aunque no sepamos nuestros “apelativos”.
Ya están en “rebaja” los utensilios de cocina y los electrodomésticos para “festejar” a la “reina del hogar” (el sistema, ay, nos obliga a un constante uso de comillas y paréntesis). Los nuevos dueños de esa tienda han sido mencionados en temporadas electorales, no muy bien que digamos. Hay una nueva fisonomía en la plaza. Todo cambia. En fin, seguimos en el camino y tendremos que ir de compras, al súpero o al tianguis, por alimentos caros o en ofertas buscadas como tesoros como nos enseñó nuestra madre.
La relación con la familia nos marca. Escribe Elvira Sastre: “Mamá, tú no cumples años, cumples sueños”. Y sí. Ella es. En México el rosario es de lo más rezado y la mentada de madre de lo más mentado. Sara García fue madre y abuela desde joven.
Por aquellos tiempos de ir de compras, por estos tiempos, ojalá podamos gozar y crear a nuestra madre cada día. Hay que decirlo, nos oiga o no, lo recuerde o no. Mi madre es crítica y es noble, y digamos que en mi muy acentuado Edipo hago mía la voz de Pedro Casariego: “Madre, / eres la mujer más lista del mundo después de Madame Curie / o empatada con Madame Curie / si exageramos un poco / y yo por ti exagero un poco / y hasta mucho más que un poco…”
Y como escribió el gran Gonzalo Rojas:

“¿Cómo no amarte, madre,
si me enseñaste a hablar tu lengua?
¿Si soy viento nacido de tu roca?”

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