Lecciones del pasado

En un artículo publicado en 1980 en la revista Science, un grupo de investigadores de la University of California, Berkeley, encabezados por Luis Álvarez –premio Nobel de Física 1968– avanzaron una posible explicación para la extinción masiva de organismos –incluidos los dinosaurios no aviares– que se sabe ocurrió hace unos 66 millones de años en la transición del periodo Cretácico al Paleógeno. Si bien existen explicaciones alternativas para explicar dicha extinción, la hipótesis de Álvarez y colaboradores ha ganado impulso con el transcurrir de los años y es hoy ampliamente compartida por los especialistas.

De acuerdo con dicha hipótesis, la extinción ocurrió por la caída de un meteorito de grandes dimensiones que habría levantado una gigantesca nube de polvo que se esparció por toda la atmósfera del planeta bloqueando la luz del sol.

Con una intensidad de radiación solar reducida, las plantas perdieron capacidad para llevar a cabo el proceso de fotosíntesis por medio del cual generan la materia orgánica que sirve de sustento a las especies animales, llevando así a la extinción de aquellas más susceptibles.

¿Cómo pudieron Álvarez y colaboradores sustentar una hipótesis sobre un suceso ocurrido hace decenas de millones de años? Lo pudieron hacer basados en el descubrimiento de estratos geológicos en varias partes del planeta ricos en metal iridio y que corresponden a la época en que ocurrió la extinción masiva de especies en la transición Cretácico-Paleógeno. En efecto, ocurre que este metal es raro en la superficie de la Tierra pero no en el material interestelar y esto sugiere que el iridio encontrado en dichos estratos proviene del espacio exterior. Así, el impacto de un meteorito rico en iridio habría levantado un nube de polvo de dimensiones globales y dispersado dicho metal sobre toda la superficie del planeta.

Se tuvo así evidencia indirecta de la ocurrencia del impacto de un meteorito hace 66 millones de años pero faltaba localizar el sitio en donde se habría producido. Hoy se acepta que ocurrió cerca del pueblo de Chicxulub en el litoral norte de la península de Yucatán. El impacto del meteorito generó un cráter de 180 kilómetros de diámetro que está en la actualidad parcialmente cubierto por el mar.

Quedan, no obstante, muchas preguntas por contestar y el meteorito de Chicxulub se mantiene como un tópico de investigación de actualidad. Así, se conjetura que inmediatamente después del impacto se habría producido una onda de calor que convirtió al cielo en un horno y que podría haber durado apenas unos diez minutos. Dicha onda de calor se produjo por el calentamiento por fricción del material expulsado por el impacto durante su reentrada a la atmósfera. Esto habría sido seguido por un periodo invernal debido a la nube de polvo que bloqueó los rayos solares con una duración de meses a años, y por un periodo de calentamiento global por el efecto invernadero de las altas concentraciones de dióxido de carbono que se generaron por el impacto del meteorito.

Esto último está apoyado por los resultados de una investigación publicada el pasado jueves 24 de mayo en la revista Science por un grupo de investigadores de los Estados Unidos y de Túnez, con Kenneth McLeod de la University of Missouri a la cabeza. El interés de los investigadores fue el de determinar la amplitud y duración del calentamiento global posterior al impacto de Chicxulub y para esto se enfocaron en el estudio de la concentración del isótopo 18 de oxígeno en restos fósiles –dientes, huesos y escamas– de peces que sufrieron dicho impacto. Dichos restos fósiles fueron localizados en la región de El Kef en el noroeste de Túnez que durante la transición Cretácico-Paleógeno estaba bajo el mar.

Para hacer sus determinaciones, McLeod y colaboradores hicieron uso del hecho que la concentración del isótopo 18 de oxígeno en el agua disminuye en la medida en que su temperatura se incrementa, y que esto se refleja en la concentración de dicho isótopo en el tejido orgánico de los peces que la habitan. De este modo, los investigadores pudieron determinar los cambios que sufrió la temperatura del planeta por efecto del meteorito de Chicxulub a partir de la determinación de la composición de oxígeno 18 en los restos fósiles de El Kef.

Como resultado, McLeod y colaboradores encuentran que la temperatura del planeta se incrementó por cerca de 5 grados centígrados por efecto del impacto del meteorito, y que dicho incremento se prolongó por alrededor de 100,000 años.

Es difícil, por supuesto, llegar a certidumbres sobre hechos ocurridos hace decenas de millones de años y las conclusiones de McLeod y colaboradores no son compartidas por todos los especialistas. Así, hay quien afirma que la cantidad de gases de invernadero generados durante el episodio de Chicxulub no fue lo suficientemente grande para producir un incremento de 5 grados centígrados en la temperatura del planeta y que la emisión de gases por volcanismo, que se sabe estuvo particularmente activo en la época, es la verdadera causa.

Como quiera que sea, McLeod y colaboradores ofrecen datos duros –como en su momento lo hicieron Álvarez y colaboradores sobre la ocurrencia de un impacto de dimensiones planetarias– sobre un incremento sustancial de la temperatura del planeta el cual necesitó 100,000 años en disiparse. Y en este contexto, alertan sobre los efectos de muy largo plazo que puede tener el incremento global actual –que ya casi alcanza un grado centígrado con respecto a valores preindustriales– por el uso hasta hace poco indiscriminado de combustibles fósiles.