Me canso, ganso

El lenguaje es maravilloso. Es medio y es mensaje, herramienta y arma. Crea mundos a partir de los universos personales y sociales, da cuenta de esas sinapsis que de otro modo pasarían inadvertidas. Por más que el emisor ponga cuidado, la polisemia es inevitable.
Ya en 1982 escribió George Steiner en Lenguaje y silencio:

“Vivimos en una cultura que es, de manera creciente, una gruta eólica del chismorreo; chismes que abarcan desde la teología y la política hasta una exhumación sin precedentes de las cuitas personales (la terapia psicoanalítica es la gran retórica del chismorreo). Este mundo no terminará en llanto y crujir de dientes sino en un titular de periódico, en un eslogan, en un novelón soez más ancho que los cedros del Líbano”.

Apenas va una semana de que asumió la presidencia el líder histórico de la oposición, Andrés Manuel López Obrador, y pareciera que han pasado meses. Para atacarlo, echarle porras o por mera curiosidad, nadie lo pierde de vista; nunca se había visto un gobierno de este estilo, que genera tantos entusiasmos y opiniones.
Errores, aciertos, negociaciones, promesas, nombramientos. A ver qué pasa. De mi parte, hay curiosidad y esperanza. No espero milagros ni creo en los santos pero algo se puede hacer, parece. Lo dijimos ya: dudar es la regla, participar es necesario. El sistema (económico, de privilegios, desigual) no se va a dejar cambiar de la noche a la mañana, es adaptable y se apodera de casi todos los que lo tocan. Algo así como Medusa
o Venom.
Aunque muchas frases de los primeros discursos de AMLO (y de su gabinete, que al parecer necesita mejor intercomunicación institucional) como presidente merecen ser analizadas con mesura, con herramientas lingüísticas y retóricas, los más de los críticos (de la nueva oposición o en apariencia imparciales) se han clavado en aspectos superficiales y en la defensa del statu quo.
Es difícil mantenerse neutral ante la andanada de comentarios que ha suscitado el tabasqueño desde el día de las elecciones, pero hay opinólogos que parece que están en competencia por ver quién pierde más rápido la credibilidad, si es que la tenían. No importa si son ofensas, fake news o falacias, lo que sea les viene bien para denostar al que lleva un día de presidente.
Y es que, por poner un ejemplo, hay quienes se “clavaron” en el coloquialismo “me canso, ganso” que empleó AMLO en su discurso inaugural, como si hubiera sido el peor error. Un pecado, en el sentido religioso, olvidando los de obra y omisión que cometieron los anteriores presidentes.
Se dice que los de hoy son tiempos de ultracorrección política. El lenguaje, las prácticas y los productos son cuestionados por sus connotaciones de todo tipo y eso es saludable en una sociedad que necesita cambiar para sobrevivir.
Los chistes y frases sexistas y discriminatorias se han retirado en buena medida al ámbito privado, aunque no es fácil quitarse la costumbre de normalizarlas en un país donde chingar es un verbo nacional. Y no lo digo yo, lo dice Octavio Paz en El laberinto de la soledad. El “bien decir”, la ropa elegante o el color de piel son formas de etiquetar al otro. Las palabras son parte de estos cambios que esperemos lleguen a transformación.
Tan no es válida la frase “se las metimos doblada” de Paco Ignacio Taibo II como no lo es la de “nos vamos a chingar a AMLO”, empleada por Xóchitl Gálvez, y mucho menos aquello de “ningún chile les embona” empleada por el (por fin) expresidente Enrique Peña Nieto.
El uso de un lenguaje “culto” ha sido la bandera de las clases dominantes al menos desde los romanos, como opuesto y ejemplo ante el lenguaje llano o popular. Lenguaje “vulgar”, le dicen. Bárbaros son los otros, los que “hablan mal”. Nadie habla “mal” (lo escrito, a veces, requiere normas, según el medio y el receptor). Pero el lenguaje, dicen los que saben, es redundante. “Nel, pastel”. No es lo mismo decir un simple “sí” que “is barniz” o “clarín, clarinete”, y aunque gastemos más saliva, es rico decir “lo vi con mis propios ojos”, “cállate la boca” o “te he dicho un millón de veces que no exageres”.
En un artículo titulado “Lenguaje y discriminación racial. En torno a la negritud”, publicado en la revista Espéculo, Félix Rodríguez González dice:

“Los prejuicios contra cualquier minoría o grupo social que se siente desfavorecido, perseguido o proscrito en algún momento de la historia, por razón de su sexo, etnia, o cualquier otro factor, enseguida afloran en el lenguaje cargando de connotaciones negativas los términos empleados para designarlos. Y como reacción, para contrarrestar o mitigar sus efectos y ocultar una realidad que se percibe como ingrata e indeseable, los hablantes a veces rehúyen o edulcoran la expresión por medio de eufemismos o bellas palabras”.

La frase que dijo AMLO es parte de una frase más larga para decir “sí, lo haré”, popularizada por Germán Valdez Tin-Tán: “¡Me canso ganso dijo un zancudo cuando volar no pudo, una pata se le torció y la otra se le hizo nudo, luego le dio laftosa y hasta se quedó mudo y ya mejor no le sigo porque luego yo sudo!»
¿A poco no es maravilloso el lenguaje, carnalitos y carnalitas?
Tres aforismos de Jorge Wagensberg en El País:

“15. La ambigüedad es el recurso del lenguaje contra la literalidad.
16. La redundancia es el recurso del lenguaje contra su propio ruido.
17. El retruécano es el recurso del lenguaje para sorprender con lo previsible, como el tartazo de nata en plena cara”.

El lenguaje es mutable porque está vivo. Recurre a arcaismos y neologismos. Y es apasionante. Gracias por compartir. Aquí nos leemos.

Web: http://alexandroroque.blogspot.mx
Twitter: @corazontodito