Mirador

Esta cajita de música la compré en Puebla, en un bazar de antigüedades.
Tiene la forma de un carrusel. Lo haces girar a fin de darle cuerda, y se oyen los primeros compases de “Para Elisa”, de Beethoven.
Las muchachitas saltilleras ensayaban esa pieza durante todo el año, y luego la tocaban desmañadamente en el festival de fin de cursos de su academia de piano. En uno de aquellos recitales el tímido adolescente que era yo escuchó por vez primera la melodía del amor. Se la reveló sin darse cuenta una niña que ya tenía artes de mujer. Por ella incurrí entonces en la escondida culpa de los versos:
“. Nunca le hablé, porque pensaba en ella / como pensó el Quijote en Dulcinea; / pero en las páginas de cada libro / escribía con grave misticismo / las letras de su nombre. Yo era un niño / y ella era una flor primaveral / con ojos temblorosos de gacela / y con aroma a piano y a misal”.
¿Sabes cuánto pagué por aquella cajita de música? 100 pesos. Y me ha hecho recordar recuerdos que ya no recordaba.
Esa cajita vale ahora un millón de pesos.

¡Hasta mañana!...