Para mi molino

¿Se fijan? Las cosas que parecían iban a cambiar no parece que vayan a seguir ese camino y la muestra la tenemos en los titulares de los últimos días. Me pregunto para qué tanta faramalla si al fin de cuentas “el nuevo” – ya sabes quién- nos está saliendo con lo mismo y vamos a caer en manos de los mismos. Los apellidos que se manejan como Gordillo y conexos nos sirven para ver cómo viene el próximo periodo sexenal. Y sabe qué, ni para qué gastamos tinta y espacio en hablar de lo que ya todos hablan.

Mejor dígame de qué quiere que vaya este espacio, qué quiere leer aquí escrito por estos dedos, porque no podemos seguir como burro de noria. (martosa898@hotamail.com)

Hace unas semanas me tocó volar desde el aeropuerto de Tacoma en Seattle -el mismo de donde un empleado se robó nada más y nada menos que un avión-. Con todo y cómo son los gringos, esta vez no nos pidieron que nos quitáramos, cinturones, aretes y zapatos. Pasamos de una escala a otra sin mayor trámite que el de circular por pasillos, a veces inmensos a veces no tanto, para por fin llegar a puerto mexicano en la Ciudad de México. Ahí, en donde nuestra terminal de líneas locales deja mucho qué desear. Ya desde el piso se nota la diferencia.

En lugar de salas bien acondicionadas, aunque admitamos que abarrotadas, las salas de espera mexicanas para vuelos internos tienen lo suyo y no precisamente agradable. Después de 16 horas de viaje desde que sale uno del domicilio para llegar al aeropuerto, medio mal comidos, mal descansados y bastante entumidos y atarantados, la sala de vuelos domésticos del aeropuerto de la Ciudad de México te recibe con una música proveniente de un Bar llamado Capri o algo así.

A diferencia de lo que uno creería, la música ambiental de dicho comercio, emana música de banda a todo volumen y con lo atropellado que anda uno después de tan largo trayecto, al principio uno no sabe qué está pasando, si la Banda el Recodo anda de gira por uno de esto pasillos o si es una estrategia equivocada para promocionar el turismo dentro de nuestras fronteras.

El punto es que creo que los estrategas que diseñan espacios y funciones dentro de estos recintos, han olvidado observar al usuario o cliente. Parece que han dejado del lado al viajero que regresa y se concentran solo en el que apenas inicia el viaje y las características psicológicas que podrían tomarse en cuenta para regular desde el volumen de la música, la claridad en el sistema de sonido para anuncios, así como el tipo de comercios y servicios dentro del aeropuerto.

Pareciera de sentido común. Pero creo que aunque muchos alaben la creatividad mexicana, ésta es un mito muy alejado de la realidad. O bien, esa imaginación no tiene ni ton ni son y simplemente cada uno hace, como en todo México, lo que se le da la gana.

Es lugar común repetir que una vez que cruzamos la frontera ya sea hacia Norteamérica, Canadá o Europa, somos los más entendidos con las regulaciones de cada país y los más civilizados. Pero qué tal una vez que pisamos suelo seguro, suelo nacional: pues ahí ni quien nos toque, ni nos vea feo porque a ver cómo le va.
Pues bien: el mundo como siempre, de cabeza. Ni seguridad en los aeropuertos como dicen que es, ni gobierno de izquierda dizque muy vanguardista y muy atinado, pendiente de las necesidades de lo que llama pueblo.

Ni otro de mis vecinos que esta vez abandonaron al perro para irse, supongo, de vacaciones. Lo que provocó un aullido lastimoso y constante mañana, tarde y noche, sábado y domingo, incluidos, que cesó hasta el lunes por la tarde e inició por ahí de principios de la semana pasada.
¿Cómo la ve? Cada quien jalando agua para su molino.