Plaza de almas

“Podemos decir que no tienes mamá”. “No la tendría si hiciera lo que usted propone”. “Entonces lo mejor será.”. “Sí, señora. Entonces lo mejor será. Con su permiso”. Y mi amigo salió de aquella casa, la casa de su novia con la que ya se iba a casar. Ella ni siquiera trató de detenerlo. Tampoco su padre intervino. Los dos hacían siempre la voluntad de la mujer. Al principio ella había aprobado la relación de su hija con aquel chico que por su tez clara y sus modales finos parecía de buenas familias. Tenía un excelente trabajo; todo indicaba que progresaría, y más si ella lo ayudaba a relacionarse con la gente indicada. Era bien parecido; leía libros; conversaba agradablemente. Además sus amigas lo habían aprobado ya. Era un buen muchacho, decidieron. La situación cambió la noche en que fue con su madre a pedir la mano de Pilar. No parecía su madre. Parecía su sirvienta. Era muy morena; se notaba que estaba incómoda con la ropa y zapatos que llevaba para la ocasión. Tímida, apocada, se sentaba en el filo del sillón como temerosa de ensuciarlo. Decía “pos” y “haiga”. En la cena no supo qué tenedor debía usar. Sólo un momento hubo en que hizo a un lado su timidez: cuando dijo con orgullo que había sido padre y madre para su hijo. La señora iba a preguntarle por qué, pero se abstuvo de hacerlo, por educación. Su esposo manifestó, solemne, que le concedían a Eduardo la mano de Pilar, según ella le había indicado antes de conocer a la mamá del novio. Ahora, sin embargo, pensó que estaban cometiendo un grave error. ¿Iban a admitir en la familia a una persona así? Al día siguiente habló con su futuro yerno. Lo hizo con el mayor cuidado para no ofenderlo. Le dijo que su mamá le había causado una impresión bastante grata. Se veía que era muy buena, muy sencilla. Pero algo le había llamado la atención. ¿Por qué dijo que había sido padre y madre para él? ¿Podía explicarle eso? Mi amigo contestó con la verdad. Era hijo natural. La historia de siempre: un hombre había seducido a su madre dándole palabra de matrimonio, y al quedar ella embarazada desapareció. El hijo que llegó se convirtió en la única razón de su vida. Trabajó como esclava para darle lo necesario; se quitaba el pan de la boca, como dicen, con tal de que a él no le faltara nada. Así pudo darle una buena educación. “Todo eso está muy bien, Lalito, pero ¿no crees que la pondremos en una situación difícil el día de la boda? Es tan humilde que de seguro no va a sentirse a gusto entre nuestros invitados. Deberíamos evitarle esa molestia. Que no vaya a la boda. En su lugar te entregará mi hermana Lila”. Y luego dijo aquellas palabras: “Podemos decir que no tienes mamá”. Mi amigo sonrió. “No la tendría si hiciera lo que usted propone”. Y dirigió una mirada a su novia como pidiéndole que dijera algo. Ella bajó la vista y calló. Su padre tosió nerviosamente y miró hacia otro lado. Habló otra vez la mujer, ahora con aspereza. “Entonces lo mejor será.”. Él se puso en pie. “Sí, señora. Entonces lo mejor será. Con su permiso”. Lo dijo dirigiéndose a los tres. Y con paso rápido salió de aquella casa. Cuando le contó a su madre lo que había sucedido ella lloró sin saber por qué. Cuando me lo contó a mí yo me alegré sin saber por qué. Me habría gustado dar a la historia de mi amigo un final de película mexicana: su novia iría a pedirle perdón, arrepentida; se casarían sin la presencia de los padres de ella y serían felices para siempre. No sucedió así. Semanas después mi amigo se topó con los tres en un centro comercial. La señora fijó la vista al frente, altiva; el señor volvió el rostro; Pilar bajó la mirada. Eso fue todo. FIN.