Política y racismo

No es de sorprender que, lamentablemente, aún existan actitudes racistas en buena parte de la población potosina, como ha quedado de manifiesto con el caso del diputado local electo, Pedro Carrizales, “El Mijis”. No sorprende porque sabido y experimentado está que nuestra sociedad local ha sido altamente conservadora y clasista, al extremo de considerar, como lugar común, plantear que hay dos ciudades en una en la capital potosina: “de Tequis hacia arriba y de Tequis hacia abajo”. Sin embargo, es promisorio que la pluralidad social se haga presente en el congreso local y no solamente la de algunas instituciones partidarias. Con toda razón, Carrizales ha pedido que lo juzguen por el trabajo que realizará como legislador en el futuro inmediato y no descalificarlo (discriminarlo) por adelantado con base en su apariencia.
No sorprende que aún carguemos con resabios racistas en una parte de nuestra sociedad, porque se trata de una huella de identidad que la modernidad capitalista pide a los ciudadanos para acomodarse o adaptarse a un modelo de comportamiento que justifique las reglas (económicas, sobre todo) del sistema. Esa identidad fue atisbada históricamente por Max Weber como cierto “espíritu del capitalismo”, en términos de un “tipo ideal” de comportamiento relacionado con las formas éticas del protestantismo puritano del siglo XVI, como una conducta moderada, ascética y predestinada, casi inmaculada o permeada de una “blancura” que, luego, se traduciría en la “blanquitud”, en el racismo funcional, cultural o, en el extremo, en un racismo étnico y biológico como el del nazismo.
Evidentemente, ese “ethos” histórico del capitalismo se empata con la noción del ciudadano burgués que va emergiendo en esa época y que se refiere al pragmatismo del hombre que busca hacer fortuna, la “pragma” entendida como la posibilidad de hacer negocios. Por supuesto que eso mismo sigue marcando el derrotero del sistema capitalista de nuestros días y, por eso, aunque se hayan dado pasos agigantados en relación con la defensa y promoción de los derechos humanos, aún persiste, embozada, esa práctica deleznable de pretender marcar diferencias que se traducen en presuntas “superioridades”, sea por motivos raciales, económicos o culturales. Es la persistencia de una suerte de “grado cero de la identidad concreta del ser humano moderno” (Bolívar Echeverría, dixit), que pretende como “natural” lo que, sin duda, es una construcción artificial para justificar las desigualdades.
En fin, lo que interesa destacar es que, a pesar de todas estas situaciones de carácter estructural, es posible avanzar en la capacidad de visibilizar a sectores de la sociedad que se pretenden ajenos o impropios de cierta “modernidad”. Que un ciudadano como Carrizales acceda a representar a un sector de la población que merece tener voz en el Congreso local, debe ser visto como una gran oportunidad de romper con esos moldes que se han querido perpetuar, en términos de sugerir que sólo ciertos actores y sectores de la vida pública pueden representar a los demás. Por cierto, lo dicho por Pedro va al punto que venimos planteando, refutando las descalificaciones apresuradas que discriminan por la apariencia: ¿confiar sólo en políticos de traje y corbata? ¿Aceptar ese modelo racista que sugiere que sólo los bien peinados y arreglados, sin manchas físicas, son un dechado de virtudes? ¿Y las manchas éticas que arrastran en el trayecto de sus vidas?
Por desgracia, la política racista sigue presente en el país y la entidad potosina no es la excepción. Las prácticas discriminatorias de cierta clase política perviven y se traducen en el menosprecio de quienes consideran ajenos a su espacio y circunstancia, habida cuenta de que no pocos se consideran superiores y distintos al resto de la gente, incluso porque hasta les da la gana (como ciertos diputados actuales de cuyos nombres ya ni quisiera uno acordarse). Contra esta clase de políticos es que se manifestó de manera contundente la mayoría de la gente que votó el primero de julio y es hora de que aprendan que no puede jugarse con lo más sagrado que tiene la gente: su dignidad como personas. Pedro Carrizales lo ha descrito muy bien: “represento al sector popular, a la banda, muchos tienen miedo de, lo que nuestro proyecto represente, pero es ver por la clase olvidada”.
En efecto, lograr que los sectores olvidados y excluidos de la pretendida “modernidad” se conviertan en actores de su propio destino es algo más que ganar una elección; es la posibilidad de reivindicar otro tipo de política, distinta a la que han practicado quienes se han presentado como “los mejores”, “los superiores”, los “predestinados” por quien sabe qué intereses para estar por encima de los demás; es una política de inclusión, de respeto a la diversidad, de servicio a la comunidad, lejos de la rapacidad a la que nos han querido acostumbrar quienes ven el racismo como seña de identidad.