Presidente electo

La declaratoria de Andrés Manuel López Obrador como “presidente electo”, por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (Trife), es relevante no sólo por los efectos jurídicos que conlleva (calificar y validar en última instancia la elección presidencial), sino por las implicancias políticas que, históricamente, representan para los propósitos de una reconciliación nacional que se ha propuesto como principio y fin del próximo gobierno federal.

Tanto en 2006 como en 2012, el Trife jugó un papel desastroso convalidando las acciones fraudulentas del régimen (prianista) gobernante, llegando a extremos de cuestionable parcialidad que, en buena medida, contribuyeron a minar la credibilidad en las instituciones públicas.

Ahora, el Trife ha mejorado su comportamiento y, sin duda, como consecuencia del arrasador triunfo de AMLO en las urnas, de tal suerte que ni modo que anduvieran objetando lo evidente (ya serían muy “objetes”); pero conviene recordar que en el pasado reciente lo hicieron con uñas, hígado y dientes, por lo que no es cosa menor destacar que, ahora, ni pío hayan dicho.

Queremos pensar que se trata de un nuevo horizonte en la impartición de la justicia electoral, dejando de lado componendas que, todavía no hace mucho, llegaron a provocar un desarreglo institucional de graves consecuencias para la estabilidad del país, toda vez que con sus resoluciones confirmaron que la corrupción se había enseñoreado hasta en el último reducto de quienes (debieran) proteger la legalidad, en este caso electoral.

En 2006, el Trife llegó a reconocer que el entonces presidente Fox había metido las botas en el proceso electoral pero “no de manera determinante” y, luego, aceptando que “las elecciones fueron sucias, pero son válidas”.

Sin precisar el Trife lo que se entendía por “determinante”, habría que recordar que la intromisión foxista se materializó incluso desde mucho antes, con el famoso veto político del desafuero que, empero, terminó por catapultar la popularidad de AMLO, y luego con una suerte de veto económico ante lo que se veía como triunfo inminente del tabasqueño.

Finalmente, Calderón fue impuesto bajo el dictum “haiga sido como haiga sido” y el Trife le entregó la constancia de presidente electo en un acto por demás vergonzoso, saliendo Felipe por la puerta de atrás de la sede del tribunal y, luego, entrando también por la puerta de atrás al Congreso Federal para tomar protesta.

En 2012, nuevamente el Trife desató la polémica cuando, en boca del entonces magistrado presidente de ese tribunal, Alejandro Luna Ramos, se advirtió, con clara dedicatoria a AMLO, que: “no se puede ganar en la mesa lo que no se ganó en las urnas”.

Evidentemente, el presidente del máximo tribunal electoral prejuzgaba sobre un asunto que apenas estaba por llegar a su ámbito de influencia para que fuera resuelto conforme a derecho, pero otra vez se hacía la sucia tarea de enrarecer el clima político con una irresponsable declaración pública.

El Trife asumió una postura de cuadrado legalismo, advirtiendo que solamente se pronunciaría sobre ciertas pruebas que serían puestas sobre la mesa y sucede que las pruebas presentadas por el Movimiento Progresista -que postulaba la candidatura de AMLO- fueron desechadas de manera burda, dejando entrever que debajo, entre las patas (de esa mesa del tribunal) corría harta inmundicia de los más diversos intereses sectarios.

La oportunidad de seguir limpiándose la cara está puesta para las instancias del Trife (salas regionales y superior), ahora con motivo de algunas resoluciones de tribunales electorales locales que afectan señaladamente la representación de “Morena”, en un claro servilismo hacia ciertos gobernadores que no quieren perder el control político-caciquil en lo que consideran sus feudos.

El botón de muestra más vergonzoso es el del Estado de México, donde los magistrados locales decidieron quitarle a Morena 10 diputados plurinominales, argumentando una “sobrerrepresentación”, pero justo en el límite de impedir que se constituyan como la mayoría que, además, será oposición al ejecutivo local.

Fuera de estos casos deleznables, como coletazos de un dinosaurio herido, es de resaltar que la transición hacia el primero de diciembre vaya caminando en favor del próximo gobierno que, empero, ya está dejando sentir “de qué lado habrá de mascar la iguana”, como luego se dice por allí, para denotar que un nuevo estilo de gobernar, fundado en principios democráticos y prácticas orientadas al bienestar de la sociedad, se habrá de instalar en breve, pero que mientras hay que avanzar, como ha sugerido AMLO, para no perder más tiempo y lograr que las cosas cambien de fondo, en verdad.