¿Qué tanto queremos (y podemos) cambiar?

Estos días mucho se ha debatido sobre la polémica inclusión de Manuel Bartlett Díaz como próximo director de la Comisión Federal de Electricidad. Es el poder a los dinos del PRI, que vuelven por sus fueros, dicen los opositores a Andrés Manuel López Obrador; él desde 2008 se unió a la defensa de los recursos naturales de México, claman los del nuevo partido mayoritario. Y con ellos, los porristas y entusiastas de ambos bandos.

Y sí, el dar el beneficio de la duda a alguien no es quitar cualquier desconfianza preexistente. Es bueno dudar. Es inevitable.

Algo parecido pasó con Jacobo Zabludowsky, el comentarista oficial del régimen durante muchos años. Regresó con información y comentarios críticos, y mucha gente no se la creyó. Y pasa con los amigos o la pareja que han fallados, con las decisiones que tomamos.

¿Qué tanto cambiamos y para qué? ¿Por quién?
“La gente no cambia, solo encuentra nuevas formas de mentir”, decía amarga o realistamente Gregory House, el doctor especialista en diagnósticos desaparecido hace unos años. “Uno no se elige, jamás. Uno se padece. El verdadero destino, finalmente, el único, es ser un mismo”, escribió André Comte-Sponville, a quien ya citamos hace un par de semanas.

¿Qué es ser uno mismo? No basta una vida para saberlo, a veces. Desapareceremos, nada quedará y sin embargo persistimos en tratar de florecer, aunque a muchos solo nos salgan espinas. Unos escribimos, otros tienen hijos, otros viajan o bailan.

Desde niños vamos fijando parámetros mentales y de comportamiento, pero no somos fórmulas matemáticas. Hay creencias, prejuicios, gustos, conductas y son difíciles de romper. Pero se puede cambiar, algo, mucho, un momento o toda una vida, ¿no?

El ser humano duda, es su naturaleza. Cree que decide entre A o B pero pocas veces sabe que esas decisiones son influidas por algo o alguien. Toma decisiones y luego se contradice. Otra vez Comte-Sponville: “El libre albedrío no explica nada: no es más que un nombre dado a la ignorancia”.

Tres películas palomeras vistas en el camión (quizá no las hubiera visto en el cine) se suman a estas ideas, las alimentan: Kung Fu Panda 3, Criminal y Assasins Creed. En la primera el protagonista debe encontrarse para usar su energía (chi), en la segunda los recuerdos de un agente secreto se implantan en un psicópata (y lo humanizan), y en la tercera un hombre tiene que lidiar con la herencia genética y usarla o no para un propósito mayor. En las tres hay una transformación, en las tres hay un amuleto o fuente de poder.

No todo se paga en esta vida, no soy tan optimista. El cambio tiene que ser deseado, debe mostrarse en acciones. “Lo único que importa es lo que dejamos atrás”.

En literatura, si un personaje no cambia no suele funcionar como héroe. En Assasins Creed se habla de la genética y la predisposición a ciertos comportamientos. Pero todos somos resultado de al menos dos cadenas genéticas y un hogar X no siempre lleva a X. Libertad para obedecer, piensan otros personajes y sistemas como el retratado por Georges Orwell: tampoco se vale cambiar para no cambiar. Y hay que estar atentos.

Espero que haya cambio, que todos podamos cambiar para ser mejores con los demás y crecer como personas. ¿Cómo? No lo sé. Espero que haya esa posibilidad de otros finales. Creo que se puede cambiar, si no serían inútiles los sistemas carcelarios. Hacia dónde y hasta dónde, es la cuestión.

Por mientras, tenemos la imaginación. En las tres películas que les comentaba hay mapas falsos que hacen uno verdadero, hay un tesoro (igual que las esferas del dragón, las gemas del infinito o hasta los tres libros de Gravity Falls. Insistimos en saber cuál es el rompecabezas correcto sin saber qué figura debemos armar. Y si no hay rompecabezas o mapa del tesoro, lo inventamos.

Encontrar el tesoro requiere esfuerzo. No meter las manos al fuego por alguien no equivale a empujarlo a la hoguera. A menos, claro, que en las manos lo que tengamos sean los pelos de la burra. Ahí sí.
Les comparto “La huida”, un poema de Mihaï Beniuc:

“Ten cuidado, no pierdas un instante, el más terrible perseguidor de ti eres tú mismo.

Huye, huye, huye de ti, huye con todas tus fuerzas porque nada puede haber más terrible que sentir que nos agarramos nosotros mismos, furiosos, por los hombros, por la cintura.

¡Detente! ¿A dónde vas? Porque tú has robado y derrochado sobre todos los caminos todas las monedas del amor, del orgullo.
¡Responde! ¡No huyas! Aturdido te miras en tus propios ojos como en un espejo.

Quisieras mentir, pero ninguna mentira es posible ante tu propio yo
cuando en verdad yo ignoro si hay alguna ventaja para ella en tales circunstancias
y para el que la dice, para aquel que la escucha, aunque fuese mejor comprendida que en otro momento.

¿O conoces quizás otra salida? Párate, de pronto, porque tu yo te adelanta a fuerza de correr a tus talones, y vuélvete de prisa y da marcha atrás”.

Posdata: este 2 de agosto se cumplieron doce años de que publico el blog Crimentales, con altibajos y entradas de todo tipo, pues de todo tipo es lo que ha pasado estos doce años, en lo político, lo cultural, lo económico y lo personal. Ya veremos qué pasa.

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