Sin luz

Hace un par de días Marcos y yo nos aventamos una plática de esas que nos caracterizan. Han ustedes de saber que ambos hablamos hasta por los codos, situación que hace que el diálogo fluya cual corriente del río de Santiago en épocas de lluvia y cuando abren la compuerta de la presa.

Por circunstancias propias de nuestros trabajos, hemos tenido chance de conocer potosinos y potosinas bastante interesantes. Gente que se dedica a hacer estudios detalladísimos que pretenden auxiliar en la lucha contra el cáncer, otros que crean aplicaciones para monitorear la movilidad urbana, otros que difunden activamente los derechos de comunidades minoritarias, unos más que entregan el alma dando clases, otros que, a pesar de todo, siguen creyendo en sus trabajos como fuente de justicia. Hemos conocido también a quienes sus convicciones les han llevado a estar en la congeladora institucional dado que sus jefes, personas minúsculas, no entienden que el brillo propio, cuando es genuino, ayuda a iluminar a otros y no a opacar a quien está en la cima.

La cuestión es que veíamos que este estado está lleno de gente talentosa, preparada, creativa, envidiable. Sin embargo, y sin caer en juicios superfluos, pareciera que no hay mucho de que enorgullecerse. La percepción lleva a tener como cierto el oscuro panorama de un futuro desalentador, cuando en realidad lo que hay adentro de este túnel en el que parece que habitamos, es un montón de pequeñas lucecitas que se pelean por continuar encendidas.

Varias de esas personas talentosas se encuentran ahora en situaciones que los han llevado a querer tirar la toalla, cerrar el changarro, bajar la cortina y mejor dedicarse a cualquier otra cosa de la que han hecho hasta ahora. Algunos ya se fastidiaron de nadar contra corriente. Otros aman lo que hacen, pero no tienen la retribución económica suficiente. Algunos más ya se cansaron de pelear con trámites sin sentido o bien, de que no se reconozcan sus méritos. Uno puede ser genial, pero, humano al fin, necesitamos motivación y saber que lo que se hace tiene un significado

El otro día me topé con un respetable ex servidor público, ya entrado en la tercera edad y desde hace años jubilado. Un tipo con saber enciclopédico y experiencia envidiable. Me preguntó qué había sido de mi vida, y después de una concisa relatoría, me aconsejó que no pusiera mis pasiones en nada de lo que hacía. No valía la pena, según me dijo. A mí me entristeció que alguien a quien vi entregarse con amor a su trabajo, fuese ahora justamente quien me aconsejara lo contrario, y con un tono más bien amargo. Sin embargo, recordé sus últimos años de servicio profesional y cómo personas minúsculas se encargaron de bloquearlo para el último trabajo al cual aspiró, que le hubiera permitido retirarse por todo lo alto y, en cambio, terminó sus años laborales prácticamente suplicando una espacio que le permitiera acumular un par de años más para poder acceder a su merecida jubilación. El señor no había tomado mas que lo que su salario le daba, por lo que no es un hombre rico. Había en él un resentimiento que evidentemente seguía latente y pude entender por qué me aconsejó no entregar más de lo debido.

En general, suelo creer que tanto Marcos como acá su servilleta tenemos buena estrella, aunque también es cierto que cuando nos va mal, nos va realmente mal, épicamente mal. Pero supongo que rachas de esas más saladas que el agua del mar nos pasan a cualquiera. La cuestión es no dejarse arrastrar por la amargura y evitar caer en la tentación de hacer del sufrimiento un estilo de vida.

Por respeto a aquél hombre, no discutí que, en mi caso, la vida sin pasión no es vida, sea en el trabajo, en mi salón de la universidad o en donde sea. Creo que estábamos en frecuencias distintas que no iban a compaginar. No vi motivo para molestarlo.

En el caso de esas personas que brillan con luz propia, platicábamos que hay veces que los diseños institucionales no ayudan a que se potencialice el profesionalismo. También hay ocasiones en que las propias políticas interiores o incluso las políticas públicas, merman el talento haciendo que se pierda en rebuscados procedimientos. Y sí, también hay veces que la vileza apaga hasta las más brillantes ideas, pero lo cierto es que los viles suelen ser muy tontos y eventualmente se desvanecen sin que nadie tenga que hacer nada. La cosa es únicamente esperar a que desaparezcan.

Así que si usted, lectora, lector querido, es de los que anda pensando en aventar todo, agarrar sus maletas y meterse en un armario deseando encontrar del otro lado al fabuloso reino de Narnia, le digo que no se preocupe y se quede por acá un rato. Somos muchos los que lo necesitamos. Somos muchos los que lo valoramos. No se deje llevar por la pequeñez de las personas triviales. Usted da para más.

Dios me libre convertirme en uno de esos motivadores profesionales, pero francamente estoy preocupada por el grado de desazón por la vida con el que últimamente me topo. Por tanto, tome usted cuando menos la página de esta columna, enróllela y préndale fuego, porque de alguna manera tenemos que volver a encontrar la manera de iluminarnos.