Tengo todo excepto a ti

Traté de evitarlo, pero me voy a subir al tren. Ni hablar, uno es mortal y cae en tentaciones. El domingo la disyuntiva estaba entre ver el debate de los candidatos a la presidencia, y ver el nuevo capítulo de la serie de Luis Miguel. Por mi parte no hice ni lo uno, ni lo otro, en su momento. El Club de la Testosterona se fue de campamento el fin de semana, dejándome sola y mi alma en la casa por dos días completitos. Me la pasé a todo dar. Por tanto, cuando llegaron, hubo muchas aventuras que escuchar de mis tres hombres, así que tanto el debate, como la serie de Luismi, me las aventé diferidas.
Por un lado, el debate. El primer encuentro de candidatos me trajo una serie de emociones que iban de la risa, a gritarles a los candidatos en la tele como si pudieran escucharme. Marcos y yo nos la pasamos francamente bien. Poco faltó para sacar la botana, pero no teníamos hambre. Sin embargo, este segundo debate me dejó genuinamente preocupada. Ahora sí, no vi nada de carnita. Y miren que hay casos donde la ausencia de carne y el exceso de hueso queda bien, como en el cocido o en el caldo de espinazo que hace mi mamá; pero este no fue uno de esos casos. Los moderadores no se encontraban en la tónica debida, sino parecía que estaban entrevistando, así nomás. Y de los candidatos, pues tampoco. Noté un dejo de desesperación en todos que se apoderó del escenario de los debatientes y los llevó a actos descorazonados que me hicieron caer en el límite de la pena ajena y la risa nerviosa. Uno de ellos será presidente de todo el país y eso me tiene angustiada. Creo que cuando empiezan los adjetivos, es porque se acabaron los argumentos. Y merecemos un presidente con argumentos, no con adjetivos.
No soy partidaria de creer que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Quizá una pequeña porción de mexicanos sí se merece un gobierno de desatinos e incertidumbres, pero hay otro gran porcentaje interesado por el país y comprometido con sus causas que en definitiva, no merece ni remotamente presidentes viscerales. No creo tampoco en los gobernantes perfectos, sean presidentes, gobernadores, senadores o diputados. Son humanos como yo y como usted y por tanto, seres con fallas, incongruencias y errores. Sin embargo, la intolerancia, la retórica fácil, las acusaciones sin sustento no se pueden permitir en nadie, menos en alguien que pretende guiar un país.
Algún cómico estadounidense decía hace cosa de un año que Trump fue electo presidente, que había sido terrible la noche de las elecciones irse a dormir con la convicción de vivir en un país liberal, incluyente y despertar con Trump a lado, demostrando lo contrario. Eso, y saber que de manera tácita, se estaba otorgando una especie de permiso a todos aquellos que por contención social, habían estado reprimiendo sus ímpetus racistas. Con un presidente permisivo y hasta alentador de conductas que distan mucho del sueño de Luther King, se adivinaba que una ola de intolerancia se dejaría ver en Estados Unidos. Tenía razón. Ahí quedó Charlottesville y el abogado que en recientes días se desquició por completo al escuchar hablar español a dos personas.
Ahora, pienso en nuestro propio sueño el día de las elecciones. ¿Con qué país creemos que estamos durmiendo? ¿Con qué tipo de país vamos a despertar? ¿Qué tipo de caja de Pandora abriremos ese domingo? ¿Qué vamos a liberar? ¿Vamos a despertar cantando Tengo todo excepto a ti, el país que deseo?
No voy a recriminar a aquellos que prefirieron ver la serie de Luismi en lugar del debate. Quizá ahora, como yo, ya lo vieron diferido. Para los que no, entiendo su hartazgo, su hastío. No los justifico tampoco. Este país no está como para tirar la toalla, darse la vuelta y abandonarse en el delirio musical de La Chica del Bikini Azul. Ya vimos que evadirse y darse a la perdición no le funcionó a Luismi, que es el sol de México. Menos a nosotros, que somos simples mortales.
Lo feo de este asunto, es que pasando las elecciones, no habrá Luisito Rey a quién señalar como la epítome de la maldad.