Compromisos sin presupuesto es demagogia, dicen. Esta idea se encuentra presente en cada rincón de la vida pública de este país. Todo es necesario, todo falta, todo urge. Ante el surgimiento de determinados problemas públicos, no se hacen esperar las reacciones de la autoridad, algunas son lugares comunes. Es necesario hacer políticas públicas, urge legislar, apoyaremos, se va a revisar, yo me comprometo. Después de eso, nada.
Hay distintas formas de describir y explicar la lógica por la que suele pensarse que los problemas públicos van a atenderse. Si usted ha seguido con frecuencia este espacio editorial, seguro ya lo habrá notado: una cosa es atender y otra cosa es resolver los problemas. Desde la perspectiva de la autoridad, atender y luego resolver un problema público, en distintas ocasiones requiere la formulación de una cadena de eventos, decisiones y acciones que no ocurren por generación espontánea. Se requiere de conocimiento objetivo, voluntad política, capacidad administrativa y presupuesto. Se anuncian acciones, pero hay que tener cuidado; no hay que confundirlas con resultados. Vamos a ello.
De un tiempo para acá hemos notado que gran parte del descontento público que se manifiesta en las calles, en las plazas públicas, en las redes sociales o incluso en las instalaciones de las comisiones de Derechos Humanos en todo el país, se relaciona con una percepción de la ineficacia del estado para poder intervenir sobre un determinado problema que nunca termina por resolverse. Cada quien tiene luchas distintas, hay personas que luchan para que la comunidad vea y reconozca a un fenómeno como un problema. Otros intentan sensibilizar a las fuerzas políticas para que se legisle sobre determinados temas. Hay quienes necesitan que se formulen políticas públicas sobre asuntos concretos. Y hay quienes han visto que nada de lo anterior ha sido suficiente y han levantado la voz o tomado la plaza pública porque no han encontrado en los medios convencionales a una vía transitable para que, por ejemplo, se garantice una base mínima de derechos que están escritos en la Constitución.
Estamos hablando de perderle el miedo a la cultura de la exigencia. Hay quienes piensan que se cumple con el compromiso democrático cuando se observa y se tolera la protesta. “Está bien” -dicen-, “es libertad de expresión”. Y en cierta parte tienen razón; pero me parece más significativo y definitivamente más relevante que, desde la posición de la autoridad, una demanda o una protesta no de deslegitime por los medios, sino que se atienda con seriedad a los fines. Comete un grave error quien centra la discusión -o la nota de prensa- en si un grupo de mujeres hizo una pinta de consignas en un edificio público. ¿Podríamos hablar con seriedad sobre las causas que hacen que una persona decida abandonar los medios convencionales y encuentre en la protesta enérgica, un recurso útil?
Las Instituciones no son creadas para simular acciones públicas. Sino para atender problemas reales. Pero poco podrán hacer estas instituciones cuando no se les dotan de elementos y herramientas para poder hacer su trabajo. Como lo dije líneas atrás, se trata conectar un montón de elementos para que las cosas ocurran. Voy con un ejemplo concreto. Hay quienes creen que cuando se legisla en materia de prevención de violencia contra las mujeres, se ha cumplido el compromiso. Quizás pierden de vista -no de forma malintencionada, espero- que la legislación es apenas el punto de partida para que las cosas comiencen a ocurrir. Sin hacer el cuento largo: necesitamos de instituciones, procedimientos, infraestructura, personal profesionalizado, de buen diseño de programas y políticas públicas, de seguimiento público de las mismas. Y esto cuesta dinero. ¿Puede ver para dónde voy? Adquirir compromisos públicos -políticos- sin apoyar decididamente -con presupuesto- a su implementación, suena mucho a una promesa que nunca habrá de cumplirse.
Bien nos hace falta a todos exorcizar la noción que se tiene del presupuesto público y entender que una correcta y cuidadosa programación y aplicación del mismo es lo que hace que las cosas ocurran. La política -como actividad- es la cabeza que piensa y define los fines públicos, la administración -como actividad y como estructura- es la fuerza que permite ejecutar esas decisiones y materializarlas en algo real y concreto. Sinceramente me da la impresión que estamos muy centrados en debatir sobre la política, mientras se le ha prestado poca atención a los medios que hacen que la realidad se transforme. Como todo lo que es importante, eso también urge.
Agradecimiento. Lo tenía pendiente desde hace algunos días, pero se nos atravesó el grito. Si las cuentas no me fallan, este espacio editorial cumple dos años de llegar todos los jueves a sus manos. Hago patente el agradecimiento a esta Casa Editorial por tener las puertas siempre abiertas. Y desde luego a Usted, debe saber del entusiasmo y el enorme compromiso que siento por escribirle cada semana, y que encuentro honra en ello. Gracias por la generosidad de su lectura.
Twitter. @marcoivanvargas