Ya es otoño

Ya es otoño y en los camellones del Periférico, en la Ciudad de México, florecen las plantas de marihuana. Y aquí en San Luis Potosí hay quienes salen a pasear en su auto con una mata de marihuana de dos metros y medio. ¿Verdad que parece ficción? Pero no. Es parte de la realidad otoñal, la del último trimestre de este año. Uno más que se nos va.
La realidad.
Ya es otoño y estos meses pintan para ser de lo más interesantes.
No se trata de surrealismo, pero lo que cite en una entrega anterior de esta columna, acerca de que Dalí dijo que México era más surrealista que él y que no volvería, ya me regañaron, je. Parece que es sólo una bonita leyenda, porque Dalí no estuvo en México, igual que es un bonito cuento la historia de cómo nació la canción Acuarela Potosina.
De esos cuentos (chismes, rumores, memes) nutrimos la imaginación.
Nos la creímos, nos la creemos. Nos dejamos llevar, se nos hace fácil añadir elementos a las leyendas.
Una narración debe ser verosímil. Novela, cuento, película o serie, debe parecer real, y tener elementos, anclajes y descripciones que le den coherencia interna. Es así que nos creemos que un lobo le habla a una niña y ésta lo confunde más tarde con su abuelita. Supermán vuela y Hannibal Lecter tiene un olfato que le permite ver si alguien está enfermo y de qué.
Lo malo es que la realidad no siempre es verosímil.
Dicen los que saben que en América lo real maravilloso es el equivalente a lo fantástico europeo. Se ha acuñado la frase México mágico y casi todos los días es necesario usarla con el retintín de lo irónico.
Y cómo si no, cuando todos los días hay coincidencias que pueden ser motivo, inspiración para tragedias o comedias. Nombramientos y dichos, bromas y actitudes, lo privado y lo público. Todo cambia y hay que estar atentos.
A unos días de cumplir una vuelta más al sol en este planeta, acumulo hartazgos y me sigue asombrando nuestra especie. Para bien y para mal. Me gustan las coincidencias y los viajes, los amaneceres y los colores que proyectan. Lo mucho que desperdiciamos momentos preciosos.
Y bueno, a lo que sigue. Me propongo creer menos y crear más. Leer más y compartir lecturas, para que la realidad (que no la normalidad, como quedó asentado en la columna pasada) sea más leve.
Como Borges, “no estoy seguro de que yo exista, en realidad. Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado. Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados”. Soy citas, intertextualidades. Me aquello lo que Vila-Matas ha llamado el mal de Montano.
Y es que a todo mundo le veo cara de personaje, oigo sus historias y las entrelazo, los sueños y pensamientos compartidos (hasta los de enojo o de pesares) me enseñan que cada cabeza es un mundo de sinapsis, y que si estamos aquí podemos hacer la vida mejor para otros. Gracias. Todos cuentan, hacen poesía a su modo. Algunos ayudan y otros dificultan mi labor. ¿Cuál labor? La de hacer algo, lo que sea, que me haga sentir que aproveché el día.
“No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo”.
Fernando Pessoa

Estoy, estamos hechos de palabras. Gracias a quienes me leen, a quienes me lo hacen saber y a quienes no. Nos encontramos en este espacio, quizá en otros. Sufrimos a veces las mismas calles y a veces los mismos desencuentros con la realidad.
La mitad de la vida, le llaman algunos. Hay otros climas, es otoño.
Como comparte Mario Levrero:

“Aprender, por lo menos, del otoño. Después de todo, ¿por qué no dejarse estar, por qué resistirlo? […] ¿Pero por qué no dejar caer, uno también, las hojas secas? pensándolo bien, creo que éste será el sentido de mi libro: la colección de hojas secas que me había propuesto, serán mis propias hojas, verdes ayer, hoy una carga inútil en mis ramas. Lucirán mejor sobre el césped brillante. El trabajo más urgente, entonces: sacarle brillo al lector que soy”.

“Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir un paso de Vida que atraviesa lo vivible y lo vivido”, leo de Gilles Deleuze.
La palabra escrita es la que queda, a veces (y si no, no importa), por eso escribo poco y cito mucho. “Una vez que la escritura se ha convertido en el mayor vicio de uno, en el mayor placer, sólo la muerte puede interrumpirla”, dijo Hemingway.
Eso. Como Matilde Alba Swann:

“Quiero saber qué traigo escrito adentro,
la palabra en la sangre, la condena
taladrada en el hueso,
la implacable
mordedura prendida en la neurona”.
Matilde Alba Swann

“Escribe el que escribe; el que no escribe, no escribe, pero el que escribe de a de veras, escribe incluso cuando no está escribiendo. Y eso se aplica para leer o quizá también para el verbo amar”, dice uno que escribe, Jorge F. Hernández, en una entrevista.
A ver qué nos depara el otoño. Como las de los trenes o autobuses, toda estación es para emprender un viaje. Hagamos caso a Leopoldo Lugones: “No temas al otoño, si ha venido. / Aunque caiga la flor, queda la rama. / La rama queda para hacer el nido”.

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