Como sucede en cada estudio o aproximación estética, académica o de creación, cuando nos ligamos a una de las manifestaciones del arte, creemos que esa con la que nos hemos afianzado, pudiera ser la máxima de todas ellas, como me sucedió con la literatura y cuento esto porque, hace muchos años, creía que el arte literario, con su materia prima, el lenguaje, además que nos construía, daba respuestas, sostenía el tiempo y en los libros se encontraba el todo, también quería defender la idea de que todas las artes necesitaban de cierta manera del lenguaje, es decir, que el arte, se expresa, se siente, sin necesidad de explicarlo, y que la literatura parecía indispensable ante ellas para extender o potencializar a esa otra manifestación del arte.
Por ejemplo, la pintura: cuando apreciamos un cuadro, este está fijo, sin movimiento y el cuadro se pone en acción cuando se conecta con el lenguaje, con el título de la pintura, el nombre del artista, o mejor aún, si el cuadro nos remite a una experiencia propia o un contexto histórico o por todos conocido, esto es que, cuando las palabras llegan a esa obra, le regalan movimiento, temporalidad o acción.
Por eso consideraba que la literatura era indispensable para que las otras manifestaciones del arte pudieran “revalorarse” (algo erróneo, lo sé).
Después de darme por vencida y reconocer que no tenía ningún caso esa batalla, comencé a recorrer el campo de la intersección interartística, la sensual y erótica convivencia entre las artes, lo que se piden prestado, su coqueteo, la relación incestuosa entre ellas, que más allá de defenderse, en un sentido de imposición, se expanden, crecen y proporcionan una experiencia mucho más amplia al receptor. Comencé a zigzaguear por los límites y el campo de entrecruzamiento entre la literatura y pintura, literatura y escultura, literatura y danza, literatura y arquitectura, y en cuanto llegué a la música, reconocí en ésta otro nivel de abstracción, de inspiración, como una especie de autismo en la música, ya que esta se vive, se siente en un sentido diferente a las otras expresiones.
Soy neófita en la música, pero quise detenerme en las sensaciones que me provoca, acompasadas por el ritmo del corazón, y en esa búsqueda de información para reconocer la relación entre la literatura y la música, caí en la cuenta de que en realidad cada una de las artes son suigéneris, con sus propios recursos y siempre compartiendo con las demás para extender el placer estético.
Así llegué a interesarme por la ópera, la suma de todas las artes, ahí están todas, el coctel frente a todos los sentidos: la narrativa, la música, la danza, el teatro, la arquitectura, el cine en vivo.
La ópera confirma: no dividamos las artes porque todas son hijas de Mnemosine, son hermanas y habitan el mismo hogar. Apreciar una ópera es la oportunidad de tenerlas todas juntas y recibir a trasvés de los sentidos la cascada de emociones en las que podemos fundirnos en una catarsis.
La ópera clown, “Santino”, que aprecié en nuestra ciudad, me llevó a todos los niveles emotivos, fue un deleite que los que asistieron sabrán de lo que hablo.
Fue la oportunidad de recordar que el arte está ahí para ser apreciado, sentido, experimentado y que es imposible apartarlo porque ha nacido inherente a nuestra vida.
El arte está para sanarnos, salvarnos, hacernos existir, para decirnos lo que realmente es el sentido humano.
@vanecortescolis