CIUDAD DE MÉXICO (AP) — Los abuelos maternos de la documentalista mexicana Sumie García Hirata son japoneses, pero ella casi no sabía nada del pasado de esta comunidad en México.
Fue gracias a su cortometraje "Relato Familiar", sobre un tío-abuelo sobreviviente de Hiroshima, que conoció a la antropóloga mexicana Dahil Melgar Tísoc, especializada en migraciones asiáticas en América, y esto a su vez despertó su curiosidad sobre sus propios orígenes.
"En verdad no sabía nada y creo que ese shock es de las cosas que se comparten entre varias personas de la comunidad", dijo García en entrevista por videollamada desde la Ciudad de México.
El resultado de la investigación que llevó a García del sureño estado de Chiapas a la frontera con Estados Unidos en busca de la comunidad japonesa en México es el documental "Yurei (Fantasmas)" que se estrena el 12 de julio en cines mexicanos tras su paso como parte de la selección oficial del Festival Internacional de Cine de Morelia de 2023.
Muchos de sus entrevistados relatan que había una especie de silencio autoimpuesto por los migrantes de primera generación que preferían no hablar de su pasado en Japón al llegar a México, incluso con sus propios descendientes. Una mezcla de misterio y trauma compartido, que se repitió por varias regiones y generaciones.
"Creo que fue en muchos casos un intento de no pasarle tus desgracias a tus hijos, creo que era una manera de proteger a las generaciones venideras y creo que ahora las generaciones nuevas sí tienen más bien esta reflexión de ´hubiera preferido saber´", dijo García. "Sí hubo mucho silencio, creo que a raíz de mucho estigma que hubo alrededor de la Segunda Guerra Mundial de decir que eras japonés".
En el caso de la cineasta, su abuelo nació a Japón y se mudó al norte de México. Su abuela materna nació en México de padres japoneses, vivió un tiempo en Japón y volvió a México tras la Segunda Guerra Mundial.
En Estados Unidos, figuras como el actor George Takei han buscado rescatar la memoria de los campos de confinamiento para migrantes japoneses, donde se ordenó vivir a familias enteras, incluyendo menores de edad, durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero seguramente muchos mexicanos se sorprenderán al enterarse de que en el país también hubo este tipo de campos para la comunidad japonesa, como el instalado en la exhacienda de Temixco, en el estado de Morelos, al sur de la capital, donde transcurren algunas escenas del filme.
"Tiene unas complejidades muy específicas de México: cómo funcionaba, quiénes eran los dueños, parte de los dueños de Temixco eran de la comunidad japonesa; ellos lo veían como un refugio donde podían llegar todas estas familias desplazadas", dijo García. "Creo que esa historia es muy fuerte y necesita más visibilidad".
A lo largo del filme, uno de los hilos conductores son las coreografías de una misteriosa mujer que camina con largas telas en paisajes desiertos.
"Si estás entrevistando a una comunidad sobre el silencio y cómo no hablan de las emociones, sentíamos que necesitábamos una manera de expresar esas emociones", dijo García. "Tuve la fortuna de trabajar con la coreógrafa y bailarina Irene Akiko Ida, que es también una figura muy importante dentro de la danza tradicional y del Buto aquí en México".
Las coreografías de Akiko Ida progresan del baile Noh más tradicional, al Buto y a sus propias creaciones, las cuales dan la ilusión de que se trata de varias mujeres, incluso de edades diferentes. "Es la misma en todas, es increíblemente multifacética", señaló García.
La historia de intercambio entre ambos países va mucho más allá del siglo XX. En 2014, celebraron el 400 aniversario de sus relaciones comerciales y diplomáticas. García refleja esto e incluye historias de encuentros, celebraciones y, sobre todo, presenta una imagen diversa de la comunidad japonesa en México.
"Hay un agradecimiento muy profundo hacia México que abrazó a esta comunidad de migrantes, aunque la hayan pasado tan duro, yo encontraba una y otra vez un agradecimiento", dijo. "Todos los entrevistados decían que amaban México".