Cuando tomó la palabra y denunció que dos realizadores abusaron de ella siendo menor, la actriz Judith Godrèche entendía bien que quizás no trabajaría más. Lo hizo igualmente y ha llegado a Cannes como el gran símbolo del Me Too galo, con un corto propio, aunque desde la industria ya no la llamen.
“Yo era absolutamente consciente de que corría el riesgo de no volver a trabajar nunca más”, recuerda Godrèche, de 52 años, en una entrevista este sábado en Cannes con EFE y otro medio internacional, sobre aquel acto de valentía de principios de febrero al desvelar, tras tres décadas en silencio, lo que Benoît Jacquot y Jacques Doillon le habían hecho en los rodajes cuando era adolescente.
No era la primera ni ha sido la última en denunciar los abusos cometidos en la industria del cine francés, pero su testimonio y la manera en la que se echó esta lucha a sus espaldas -no solo en los medios, sino incluso en el Senado francés pidiendo legislación de prevención del abuso para el cine- convirtieron a Godrèche en la gran embajadora del actual resurgimiento del movimiento Me Too en Francia.
Sus miedos por su carrera parecen justificados ya que ahora, a pesar de su alto perfil mediático, los directores no la llaman para trabajar “en absoluto”.
“La mayoría, creo, en el mundo del cine, o al menos una gran parte del mundo del cine, no tiene ningún deseo de que las cosas cambien”, lamenta.
Aunque los abusos contra las mujeres y los menores son un problema que sobrepasa las fronteras del cine, Godrèche ve claro que el celuloide es un entorno particularmente tóxico por la divinización de muchas de sus figuras y por el poder absoluto que ejercen.
“Para que toda una sociedad dijera te creemos, te apoyamos, haría falta una revolución”, considera, y añade que en el lento cambio que atraviesa la sociedad es fundamental “que los hombres digan ‘te creemos, te apoyamos’, y no sólo que no ejerzan la violencia”.