El maestro Guillermo Azanza, reconocido titiritero potosino y fundador de la compañía Las Marionetas de Azanza, falleció dejando un legado invaluable en la escena artística de San Luis Potosí.
Su vida estuvo dedicada al arte del teatro de títeres, con más de seis décadas de trayectoria que lo convirtieron en una figura emblemática dentro del ámbito cultural del estado. Su trabajo, caracterizado por la creatividad y la dedicación artesanal, llevó alegría y reflexión a generaciones enteras de espectadores.
Azanza inició su carrera en 1960, cuando ofreció su primera función en una fiesta particular. A partir de entonces, construyó una compañía que mantuvo viva la tradición titiritera en México. Estudió Dibujo Técnico, Arquitectónico y Teatro, disciplinas que influyeron en su trabajo escénico. Su compañía llegó a contar con más de setenta marionetas y alrededor de cien escenografías creadas junto a artistas plásticos potosinos. Cada una de sus funciones combinaba música, humor y narrativa, consolidando un estilo propio que unía la teatralidad con la sensibilidad visual y sonora.
A lo largo de su carrera, presentó espectáculos en distintos puntos del país, como Ciudad de México, Monterrey, Zacatecas, Matehuala y Tampico, participando en festivales y eventos culturales de relevancia nacional. En San Luis Potosí, sus presentaciones formaron parte de celebraciones como el Festival del Desierto y el aniversario de la fundación de la ciudad, en los que su compañía fue sinónimo de talento y tradición. También recibió reconocimientos por su trayectoria, entre ellos los otorgados por el Museo Nacional de la Máscara y los festivales nacionales de títeres en Monterrey.
El artista reunió una colección de más de cien títeres provenientes de distintos países, entre ellos Checoslovaquia, Birmania y China. Estas piezas, junto con sus escenografías y utilería, conformaron una parte importante de su patrimonio cultural. En los últimos años, trabajó con su hija Carmen Azanza, con quien desarrolló nuevos montajes a partir de leyendas y relatos bíblicos, que marcó la continuidad de su legado familiar dentro del teatro de marionetas.
Guillermo Azanza fue, ante todo, un creador incansable que dedicó su vida a preservar un arte que combina la imaginación, la técnica y la emoción. Su trabajo consolidó al teatro de títeres como una expresión viva de la cultura potosina.
A través de sus personajes y escenarios, acercó el arte a infancias y adultos, demostrando que la magia del teatro puede resistir al paso del tiempo y a la modernidad.
Su partida deja un vacío en la comunidad artística, pero su obra permanece como una referencia indispensable del teatro popular y del arte escénico de San Luis Potosí.