Todo comienza con un movimiento leve. Una respiración de agua que va y viene, que se retira y regresa con insistencia. Así se presenta La edad de la marea, exposición de Celeste Alba Iris en el Museo de Arte Contemporáneo de San Luis Potosí, un proyecto de poesía expandida y poemario–instalación que propone a las y los visitantes un recorrido sensorial por los ciclos de la memoria, el duelo y la transformación emocional.
Curada por Santana García, la muestra parte de la escritura poética, pero se desplaza hacia el espacio para convertirse en experiencia habitable. No se trata de una ilustración del libro homónimo, sino de su expansión: un territorio donde el poema deja la página para adquirir cuerpo, ritmo y recorrido. “Había imágenes y emociones que pedían espacio”, señala la autora, quien reconoce que el tránsito hacia lo expositivo surgió de manera natural, casi inevitable.
LA MAREA COMO ESTRUCTURA
En La edad de la marea, la metáfora del mar funciona como eje conceptual. La marea no promete estabilidad, pero sí un ritmo constante: avanzar, retroceder, volver transformado. Ese movimiento cíclico articula la exposición y remite a los estados emocionales que la atraviesan —pérdida, espera, acumulación, derrame— sin un inicio ni un final definidos. El visitante no asiste a una narrativa cerrada, sino a un vaivén continuo donde cada paso modifica la experiencia.
Los poemas visuales reunidos en la sala se inscriben en el campo de la poesía expandida. Celeste Alba Iris fragmenta y reconfigura sus propios textos para permitirles crecer en el espacio físico y conceptual. El lenguaje se derrama y se desplaza entre materiales como impermeables, redes, papel y grava, que funcionan como extensiones del lenguaje poético. Aquí, el texto no explica, el espacio no ilustra y los materiales no decoran: todo se sostiene como capas que se tocan y se afectan mutuamente.
PAISAJES DE MEMORIA
El recorrido está pensado desde el cuerpo. La vista se activa, pero también el oído, la percepción espacial y un tacto imaginado que surge de la proximidad, del vacío y de la disposición de los objetos. Antes de comprender, el espectador siente. La obra ocurre en ese umbral donde algo pasa sin necesidad de ser nombrado de inmediato.
Cada pieza se erige como un fragmento de paisaje —a veces isla, otras península; a veces costa, otras estero— entre los pulsos de lo que fue y lo que todavía insiste en ser. Simbólica y espacialmente, el lenguaje deja huella, como el agua sobre la arena o la roca. El visitante es invitado a transitar esta orilla con atención y los sentidos abiertos, adentrándose en un espacio donde lo que se ausenta deja espuma y lo que retorna deja sal.
La memoria que se explora en la muestra no es únicamente personal. Parte de lo íntimo, pero se abre a lo colectivo y a lo imaginado. No se busca una memoria testimonial, sino una memoria mutable, que se transforma al ser compartida y que deja de pertenecernos del todo. En ese cruce, el espectador completa la obra desde su propia experiencia: su ritmo, su pausa, su desplazamiento activan el sentido.
EL DUELO COMO TRÁNSITO
En el trasfondo de La edad de la marea se encuentra el duelo por la muerte del padre de la autora, experiencia que también articula el poemario original. El libro aborda el deterioro físico y emocional de la figura paterna desde una voz lírica íntima y empática, utilizando la imagen del mar como metáfora del desgaste, la pérdida de identidad y la imposibilidad de regresar a puerto seguro. La exposición retoma ese núcleo emocional, pero lo traduce en un lenguaje espacial que no representa el dolor, sino que crea las condiciones para que emerja.
Más que una emoción concreta, lo que atraviesa la muestra es un estado de transición profunda: un paso entre lo que fue y lo que está por venir. En ese tránsito, el naufragio aparece no como derrota, sino como posibilidad de liberación. La obra no se cierra sin el otro; propone, pero no concluye.
EL RETORNO
La instalación marca también un punto de desplazamiento en la práctica de su autora, quien explora ahora formas híbridas donde la poesía se concibe como espacio habitable y acto colectivo. Celeste Alba pretende que al finalizar el recorrido, no quede una respuesta clara, sino una sensación persistente, una imagen que sigue moviéndose. Como la marea, que siempre regresa, aunque nunca sea la misma.