Durante la temporada decembrina, las celebraciones conviven con experiencias de pérdida que suelen quedar fuera del discurso festivo. Las reuniones familiares, los rituales y las tradiciones hacen visible la ausencia de quienes ya no están y colocan el duelo en un espacio compartido.
En este contexto, la tanatóloga potosina Anabel Gil Rodríguez reflexiona sobre cómo estas fechas influyen en la vivencia del duelo y en la manera en que las personas se relacionan con la memoria y la ausencia.
Gil explicó en una entrevista para Pulso Diario de San Luis que el duelo es un proceso natural de adaptación emocional, física, social y espiritual ante una pérdida significativa, en especial la muerte de un ser querido. Aclaró que no se trata de una enfermedad, sino de una respuesta vinculada al vínculo y al afecto. En ese sentido, hablar del duelo en diciembre resulta necesario para nombrar emociones que suelen quedar silenciadas por la expectativa colectiva de celebración.
Durante estas fechas, indicó, el duelo suele intensificarse porque diciembre activa la memoria emocional. Las tradiciones, los aromas, la música y las fechas significativas remiten a experiencias compartidas con quien murió, lo que genera comparaciones con años anteriores y reactiva el dolor. A ello se suma el cansancio emocional acumulado a lo largo del año y la presión social por mostrar bienestar.
La especialista señaló que las reuniones familiares colocan a las personas en duelo en una situación ambivalente. Por un lado, existe el deseo de cercanía; por otro, el temor a enfrentar la ausencia, visible en gestos cotidianos como un lugar vacío en la mesa o una voz que ya no está. La expectativa de felicidad puede generar culpa y llevar a ocultar el dolor para no incomodar al entorno.
Señala que, a diferencia de otros momentos del año, en diciembre el duelo adquiere una dimensión social y simbólica. No solo se llora la ausencia de la persona, sino también la pérdida de la forma en que se vivían estas fechas. El contraste constante entre celebración externa y experiencia personal puede aumentar la sensación de aislamiento.
Entre las emociones que aparecen con mayor frecuencia durante esta temporada mencionó la tristeza, la nostalgia, la soledad, la culpa, la irritabilidad, el cansancio emocional, la ansiedad y el vacío. Reconocerlas sin juicio, dijo, implica asumirlas como respuestas normales ante una pérdida significativa, sin clasificarlas como correctas o incorrectas.
La tanatóloga destacó el valor de los rituales como prácticas culturales que permiten integrar la ausencia sin negarla. Encender una vela, nombrar a la persona en la mesa, colocar una imagen, escribir una carta, realizar un acto solidario en su memoria o ajustar las tradiciones son acciones que ayudan a sostener el recuerdo desde el vínculo, no desde el silencio.
También advirtió sobre frases que suelen decirse con buena intención, pero que resultan dañinas en estas fechas, como pedir fortaleza, minimizar el tiempo del duelo o exigir ánimo por tratarse de Navidad. Señaló que el error más común es intentar eliminar el dolor, cuando lo que se requiere es acompañar y escuchar, mencionó que lo más sanador es decir: “No sé qué decir, pero estoy aquí contigo”.
Anabel Gil subrayó la importancia de cuidar la salud emocional sin forzarse a cumplir expectativas externas. Escuchar los propios límites, elegir a qué espacios asistir, mantener rutinas básicas y buscar acompañamiento profesional cuando el dolor impide la vida cotidiana forman parte de un proceso que merece respeto. Su labor se centra en el acompañamiento emocional y espiritual de personas que atraviesan duelos, pérdidas y enfermedad, a través de talleres, conferencias y espacios de escucha.