“En veintiocho años que tengo viviendo aquí en Laguna del Mante, nunca la había visto tan seca”, dijo un agricultor del norte de la ciudad respecto a la presa La Lajilla, que abastece a toda esa parte del municipio y que ahora tiene el lecho de sus orillas al aire.
El hombre, sencillo, de bigote entrecano, estaba extrayendo agua con una bomba montada en un remolque, de la presa La Lajilla para llevarle a sus vacas.
Aunque el panorama lacustre parece sano a los ojos de quien no acostumbra ir a ese lugar, cien metros más allá de la orilla actual está el verdadero límite de la presa, que está seca desde hace muchos meses, porque este año ha sido mezquino con las lluvias y el agua de los arroyos de Cerro Alto no alimentan a esa contención hídrica que alimenta a todo el norte de la ciudad.
En 28 años de estar viviendo en el ejido Laguna del Mante, Gilberto Marín nunca había visto así a La Lajilla.
Los guijarros blancos y la piedra laja que debería estar en el fondo de la presa están desnudas al sol de hoy, con plantas acuáticas que sobreviven de milagro a la resequedad que apenas conocían.
Un muelle de lanchas solitario es la prueba fehaciente de que, donde debería haber agua, solamente hay aire y piedras.