RÍO DE JANEIRO (AP) — Un trayecto de 20 minutos en coche separa el histórico estadio de Maracaná de Complexo do Alemao, una de las favelas más pobres y violentas de Río de Janeiro.
Una de sus residentes, la futbolista Kaylane Alves dos Santos, de 15 años, espera que sus potentes disparos e impresionantes driblajes le permitan recorrer la corta distancia desde la barriada al estadio dentro de tres años para jugar con la selección de Brasil en la final de la Copa del Mundo Femenina en 2027.
Esa posibilidad, antes remota, se hizo más real el viernes, cuando la FIFA eligió a Brasil como el primer país latinoamericano que acogerá un Mundial femenino.
Los organizadores han sugerido que tanto el partido inaugural como la final podrían disputarse en Maracaná, con capacidad para 78.000 personas y que ya albergó el partido por el título en los mundiales masculinos de 1950 y 2014.
La adolescente dos Santos sabe que los obstáculos para llegar a jugar alguna vez con la camisera de Brasil siguen siendo enormes, ya sea en 2027 o más tarde. No juega en ningún club profesional, solo entrena dos días a la semana y su alimentación no es la mejor debido a la escasa variedad disponible en la favela.
Y lo que es más importante, muchas veces no puede salir de casa para ir a jugar debido a los tiroteos entre la policía y los traficantes de drogas.
Aún así, está entusiasmada y esperanzada con la idea de que Brasil sea el anfitrión de esa Copa del Mundo, lo que le brinda una gran inyección de confianza.
"Tenemos un sueño (jugar con Brasil en el Mundial Femenino) y, si tenemos esa oportunidad, será lo mejor del mundo", contó dos Santos a The Associated Press esta semana tras un entrenamiento en Complexo do Alemao.
Ella y las alrededor de 70 jóvenes que participan en el proyecto Bola de Ouro (Balón de Oro) entrenan en un campo de césped artificial en una zona segura de esta comunidad de 3 kilómetros cuadrados (1,5 millas cuadradas).
Si no están sobre el terreno de juego, dos Santos y sus compañeras de equipo se contentan con asistir a los partidos de un torneo que solo podían soñar con ver tan cerca hasta que los miembros de la FIFA optaron por Brasil en lugar de por la candidatura conjunta de Alemania, Holanda y Bélgica. La Copa del Mundo femenina se disputó por primera vez en 1991 y en tres años celebrará su décima edición.
Brasil, que ha ganado el torneo masculino en cinco ocasiones, más que ningún otro país, no atesora aún ningún Mundial Femenino. Para 2027 es improbable que la superestrella Marta, que ahora tiene 38 años, siga en el plantel. Dos Santos y miles de futbolistas jóvenes más que han superado el sexismo para dedicarse a este deporte están decididas a inspirarse en la seis veces ganadora del premio a la mejor jugadora del año de la FIFA y hacer historia en su propio país.
Como les ocurre a muchas otras jóvenes futbolistas en Brasil, dos Santos y sus compañeras raramente juegan en equipos en los que no haya chicos. Hasta hace poco, tenían que compartir el terreno de juego con niñas de cinco años, lo que les impedía entrenar como les gustaría.
"(El Mundial Femenino en Brasil) no hace centrarnos aún más en intentar mejorar. Tenemos que poder jugar en esto", señaló Kamilly Alves dos Santos, de 16 años y hermana de Kaylane, con quien también comparte equipo. "Tenemos que seguir entrenando, compartiendo nuestras cosas".
Su equipo, que ya se ha enfrentado a los de la cantera de grandes clubes locales como Botafogo, está entrenado por dos activistas de la ciudad que en su día trataron de dar el salto al fútbol profesional.
Diogo Chaves, de 38 años, y Webert Machado, de 37, trabajan duro para conseguir que alguna de sus jugadoras llegue a la Copa del Mundo de su país, pero si eso no fuera posible, se conforman con que sigan estudiando.
Su organización sin ánimo de lucro se financia únicamente con donaciones.
"Al principio, básicamente, los niños querían comer. Pero ahora tenemos todo esto", dijo Chaves refiriéndose a la iniciativa que comenzó hace tres años. "Creemos que pueden llegar a la selección nacional. Pero nuestro mayor desafío son las oportunidades. Hay pocas para chicos de aquí, no solo para las chicas".
Machado apuntó que los entrenadores "no estamos aquí para engañar a nadie" y no creen que todas las jóvenes con las que trabajan vayan a ser deportistas profesionales.
"Lo que queremos para ellas es que sean personas honestas, todos tenemos que tener nuestro carácter", añadió. "Queremos jugar y que lleguen a ser enfermeras, doctoras, bomberas, alguna profesión en el futuro".
Las hermanas dos Santos, como muchas de sus compañeras, creen que llegar al Mundial Femenino como residentes en Complexo do Alemao es posible. Brasil tiene más de un centenar de equipos femeninos profesionales en los que hay futbolistas que viven también en favelas.
Pero no será fácil.
"A veces tengo que cancelar citas por los tiroteos, porque hay barricadas en llamas", contó Kamilly. "A veces, la policía nos dice que regresemos a casa, dice que no podemos bajar y apuntan con sus armas a mí, a mi madre".
Su hermana espera que las dos puedan superar la violencia, contra todos los pronósticos.
"Quiero ganarme la vida con el fútbol, cumplir todos mis sueños", afirmó Kaylane. "Y quiero marcharme de Complexo do Alemao. Quiero hacer que eso ocurra".