Le tomó tiempo decidirse, pero cuando Daniel Gammerman decidió no volver a pisar una sinagoga ortodoxa, tuvo claro que sería un acto de amor. No hacia la comunidad judía en la que creció, sino a sí mismo.
"Una sinagoga es un sitio espiritual, pero también es comunitario", dice Daniel, de 47 años, desde su hogar en Miami. "Si tengo que dejar la mitad de mi identidad en la entrada, entonces no es un sitio en el que me sienta bienvenido".
Como él, docenas de judíos ortodoxos LGBTQ han enfrentado dificultades para encontrar apoyo y aceptación en sus comunidades. Muchos fueron criados sin siquiera saber lo que "gay" quiere decir. Simplemente crecieron sintiéndose diferentes, pensando que era casi imposible acercarse a sus rabinos para preguntar: "Éste soy yo, ¿aún son bienvenido?".
"La manera en la que esto funciona tiene que ver con la invisibilidad", cuenta Daniel. "Entre nosotros no hay referencias a las personas LGBT y, cuando se mencionan, por supuesto es de manera negativa ".
No puede precisar una fecha en la que se dio cuenta de que es gay, pero sí recuerda con claridad la tormenta que la noticia ocasionó.
"Me llegaban textos enormes de diferentes personas que trataban de explicarme por qué estaba mal", dice. "Era un bombardeo de gente tratando de arreglarme".
Nieto de judíos europeos que migraron durante la segunda guerra mundial, Daniel nació en Brasil y se mudó a Estados Unidos en los años 90, cuando terminó la preparatoria. Cursó la universidad en una institución judía ortodoxa y a los 21 años se casó. Él y su esposa, a quien aún considera una amiga, tuvieron cuatro hijos.
"Construimos la familia perfecta", dice Daniel. "Cumplí con todo lo que se supone que una familia judía ortodoxa tenía que ser".
Temiendo destruir su futuro y la vida de sus hijos, reprimió sus sentimientos por años, hasta que un día no pudo más.
Primero hizo un viaje a Brasil, donde se encontró con un terapista que atendía a hombres gay en matrimonios heterosexuales. Eso le ayudó, cuenta Daniel, pero había una parte que faltaba: ¿Qué había de su vida como parte de una comunidad religiosa ortodoxa que ni siquiera reconocía la existencia de las personas LGBTQ?
Aceptar su verdadera identidad se volvió un poco más sencillo cuando conoció a Steven Greenberg, un rabino ortodoxo que es abiertamente gay y fundó Eshel, una organización estadounidense enfocada en conectar comunidades judías ortodoxas y LGBTQ.
De acuerdo con Miryam Kabakov, directora ejecutiva del grupo, la mayoría de las personas que los contactan comparten preocupaciones similares: Quiero salir del clóset pero he pertenecido a esta comunidad toda mi vida, ¿aún hay un espacio para mí? ¿Qué será de mí de ahora en adelante? ¿Podrías conectarme con un rabino que pueda ayudarme?
"Los guiamos para encontrar a líderes religiosos que les digan que aún hay sitio para ellos", explica. "Que todavía tienen las obligaciones y expectativas religiosas de siempre y que pueden ser fieles a su corazón y tradición si es que eso es lo que quieren".
Ely Winkler, un judío LGBTQ de 37 años que vive en Brooklyn, pronto volverá a una sinagoga ortodoxa. Le emociona porque será la primera vez que vuelva a rezar con su comunidad después de años de haberse distanciado.
"Después de que inició la guerra entre Israel y Gaza, sentí un llamado", dice. "No me sentía con suficiente fuerza como para defender mis creencias solo; creo que necesitaba fortalecer mi judaísmo y recordar quién soy".
Abrielle Fuerst, de 32 años, se mudó de Texas a Filadelfia hace seis años y Eshel le ayudó a encontrar una sinagoga inclusiva.
"Aquí no te dicen: ´Oh, ven porque eres judía y gay, te aceptaremos´. Simplemente dicen. ´Hola, eres judía, muchas gracias por formar parte de este espacio y muchos gusto´".
Uno de los proyectos de Eshel (en inglés llamado "The welcoming shuls") enlista a más de 200 rabinos que trabajan en América del Norte para convertir sus sinagogas en espacios acogedores para personas LGBTQ. La mayoría de ellos acepta que sus nombres sean públicos, pero otros piden mantener bajo perfil porque temen desencadenar posibles reacciones negativas en sus comunidades ortodoxas.
"Muchos rabinos tienen miedo porque saben que serán excluidos", asegura Miryam Kabakov. "Pero nosotros sabemos que están ahí".
Eshel, además, apoya a judíos ortodoxos LGBTQ que deseen poner cierta distancia con su religión. "La gente que ya no quiere ser religiosa suele estar muy afectada", añade. "Pero tratamos de ayudarles en esa lucha, de decirles que, si lo desean, pueden ser gays y religiosos a la vez. Puede tomar tiempo encontrar un sitio para eso, pero estamos trabajando en eso".
Daniel ha tratado de volver a sinagogas ortodoxas desde que decidió ser abiertamente gay, pero hasta ahora ningún recinto de Miami le ha hecho sentir realmente aceptado.
"Lo he intentado varias veces, pero es como usar un disfraz", relata. "En algún punto de mi vida lo soporté, pero mientras más te aceptas a ti mismo, mientras más te amas, simplemente no puedes tolerarlo".
Su comunidad ortodoxa nunca le prohibió asistir a sus servicios religiosos cuando se enteró de su orientación sexual, pero otro tipo de rechazo estuvo ahí. La gente dejó de saludarlo y de pronto se le pidió dejar de oficiar ceremonias. Incluso hubo una vez, durante un discurso, en que un rabino lo miró y dijo: "La homosexualidad está destruyendo a la humanidad y, si esto sigue así, ya no quedarán niños en el mundo".
"Perdí amistades, relaciones, participación y comunidad", dice Daniel. "Perdí todo muy, muy rápido".
Conocer al rabino Greenberg, quien está casado con otro hombre y tiene una familia, le hizo percatarse de que él también podría llevar una vida tranquila y feliz. Poco después de su encuentro decidió hablar con su esposa. La pareja se separó y juntos planearon cómo darle la noticia a sus hijos.
"He reconstruido mi vida desde entonces", cuenta Daniel. "Volví a casarme. Tengo un marido. Mis hijos son parte de mi vida y me entienden".
Con el tiempo se dio cuenta de que no sólo su familia, sino también su religiosidad, tenía que transformarse. En algún punto intentó asistir a sinagogas progresistas, como las que hay en Nueva York, pero al haber sido criado en una comunidad judía ortodoxa se sintió fuera de lugar.
Hoy no podría definir su religiosidad, pero los días sagrados del judaísmo aún significan mucho para él. Por eso cada año, durante festividades como el Rosh Hashaná y el Yom Kippur, se levanta temprano, usa un atuendo especial y abre su libro de oraciones.
"Digo las oraciones completas", dice. "Hago todas las alabanzas como si estuviera en la sinagoga, pero lo hago solo en mi casa".
Alguna vez alguien le enseñó que las oración judía requiere de al menos 10 hombres para realizarse, pero también ha aprendido otras cosas desde entonces.
"Si tuviera un botón que pudiera apretar para cambiar quién soy, no lo haría", dice Daniel. "Dios me hizo así, así que no está en mí cambiar. Debo amarme tal cual soy".