Madrid, 1 nov (EFE).- La historia de las vacunas tiene en Lady Mary Wortley Montagu (Londres, 1689-1762), escritora y aristócrata inglesa, una precursora que durante su estancia en Constantinopla, como mujer del embajador inglés descubrió en los harenes turcos la forma que tenían de inmunizarse contra la entonces mortal viruela.
La periodista y traductora italiana María Teresas Giaveri, catedrática de literatura francesa, descubre en “Lady Montagú y el dragomán” (Crítica) la historia de esta mujer que en el siglo XVIII luchó por difundir un descubrimiento revolucionario.
Giaveri lo cuenta como un libro de viajes que nos lleva desde Londres hasta Constantinopla pasando por el continente europeo de la mano de esta mujer con la cara desfigurada por la viruela a la que logró sobrevivir y que se casó por amor, lo que entonces no era habitual.
Conocida literariamente por las cartas que envió desde Constantinopla, Montagu descubrió que allí solían inocular los cuerpos de las personas sanas con materia purulenta extraída de los enfermos para "vacunarlos", una práctica que se extendió al resto de la sociedad otomana y que se hacía también en los baños para mujeres y harenes como pudo verlo ella misma.
Pero fue el dragomán (intérprete) de la embajada inglesa quien le puso en la pista, en este caso un noble de Constantinopla de origen genovés, Emanuel Timoni, que había estudiado medicina en la Universidad de Padua.
Convencida de la eficacia profiláctica del tratamiento, vacunó a sus dos hijos y una vez que regresó a Londres intentó convencer a los aristócratas y a los médicos que aplicaran el procedimiento cuando estalló otra epidemia de viruela.
Gracias a la ayuda del médico personal del rey, Sir Hans Sloane, en 1721 se probó en seis condenados a muerte, a lo que siguió la inoculación de viruela a los niños de un orfanato. Cuando se vio el éxito, le siguieron las familias aristocráticas y la realeza.
Al mismo tiempo leemos las vicisitudes de Lady Montagú, que regresó al continente en 1739, tras las decepciones sufridas con sus dos hijos, y que abandonó a su marido con la excusa de que necesitaba un mejor clima para su salud para estar con su amante Francesco Algarotti.
El italiano Algarotti, un hombre culto, brillante y arquetipo de la Ilustración, 23 años más joven que ella, también era el amante del rey de Prusia Federico II el Grande, y su historia con Lady Montagú terminó pronto.
Ella acabó viviendo en Venecia. Cuando su marido murió de cáncer regresó tras un peligroso viaje a Londres, donde llegó en enero de 1762, para morir unos meses después.
Como recuerda Giaveri, la empresa de Lady Montagú fue el pistoletazo de salida de la historia de la vacunación. Lo que entonces fue considerado un "experimento practicado por mujeres ignorantes" hoy día se llama vacuna.