LA JOVEN MATRIARCA

Una nublada mañana de invierno hace 11,700 años, en la región volcánica de México central, una fila de grandes mamuts columbinos, marchaban por el fondo de un valle rocoso. Llevaban sus cabezas agachadas y las trompas colgando entre sus defensas amarillentas; la manada despedía un olor acre a sudor y miedo. Iban silenciosos, solo se escuchaban sus respiraciones profundas y el crujido de las piedras bajo sus enormes patas; se levantaba un fino polvo gris que se pegaba a su piel y pestañas. Adelante del grupo, una vigorosa mamut hembra abría camino entre los arbustos, la joven guía debía medir más de cuatro metros de alto y pesar unas ocho toneladas, tenía el lomo cubierto de un ralo pelaje dorado y rojizo que destacaba entre los matorrales; ella se detenía a momentos, levantando su trompa tratando de olfatear algún indicio de peligro en esta región donde se habían aventurado; le inquietaba estar rodeada de laderas empinadas, lugar propicio para una emboscada de leones. Ella se sabía fuerte y valiente, no temía a los leones, ni a los lobos que siempre huían ante sus embestidas agachando las orejas. Le preocupaba su manada donde los integrantes eran sus tías, hermanas, una con el vientre inflado pronta a parir y dos inquietos muy jóvenes machos con sus defensas apenas asomándoles entre los labios. 

Como es propio de los grandes paquidermos, una vieja y experimentada hembra siempre es la matriarca que guía a la manada. La joven mamut sentía esa responsabilidad como una profunda constante inquietud, se desesperaba cuando alguno se separaba del grupo; lo llamaba con fuertes barritadas y si no respondía, rastreaba entre la vegetación hasta reunirlo con el resto, todos aceptaban sus órdenes sin un resoplo de disgusto.

Lo mamuts venían desde muy lejos, migraban por hambre y sed. Un mamut de columbino adulto debe comer unos 180 kilos de hierba y beber 50 litros de agua al día. Pero en las últimas temporadas casi no había llovido en la región; pastos y árboles se habían ido secando; y los paquidermos, aquerenciados al territorio, habían tenido que comer corteas de árbol o arbustos espinosos que crecían en el fondo de barrancas, los masticaban hasta exprimir las últimas gotas de savias amargas. Un día vieron a la vieja matriarca pateando, escarbando la tierra, para que brotara agua lodosa. Al final, la vieron alejarse sola; la esperaron y al atardecer barritaron llamándola. Fue la joven quien salió a buscarla, pues ella siempre caminaba junto a la vieja matriarca, quien era abuela o bisabuela de casi todos en el grupo. La encontró echada en el fondo de una hondonada y permaneció junto a ella toda la noche, cuidándola de las fieras. El amanecer las encontró en la misma posición y en ese momento la joven comprendió que ella se había convertido en la nueva matriarca. Aunque angustiada e insegura, sintió una gran voluntad de hacer algo, entrada la mañana regresó con los demás y nadie llamó o buscó a la vieja líder, todos parecieron comprender; solo los jóvenes machos voltearon al noreste, esperando ver aparecer a la antigua líder.


Las familias de mamuts de columbia (Mammutus columbi.) 

Quienes habitaron en el altiplano de San Luis Potosí, como los paquidermos actuales, eran lideradas por una matriarca, una hembra vieja y experimentada.

A partir de ese día todos siguieron a la nueva joven matriarca. Cada tarde ella los guiaba al único manantial que quedaba y todos conocían. Pero este también se agotó; otras manadas de animales se habían ido hacia el norte, a las llanuras costeras donde vieron algunas nubes altas que destellaban relámpagos. Insegura, la joven matriarca no se decidía a migrar, no tenía idea hacia dónde ir. Una noche sin luna, con el viento del Oeste, todos en la manada percibieron un lejano pero definido olor a hierba y agua. En la oscuridad se agitaron ronroneando excitados y antes de la salida del sol ya habían empezado a caminar. 

Ahora, llevaban tres días sin beber una sola gota, caminando en el rumbo donde esa noche habían olido agua y plantas … En el valle rocoso las cosas empeoraron para la joven matriarca, descubrieron que el valle terminaba en una cañada cerrada de pendientes rocosas. Se detuvieron sabiendo que morirían si intentaban regresar. La joven matriarca empezó a ascender por la escarpada ladera, mientras su enorme corazón latía agitado. Recordó de muy joven cuando cayó por una empinada orilla del rio; salió asustada irguiéndose sobre sus patas traseras, poniendo las delanteras sobre el talud frente a ella, ascendiendo, adelantando la cabeza y estirando la trompa, desplazando su peso a las patas delanteras. Trepó sobre sus rodillas y se irguió en la cima. Todos la vieron mientras ella resoplaba poniéndose de pie triunfante en la cima. Ronroneo y barritó animándolos a seguirla; todos efectuaron la misma maniobra, hasta la hembra preñada que trepo arrastrando su enorme vientre sobre las rocas. 


Los valles volcánicos de México, fueron un último refugio para la diversa megafauna de la era del hielo. 

Resoplaron de alegría mientras de lo alto contemplaron un enorme lago rodeado de pastizales y bosques que se extendía lejos hacia el norte; se veían mucha aves y manadas de caballos y bisontes. Los paquidermos alzaban sus trompas oliendo extasiados el agua y las fragancias de innumerables plantas y flores que venían desde las orillas. Ciento cincuenta siglos en el futuro, esta región seria llamada el valle de México, una cuenca lacustre entre volcanes cubiertos de nieve resplandeciente. La joven matriarca nunca había visto la nieve, pero alguna memoria ancestral la hizo sentir su frescura y suavidad.  La invadió una enorme confianza y alegría, por ver a su manada completa y a salvo, mientras descendían resoplando agitados por la pendiente hacia el agua. La joven se sintió ser la matriarca por primera vez y se llenó de valor. Tuvo una sensación de orgullo; los grandes mamuts no debían temerle a nada, eran fuertes, valientes, y en poco tiempo este lago sería su nuevo territorio. Le extraño la montaña de cuya cima surgía una nube vertical, alta como de tormenta…

(CONTINUARA EL PRÓXIMO LUNES)