Luis Enrique Urban Gómez limpiaba el lugar donde su familia guarda los fuegos pirotécnicos cuando ocurrió la explosión en la bodega contigua. El propietario murió y ocho personas resultaron heridas, incluido Luis, quien sufrió quemaduras de segundo y tercer grado.
A casi dos meses del accidente, Luis aún no se recupera del todo y pasa el tiempo recostado en casa de sus padres, pero el joven de 20 años está de buen ánimo y a la espera de que sus heridas sanen por completo para regresar al negocio de los fuegos artificiales.
“Pues a pesar de esto sí es un gusto que uno tiene”, dijo Luis, quien aún tiene vendajes en el torso, pero mantiene al descubierto varias de las cicatrices enrojecidas que recorren gran parte de su cuerpo. “Es un trabajo que tienes, que lleva uno con tradición… es algo que hemos decidido desde chicos”.
Luis vive en Tultepec, un municipio ubicado a una hora al norte de la Ciudad de México y conocido como la capital de la pirotecnia. Es un lugar con un sutil aroma a azufre, en donde por varias generaciones miles de familias han hecho de la fabricación de fuegos artificiales su modo de vida.
Pero Tultepec también es famoso por las explosiones mortales que ocurren con tanta frecuencia que los mexicanos ya no se sorprenden. Cuando se conoce que otro taller clandestino explotó, en las redes sociales circula la misma pregunta: ¿por qué la gente sigue dedicándose a eso? Para los Tultepequenses, como se les conoce a los oriundos de ese municipio, la pirotecnia es un orgullo, parte de su identidad y una tradición a la que no están dispuestos a renunciar.
“Cuando hablan de la pirotecnia en México pues igualmente hablan de Tultepec, es algo que también llena de orgullo y es algo que fortalece a seguir trabajando”, dijo Luis. “Queremos seguir sobresaliendo, tratar de mejorarlo, para buscar las formas que sean más seguro este trabajo”.
La explosión del 25 de junio que también dejó a su primo con un pulmón perforado y sin una pierna, fue uno de al menos tres estallidos en poco más de un mes.
El 6 de junio, una explosión mató a ocho personas y lesionó a siete en una casa, y el 5 de julio una serie de estallidos causaron la muerte de 25 personas e hirieron a por lo menos 49.
Uno de los accidentes más graves ocurrió a finales del 2016 en el mercado abierto de fuegos artificiales de San Pablito, en donde una reacción en cadena de explosiones mató a por lo menos 42 personas, incluidos clientes que estaban ahí para abastecerse previo a los festejos navideños.
Sólo el año pasado hubo 40 accidentes con fuegos artificiales en todo el Estado de México, donde se encuentra Tultepec, que cobraron 24 vidas y más de 100 heridos, según datos del Instituto Mexiquense de la Pirotecnia. Hasta el 5 de julio de 2018, ha habido 16 accidentes con 40 muertos y más de 70 heridos.
Esas tristes estadísticas, sin embargo, tienen otra cara: la pirotecnia representa el sustento de miles de familias. De acuerdo con el instituto mexiquense, la industria genera una derrama económica en el país de más de 1.200 millones de pesos (unos 65 millones de dólares) tan sólo para los festejos anuales del 16 de septiembre, el día que los mexicanos conmemoran la Independencia.
De acuerdo con el Instituto Mexiquense de la Pirotecnia, alrededor de 40,000 familias en el Estado de México viven de la pirotecnia. Y asegura que Tultepec es el municipio que cuenta con el mayor número de permisos para la fabricación, almacenamiento y venta de fuegos artificiales en el Estado de México y estima que alrededor de 65% de sus habitantes está involucrada directa o indirectamente en la producción de fuegos artificiales.
Con los dedos manchados de color negro, Lázaro Luna, llena uno a uno tubos de papel con un polvo hecho a base de carbón, aluminio y otros compuestos químicos. Esos tubos serán sumergidos en cera y atados a una estructura de metal que puede tener cualquier forma, desde la figura de un santo, algún animal o lo que decida la imaginación. El resultado final es un castillo pirotécnico, un espectáculo de luces de colores, efectos y sonidos.
“Es un arte, es arte de hacer las cosas, de saber revolver los productos y con la seguridad de que están bien, dibujar una figura”, dice Lázaro. “Cuando el público te aplaude por el trabajo que acaban de ver que está bien, se siente uno orgulloso”.
Lázaro comenzó en la pirotecnia a la edad de 12 años. Apenas regresaba de la escuela, le ayudaba a su papá, quien le enseño el oficio. Hoy, 61 años después, tres de sus hijos siguen con la misma tradición.
“Esto es un trabajo como cualquier otro; honrado, no robamos, es un trabajo muy noble y pues no nos vean así como personas que somos asesinas o andamos queriendo provocar accidentes nada más porque sí”, dijo Noé Luna Hernández, uno de los hijos de Lázaro. “Pirotecnia es luz, es fiesta; son colores, es diversión”.
El taller de los Luna tiene una licencia gubernamental para operar. Está distribuido en tres áreas para diferentes partes del proceso: almacenamiento de la materia prima, la zona de producción y la de producto terminado, cada una de ellas separada por 10 metros por cuestiones de seguridad. También cuenta con extinguidores, una pileta de agua y un arenero para atender cualquier emergencia.
Las autoridades realizan visitas a talleres y centros de comercialización. Sin embargo, hay también un número incalculable de talleres clandestinos que operan sin regulación por parte de las autoridades y son los más peligrosos.
Después de más de 13 años como bombero de Tultepec, José Luis Juárez dice no recordar cuántos accidentes de fuegos artificiales ha visto. Sin embargo, estima que alrededor de tres cuartas partes ocurrieron en talleres clandestinos y que la causa principal suele ser la inexperiencia o el mal manejo del material pirotécnico. Muchas llamadas de emergencia son para atender personas que han perdido manos o brazos, o que resultaron con heridas severas en la cara y el pecho.
Juárez tiene una cicatriz de quemadura en su mano derecha, el recuerdo de la explosión del 5 de Julio, cuando fue de los primeros en acudir al siniestro.
Después de llegar, una segunda explosión los tiró a todos al piso. Instintivamente intentó ayudar a sus compañeros, pero dos de ellos ya habían fallecido.
“Es doloroso volver a recordar eso porque sientes una impotencia de no poder ayudar a tus compañeros; el que trataste de ayudar y no pudiste”, dijo.
Juárez asegura que respeta las tradiciones de la ciudad y entiende que muchos recurren al comercio clandestino de fuegos artificiales porque no pueden pagar una licencia. Dice que para evitar más accidentes, es importante que los nuevos pirotécnicos aprendan de aquellos que tienen más experiencia y de que las autoridades trabajen para ubicar y regular las operaciones clandestinas.
Después de una explosión, los lugareños suelen rodear los camiones y expulsar físicamente a periodistas y a otras personas, por temor a la mala publicidad. Juárez dice que a veces incluso atacan a los bomberos.
“Me gustaría que los señores pirotécnicos comprendieran que nosotros a lo que vamos es a ayudar”, dijo. “No somos policías”.
El orgullo local por la cultura y tradiciones de Tultepec es evidente en un grupo de jóvenes cuya misión es promover el municipio a través de exhibiciones de arte, conciertos e incluso elaboración de manuales ilustrados para el manejo seguro de la juguetería pirotécnica.
Una muestra de la cultura pirotécnica son los tradicionales “toritos”, estructuras de carrizo o de metal en forma de toro, cubiertas de papel y pintadas con coloridos diseños.
El pasado 30 de Julio, en la población de Santiago Teyahualco en Tultepec, niños y adultos se dieron cita en las calles para la quema de “toritos” en honor a Santiago Apóstol.
Los vendedores ambulantes, la música y la alegría de la gente se fusionaron para crear un ambiente festivo que contagia.
Al grito de “¡Fuego! ¡Fuego!” los “toritos” son encendidos y todo se transforma en un espectáculo explosivo de luces y sonidos. Es común que algunas chispas salten por doquier y alcancen a los espectadores, pero eso parece no impedirles disfrutar el espectáculo.
En marzo, el diario El Universal informó que 549 personas resultaron heridas en otra quema de toritos en Tultepec, en su mayoría quemaduras leves y hematomas.
Karen Arellano, una espectadora que improvisó un escudo con una caja de cartón disfruta del espectáculo a pesar del riesgo.
“¿Miedo? Sí, sí me da miedo y es inevitable”, dijo Arellano. “Yo creo que todos los que estamos aquí nos da miedo, pero la adrenalina que se siente y ver el espectáculo y la gente cómo se pone, es maravilloso.”