LAS PELEAS DE GALLOS

A los humanos nos encanta observar conflictos. Nuestro cerebro evoluciono en un ecosistema complejo donde teníamos que conocer quién era el más fuerte, rápido, lento o débil para cuidarnos de unos y cazar a los otros. Este interés, tan útil en las llanuras con leones, antílopes y aves, quedo en nuestras cabezas como un instinto vital. Ya no hacemos peligrosas caminatas para cazar o buscar raíces y frutas, como cuando éramos una manada más de animalitos en las llanuras africanas; pero aún nos emociona observar conflictos y resultados. 

Nos emocionan historias épicas, leyendas de conflictos del pasado, surgiendo así la industria del espectáculo deportivo futbol, box, luchas (con las correspondientes apuestas). El espectador escogía sus favoritos, sintiendo su victoria o sufriendo la derrota. Emociones, egos y orgullos se proyectaban sobre los deportistas, actores o incluso animales.

Fisiológicamente, este fenómeno se debe a las “neuronas espejo”, circuitos neuronales, evolucionados en las mentes de muchas especies sociales, como la nuestra, que permiten al individuo reconocer a los “otros” como miembros, héroes o lideres de un grupo, generando la empatía necesaria para funcionar como equipo. Así, respetamos y favorecemos instintivamente a quien aparente ser nuestro “gallo” defensor de bienestar de nuestra tribu. 

Estas emociones aparecen en las simulaciones, de guerras o cacerías que son los deportes, donde el contrario emocionalmente es otra tribu, la pelota de vuelve un proyectil arrojado a un bisonte o mamut. Y anotar un gol significa que esos días comeremos carne.   

El problema es cuando estas simulaciones se vuelven cruentas para los “jugadores deportistas” como los gladiadores romanos o las corridas de toros, que eran circos dramatizados con la sangre involuntaria de los pobres participantes.  

En México y Latinoamérica convertimos a los gallos en gladiadores emplumados, para nuestro circo romano tercermundista. Dramatizado con arriesgadas apuestas y los espectadores exhiben prepotentes bravatas, dando rienda suelta a sus complejos de inferioridad o de superioridad. Y todo depende de un pobre pájaro que solo quiere defender su territorio… La mayoría de las aves son territoriales, los machos cantan temprano en las mañanas, para anunciar su presencia a posibles intrusos y atraer hembras. Si algún retador aparece… se amenazan apuntándose con sus picos, erizando las plumas para parecer más grandes; y entre aletazos y patadas combaten golpeándose con el espolón de las patas. En los combates por territorio, dominancia o apareamiento, no se quiere lastimar a congéneres rivales. (A ningún animalito le conviene ser la única presa disponible para los depredadores de la región). Las astas de venados y renos tienen puntas ramificadas para entrelazarse y forcejear hasta determinar al vencedor, no tratan de picarse.   

Según la biología, realidad científica, vemos que las tradicionales peleas de gallos, peleas de perros, carreras de palomas mensajeras, se basan en falsedades, engaños, sobre el verdadero comportamiento de los animales. Los animales perdedores, ya no escapan para intentarlo el año siguiente, van sin dignidad de combatiente, a un tambo de basura; total que importa, mueren millones de aves cada día en los rastros. Colocarles navajas a los gallos es un engaño; una perversa traición al comportamiento natural del animalito, solo para añadir dramatismo a la pelea; como sería darles navajas a los niños en sus peleas a la salida de clases.    

Las peleas de gallos han calado profundamente en la cultura de México. Cualquiera puede comprar un gallo y apostar; dinero y orgullo. Así, se ha glorificado este cruel espectáculo, recordemos la película “El Imperio de la fortuna” de Arturo Ripstein (1986), basada en un relato de Juan Rulfo. También existen canciones y corridos como “La muerte de un gallero” o “El Palenque” Es lamentable que la vasta y tradicional cultura ranchera mexicana, tenga como un símbolo este espectáculo cruel y traicionero. En la canción de Vicente Fernández:” Hoy platiqué con mi gallo”, se cuestiona esa contradicción de como un gallero manda a la muerte a su querido amigo.

A todo esto, las autoridades gubernamentales y las universidades con carreras de biología relacionadas …algo deberían decir. Mencionar siquiera las leyes de protección animal. Sus presupuestos institucionales vienen de nuestros impuestos, pero siempre mantienen un perfil bajo, terriblemente ausentes, sin siquiera rendición de cuentas, en las nuevas políticas de protección a los animales.


? Los humanos, como todos los animales, durante millones de años evolucionaron instintos muy útiles en el pasado, pero que aún permanecen en nuestros cerebros.


? Colocarles navajas en las patas, es traicionar al ritual biológico, no sangriento, de su especie. Pero la sangre agrega drama y emoción al lastimero espectáculo.