No hay excusa que valga para justificar la violencia contra niñas, adolescentes y mujeres. Ninguna. Por eso, con gran puntería, #NoHayExcusa es el lema (y hashtag) propuesto por la ONU para este lunes 25 de noviembre. Se trata justamente de eso, de poner fin a las violencias contra ellas, pero… cómo lo hacemos en medio de un mundo patriarcal que está cimentado en una interminable red de complicidades que protege y blinda a los perpetradores y normaliza sus brutales acometidas.
Cómo reventar los eslabones de una cadena muy enfermiza que empieza en las familias y se extiende a médicos, policías, fiscales, jueces y enajena a sociedades completas. Vaya, enfanga al Estado completo de cada país.
Mi novia está leyendo de nuevo a esa tremenda escritora que es Rita Segato y me la cita con vehemencia. El violador, dijo Rita Segato en 2016, es expresión de una estructura profunda. Él y su colectividad “comparten imaginario, hablan en mismo lenguaje, pueden entenderse, actúan en compañía”, tuiteó Julia hace un par de días. Sí, “la violación no es un acto sexual, es un acto de poder, de dominación, es un acto político”, ha dicho la escritora y antropóloga argentina. Y hay algo más profundo que eso, porque la violencia extrema de sociedades machistas y misóginas -como la mexicana- deriva en la monstruosa pretensión de los agresores de que ellos tienen la potestad… de dar vida o muerte a ellas: “Al referirme a esta época, suelo utilizar el concepto de ‘dueñiedad’. Este concepto excede al de desigualdad, porque marca la existencia de figuras que son dueñas de la vida y de la muerte”, dijo Segato, en una entrevista con la plataforma ATEdiversa.
¿Cómo acabamos con todo esto? Se trata de hacer estallar en mil pedazos la complicidad entre los hombres. Somos nosotros los que tenemos que deconstruirnos para poder confinar y excluir a los agresores de mujeres. No es permisible el menor guiño de complicidad. El silencio es un estruendoso convivio que festina las atrocidades contra las mujeres.
Usted dirá, bueno, eso pasa en Francia, no en México. Tiene razón: aquí es mucho peor, y por eso le doy las cifras que reporteó mi colega Perla Chávez en Gaceta UNAM el 19 de noviembre pasado: cifras preliminares de 2024 de la Secretaría de Salud marcan que, en lo que va del año, ocho mil 775 infantes fueron atendidos por lesiones de violencia sexual: 610 menores de cero a cinco años; mil 217 de entre seis y 11 años; y seis mil 948 adolescentes de 12 a 17 años. De las víctimas, por supuesto, nueve de cada diez (92.71 %)… fueron mujeres.
¿Qué es esto? Qué le pasa a una sociedad que permite que un promedio de 813 niñas y adolescentes sean agredidas sexualmente cada mes, 27 cada día, al menos una cada hora.
Los hombres tenemos que extirpar la violencia cómplice que implica no parar en seco a otros hombres, a los violentos. #NoHayExcusas. Hagámoslo ya, desde hoy, cotidianamente. Un hombre chido es un ser libre de agresores de mujeres a su alrededor. Atrévanse, señores. El patriarcado existe: es la complicidad.