A flor de piel

Esta columna se llama Crimentales porque desde hace tiempo se ha recrudecido en los círculos oficiales la percepción de que pensar críticamente es un crimen. Cualquier desacuerdo o crítica constructiva puede ser vista como crimental. George Orwell creó ésta y otras palabras como parte de la Neolengua hablada en su novela 1984: un lenguaje oficial pleno de eufemismos que encubre las intenciones del Estado.   

Así, el Ministerio del Amor se encarga de hacer la guerra, y el Ministerio de la Verdad de hacer que la historia y las noticias se vayan adaptando a las necesidades del gobierno, a quien nadie ve pero puede ver a todos, encarnado en El Gran Hermano.

Si en Rebelión en la granja la sátira de Orwell se dirigió hacia la revolución y sus protagonistas en la hoy ex URSS, en su distópica 1984 criticó a un sistema autoritario que sobrepasa con mucho a lo que hoy se usa como cuento para asustar en muchas partes, el comunismo. 

Por ejemplo, este fragmento:

«Siempre habrá el afán de poder, que aumentará y se hará cada vez más sutil. La emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo indefenso. Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro, figúrate una bota aplastando un rostro humano, incesantemente…»

Son tiempos revueltos gracias a la pandemia pero parece que ningún gobernante (o aspirante) ha leído o querido ver hacia dónde vamos. Todos piden fe absoluta y recurren a nuevas palabras y conceptos. Todos son prístinos, y no se vale desconfiar de ellos. En 1984 se dice que si el gobierno dice que dos y dos son cinco, así debe uno creerlo. 

De la muerte de un ciudadano afroamericano a manos de la policía, la mirada publica en México volteó a Giovanni, un joven tapatío asesinado por la policía de su municipio por no traer cubrebocas.

Muy en la onda de Orwell, hoy nos dicen que ya ni hay granaderos, ¿Levantones o vejaciones? No, se respetaron los derechos humanos en las marchas de esta semana contra el racismo y la brutalidad. Todo son hechos aislados. Si se detiene y golpea a los sospechosos sin el debido proceso, es porque quién les manda estar ahí. Nunca hay infiltrados, ni intenciones políticas. Hasta los intelectuales aplauden el monopolio de la violencia por parte del Estado, pero según el Estado los policías desobedecieron y actuaron por su cuenta o, peor aún, por órdenes de la delincuencia organizada. En Guadalajara alguien dijo que eran fuereños porque eran «tipo morenos».

La discusión sobre el racismo en México ha sido negada o minimizada. En las redes, es ofensivo casi: es discriminación, no racismo. Ah, bueno. Como dice Federico Navarrete en Alfabeto del racismo mexicano, «el racismo mexicano es como sacarse los mocos con el dedo: una costumbre que practicamos siempre de manera vergonzante y que negamos con ahi´nco en caso de que alguien nos la achaque».

No es casualidad que más de 60 por ciento de la población sienta miedo cuando está cerca de un policía, y que de 11 tonalidades de piel sugeridas, la mayoría (59.2 %) opte por los dos tonos intermedios y solo 11.4 % se asuma en los tonos oscuros, según la Encuesta Nacional de Discriminación (Enadis) 2017. 

Se le da al racismo otro color: es discriminación, pero poquita, dicen. Hablan de «racismo inverso», de «heterofobia», para ocultar la historia. Lo dice bien Yásnaya Elena A. Gil: «El racismo es al colonialismo lo que el clasismo al capitalismo y el machismo al patriarcado». 

Es como cuando se habla de «micromachismos» para dar a entender los comportamientos que denotan machismo sin llegar a la violencia. Estamos llenos de «microrracismos». Ofenderse por cuestionar los símbolos de la anterior normalidad es no entender que necesitamos nuevas estructuras sociales y mentales como especie.

La pandemia, en tanto, sigue avanzando y con ella las muertes, el dolor y la oscilación social entre el estrés-ansiedad y el «no pasa nada». Muchos han vuelto a las calles y otros nunca las dejaron. Medio mundo cree tener el remedio maravilloso, muchos creen que lo peor ya pasó o ni siquiera existió. 

Vienen meses de incertidumbre y duelo. Ah, y dos y dos no 

son cinco.

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