Como sabemos, el agua cubre aproximadamente el 70 por ciento de la superficie de nuestro planeta. En volumen, el agua terrestre, incluyendo océanos, ríos, lagos, depósitos subterráneos y el vapor de agua en la atmósfera, supera los 1,400 millones de kilómetros cúbicos. Este número es demasiado grande para que podamos concebirlo, pero si lo dividimos entre la población del mundo resulta que, a cada uno de nosotros nos tocan alrededor de doscientos mil millones de litros de agua dulce. Si bien este número está todavía más allá de nuestra comprensión, es claro que no llegaríamos a consumir un volumen tal de agua aun si viviéramos mil años. Por lo demás, habría que señalar que, del total de agua en la superficie de la Tierra, apenas el 2.5 por ciento es agua dulce y que, de ésta, el 98 por ciento está congelada. Sin embargo, haciendo los cálculos correspondientes, podemos convencernos de que, ni aun así, deberíamos tener problemas con el suministro de agua dulce para nuestro uso personal.
Sabemos, no obstante, que usamos el agua de distintas maneras y que tenemos problemas con este suministro por un número de factores, entre los que se encuentra el cambio climático. Con relación a esto, en la página de Internet de ONU-Agua podemos leer lo siguiente: “El agua y el cambio climático están íntimamente relacionados. Los eventos climáticos extremos están haciendo que el agua sea más escasa, más impredecible, más contaminada o las tres cosas. Estos impactos a lo largo del ciclo del agua amenazan el desarrollo sostenible, la biodiversidad y el acceso de las personas al agua y al saneamiento”.
Una opción que manejan los expertos para combatir la crisis de agua por la que traviesa el planeta es la desalación del agua del océano. Se puede desalar el agua por destilación; es decir, hirviéndola y condensando el vapor que se produce en una superficie fría. Otra manera es por medio del proceso conocido como ósmosis inversa. En este proceso, el agua con sal es forzada a pasar mediante presión a través de una membrana semipermeable, la cual permite el paso del agua al mismo tiempo que impide el paso de la sal disuelta en ella. Un tercer esquema para desalar agua usa la técnica de electrodiálisis. Esta técnica emplea membranas semipermeables que, de manera selectiva, permiten el paso de uno de los componentes de la sal y bloquean el paso del otro. En este sentido, para remover el cloruro de sodio -sal común- el agua es forzada a pasar a través de un conducto bordeado por dos membranas, una que permite el paso del sodio y bloquea el paso del cloro, y otra que hace lo contrario. Todo esto ayudado por la electricidad.
Los tres procesos de desalación anteriores requieren de grandes cantidades de energía que se traducen en altos costos para el agua producida. Así, las plantas de desalación de agua de mar han avanzado de manera lenta. En la medida en que avance la tecnología de desalación de agua, sin embargo, estas plantas se harán económicamente más competitivas. En este respecto se puede mencionar un artículo aparecido el pasado mes de abril en la revista ACS Energy Letters, publicado por un grupo de investigadores encabezado por Nayeong Kim, de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, en el que se reporta el desarrollo de una celda de electrodiálisis en la que se ha sustituido una de las membranas semipermeables, al mismo tiempo que se ha reducido de manera sustancial la energía demandada por su operación. Todo esto, según Kim y colaboradores, contribuirá a reducir el costo de desalación del agua.
Podemos así esperar que en el futuro el mundo obtenga de mar el agua dulce que necesita, del mismo modo que obtendrá del Sol la energía necesaria para operar las plantas desaladoras. Después de todo, los océanos constituyen la mayor fuente de agua que tenemos a nuestra disposición, de la misma manera que el Sol lo es con respecto a la energía.
Nada es gratis, sin embargo, y la desalación de grandes cantidades de agua marina generará igualmente grandes cantidades de agua de desecho con grandes concentraciones de sal que, vertidas de regreso al mar, podrían generar localmente grandes impactos ambientales de no hacerse de forma juiciosa. La contaminación salina se uniría así a la contaminación atmosférica y al cambio climático con su cauda de olas de calor y de frío, lo mismo que de inundaciones y sequías. Como reflejo de que, efectivamente, el planeta nos ha quedado chiquito.