Respirar es la primera y la última acción de nuestra vida. Entre ambas, transcurre todo lo que somos: trabajo, familia, sueños, frustraciones, proyectos, amores y derrotas. Sin embargo, ese gesto tan elemental —tomar aire— se ha convertido en un riesgo cotidiano en San Luis Potosí. Hoy, la pregunta ya no es filosófica ni ambientalista, sino profundamente práctica: ¿qué estamos respirando realmente los potosinos?
Y sobre todo: ¿por qué lo respiramos así?
La calidad del aire no es un capricho verde ni un tema accesorio. El aire sano es un derecho humano, reconocido internacionalmente, y su garantía depende del acceso a información oportuna, veraz y continua. Cuando la población está informada, previene daños. Cuando no, normaliza lo intolerable.
En San Luis Potosí, la contaminación es visible desde cualquier punto de la ciudad: una neblina gris que no es niebla, un estornudo que se vuelve tos, una irritación que se volvió costumbre. Las evidencias científicas disponibles coinciden en lo preocupante: las estaciones de monitoreo actuales son insuficientes para dimensionar los contaminantes criterio en la zona metropolitana.
Las PM2.5 son partículas microscópicas —30 o 40 veces más delgadas que un cabello humano— compuestas por polvo, hollín, metales pesados y restos de combustiones industriales o vehículos. Son tan pequeñas que no solo se inhalan: penetran profundamente en los pulmones, se alojan en los alvéolos e incluso pueden llegar al torrente sanguíneo. Desde ahí, viajan al corazón, al cerebro, al sistema circulatorio.
San Luis Potosí vive, literalmente, de espaldas al dato. Porque para la autoridad, si no se mide, no existe. Para la ciencia, si no se mide, es peor. Y para la población, si no se mide, se respira igual.
No son lujos: son requisitos mínimos para obtener información confiable. Sin datos precisos, todo se convierte en simulación.
A esto se suma la NOM-172-SEMARNAT-2019, que establece claramente la obligación del Estado de monitorear la calidad del aire y comunicarla a la población de manera continua y comprensible, con énfasis en la protección de grupos vulnerables. La información debe publicarse al menos cada hora, no cuando “se pueda”.
En San Luis Potosí sucede lo contrario, la SEGAM publica únicamente un reporte al día (antes lo hacía dos veces), en redes sociales, sin desglose, sin advertencias, sin semáforos y sin perspectiva de salud. No se comunica riesgo, no se contextualiza, no se orienta a la población. Lo que sí abunda es la opacidad, la improvisación y el desinterés. La élite política y administrativa puede cambiar de oficina, de partido o de discurso. La población no puede cambiar de pulmones.
La ciudad no distingue clases sociales, colores ni zonas. Todos respiramos el mismo aire, bueno o malo. Y aunque algunos barrios padecen más que otros, la contaminación es democrática en su crueldad: entra en las casas, en las escuelas, en las oficinas, en los parques, en los cuerpos de niños, adultos y ancianos. La desigualdad social se vuelve desigualdad pulmonar.
El aire limpio no es un privilegio: es la condición mínima de una vida digna. Sin aire limpio no hay salud; sin salud no hay bienestar; sin bienestar no hay desarrollo posible.
Y sin embargo, lo que debería ser una prioridad se ha convertido en un gesto burocrático. La SEGAM trata el derecho al aire como si fuera un trámite menor. Como si el oxígeno fuera opcional. Como si la salud fuera negociable. La consecuencia es evidente: Cuando se descuida lo esencial, se normaliza el deterioro. Y cuando el deterioro se normaliza, la calidad de vida se vuelve mediocre. Eso no es progreso: es abandono.
El primer paso es claro: informarnos. El segundo: exigir. El tercero: organizarnos. Y el cuarto: no ceder ante la indiferencia oficial. Porque la negligencia gubernamental de hoy será la enfermedad de mañana. Y la enfermedad de mañana será la tragedia social del futuro.
Por eso, hay que actuar ya.
Delirium Tremens.- Esta es la columna número 300 de Quintaesencia. Eso significa que usted me ha acompañado durante trescientos sábados, es decir, casi seis años de reflexión compartida —para ser precisos, cinco años y nueve meses de escribir, semana tras semana, sobre lo que más importa: la defensa del ambiente, de la ciudad y de la dignidad humana.
Agradezco profundamente a Pulso Diario de San Luis y a su dirección la confianza y la libertad editorial que me han permitido, sábado tras sábado, exponer las preocupaciones, urgencias y desafíos que exige la defensa de los derechos humanos ambientales. No es una labor menor; implica enfrentar inercias, silencios y poderes poco cómodos con la verdad.
@luisglozano